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MIRADOR
Columna
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Aniversario

Crecí en Madrid y curiosamente el terrorismo etarra marca algunos de los recuerdos más nítidos de mi infancia

Familiares de una de las niñas fallecidas en el atentado de un coche bomba.
Familiares de una de las niñas fallecidas en el atentado de un coche bomba.Antonio Espejo

Hace diez días fue el sexto aniversario del “cese definitivo” de la actividad armada de ETA. Para los adolescentes españoles de ahora la palabra ETA les puede sonar como algo lejano. El terrorismo que conocen es el yihadista del ciego fanatismo religioso, no se paran a pensar en el terrorismo cainita del nacionalismo vasco radical y violento. Supongo que los adolescentes de entonces y los de hoy coincidimos en pensar que Dios y el nacionalismo se pueden convertir en una especie de virus rabioso que enloquece a algunos jóvenes y les lleva a cometer actos atroces movidos por un impulso iluminado y tenebroso. La luz de unas tinieblas sanguinarias, una pulsión maligna que hace que arranquen las vidas de los demás a la vez que son vampirizados por una fe inmisericorde. Abandonan su existencia de personas normales, por un ideal que les convierte en asesinos. Siempre me impresionaban las fotografías de los jóvenes etarras, como hoy me impresionan las de los jóvenes yihadistas. Veo en ellos una juventud que se inventa muertes, y en vez de querer vivir su vida, quieren existir en las muertes que causan. Crecí en Madrid y curiosamente el terrorismo etarra marca algunos de los recuerdos más nítidos de mi infancia. A mí me pasó muy de lejos, no quiero imaginar cómo debió de ser para los que verdaderamente lo sufrieron. Recuerdo claramente el atentado de Telefónica cerca de mi casa. No hubo víctimas mortales, pero hizo mucho ruido. Yo tenía once años y durante meses vimos los destrozos en la fachada. Por aquel entonces no entendía bien la angustia de los adultos. Dos años después, estaba en el patio del colegio cuando escuché la ráfaga de disparos contra un general y su conductor en la calle de Galileo, cerca de la gasolinera donde mi madre solía llevar el coche al recogernos de clase. Quedaron mal heridos y durante días los niños no hablamos de otra cosa. El atentado de la casa cuartel de Zaragoza me dejó consternada, yo ya tenía casi 17 años y entre las víctimas había un adolescente de mi edad, y cinco niños pequeños. Destruyeron las casas de los guardias civiles con sus familias dentro. No daba crédito, aquellos jóvenes terroristas no tenían clemencia, seis meses antes habían volado un aparcamiento lleno de gente en un Hipercor de Barcelona. Se suman las imágenes. Noticias cotidianas de tiros a bocajarro, coches y cartas bomba: en el despacho de la universidad, en un paseo por la calle, en un restaurante, en la redacción de un periódico... Cientos de atentados etarras y el gesto asombrado de cada una de sus víctimas.

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