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La paradoja y el estilo
Columna
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Mi noche con Kevin Spacey

El armario es un sitio cruel al que te empujan la educación mala y la religión

El actor Kevin Spacey, en el Centro Niemeyer de Avilés en 2011.
El actor Kevin Spacey, en el Centro Niemeyer de Avilés en 2011.CORDON PRESS
Boris Izaguirre

Ayer soñé que regresaba de Bruselas y me preguntaban sobre Puigdemont. Ahora que por fin ha empezado a descender la adrenalina catalana, me he propuesto agregar un poquito de verdad: no me atrae ni me conviene lo ilegal.

Una de las cosas que siempre le agradeceré a la ley de matrimonio igualitario es que de un plumazo colocó dentro de la legalidad a una minoría marginada, incluso perseguida, como la comunidad LGTB. Esa condición ilegal obligó a que existieran armarios donde se escondían muchas personas. Como Kevin Spacey. Se le acusa ahora de haber cometido abuso a un actor, entonces menor de edad, en 1986. Es una situación fea. Y también se le señala por usar su salida del armario para contrarrestar esta acusación. Todo muy mal. El armario es un sitio atroz. Solo te enseña a mentir. Además, suele ocurrir que te obligan a permanecer allí dentro, empresas, familias, amigos. O una industria tan poderosa como Hollywood. A Kevin Spacey le habría fastidiado mucho la carrera el reconocerse gay porque Hollywood es una industria tan machista como determinante: respaldaremos tu talento y te daremos una gran carrera a cambio de no quebrantar una regla, la sexualidad admitida, la visible, es la heterosexual. Tanto es así que, por ejemplo, en 2006 la Academia se negó a darle el Oscar a mejor película a Brokeback Mountain porque era una historia gay de vaqueros. Tardó 11 años en enmendar esa actitud al premiar a Moonlight, una película sobre homosexualidad y marginalidad en el Miami de los ochenta. Hollywood se empeña en ignorar las minorías, acallarlas o, en el caso de actores con sexualidad diferente, como Spacey, obligarles a mentir sobre su naturaleza para ver cómo su éxito crece y la cadena de rumores también aumenta hasta el oprobio.

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Las alegaciones de acoso ya se han extendido desde los productores a los actores. Se propaga. ¿Hasta dónde llegará? Al caso Spacey se suma ahora la acusación de una asistenta de producción hacia Dustin Hoffman, otro oscarizado e importante actor. Más allá de apilar acusaciones de acoso, todos los señalados son personalidades con fuertes nexos con el Partido Demócrata. Incluso Spacey interpreta a un presidente de Estados Unidos que, sin parecerse a Donald Trump, no deja de manipular y de evidenciar que el poder es algo totalmente inescrupuloso. La quinta temporada de House of Cards era casi calcada a la realidad de una manera inquietante, sobre todo en la trama rusa. No se trata de negar responsabilidades, solo me resulta curioso que los implicados se han mofado o actuado en contra del actual presidente de Estados Unidos. Quizás por eso, mientras disfrutaba del desfile de Halloween en Lincoln Road, en Miami, un espectador latino me tomó del brazo: “Usted no se meta con Trump, que no tiene sentido del humor”.

Kevin Spacey visitó Madrid varias veces y tras el estreno de un montaje conjunto entre el Teatro Español y el Old Vic, la venerable institución que entonces dirigía, coincidimos en una fiesta en el Cock, el mítico bar madrileño que ha entretenido al franquismo, la movida y todo lo que somos. Spacey buscaba no llamar la atención, participando en pequeñas conversaciones con una actitud discreta. También con discreción, un genial director de cine nos explicó que ese adjetivo es una etiqueta que pesa como una losa en la vida de los gais armarizados, “los discretos”. En un momento dado, el acompañante de Spacey, un treintañero mucho menos discreto, se lanzó a improvisar unas bulerías en una de las mesas. “Se armó el guirigay”, soltó alguien, y Spacey me tomó del brazo y me pidió que bajara a su amigo. El joven continuó con su danza golpeando unas castañuelas que le habían regalado e invitando a que me uniera. Estuve a punto, pero el propio Spacey se acercó mucho y dijo, con voz de Otelo: “Suficiente, nos vamos”. Apenas se fueron todo el mundo empezó a cuchichear. “Tanta discreción pero ¡menudo novio!”. Confirmé que no me gustaría una vida así. Conteniendo lo evidente para que en un simple castañeo todo se haga trizas.

El armario es un sitio cruel al que te empujan la educación mala y la religión. No es legal pero es un sistema para poder crecer profesionalmente. Y obtener así esa forma de independencia que ahora llaman conquistar tus sueños. Hasta que estos se vuelven pesadillas.

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