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El no ya lo tienes
Columna
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Indiferencia y perfección

Una vez realizadas estas dos tareas se me comunicó algo que me dejó con el culo torcido: ¡Era un robot!

GETTY IMAGES

El encabezado de esta columna bien podría ser el título de una novela de Jane Austen, aunque no van por ahí los tiros pero, como dijo Jack el destripador, vayamos por partes —qué asco me ha dado siempre esta expresión. La gente que la dice merece morir, directamente, como los que dicen, más a gusto que un arbusto, me piro vampiro, vaya toalla, en fin serafín, como mola la gramola, la caña de España, tengo un hambre que da calambre...—.

Se comenta que soy una persona ¿muy válida? No, lo siguiente. Siempre tengo la palabra exacta y el gesto ideal. La perfección de la que hago gala —en todos los sentidos— asombra a tutti li mundi.

Mi cabeza es un octavo de mi estatura; mis bromas son oro bruñido; poseo una gran capacidad de síntesis; si tiro un cacahuete al aire lo recojo con la boca de diez veces diez, y así 24 horas al día.

Todo esto se traduce en una personalidad flemática y fría en extremo; nada me afecta. Que me despiertan de la siesta una llamada telefónica para ofrecerme un cambio de compañía —telefónica, no sentimental—: no me altero; que mi mujer se deja más de la mitad de las frases sin terminar: no me altero; que me estoy duchando y se estropea la caldera, no me altero.

Con todo esto he convivido sin hacerme preguntas. Pues bien, el otro día pasó algo.

Al dar mi apoyo virtual a una iniciativa para abolir la cebolla caramelizada, se me pidió desde la página web dos cosas: que reprodujera unos signos que había en un cuadrado y que localizara un gato en una fotografía.

Una vez realizadas estas dos tareas se me comunicó algo que me dejó con el culo torcido: ¡ERA UN ROBOT!

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