Freedonia
Esto ha entrado demasiado en el terreno del ridículo y es peligroso, porque entonces parece que no es peligroso
El tema de Cataluña se ha puesto ya tan indigesto que ha pasado a la publicidad: hay por ahí un anuncio de una firma de salchichas que bromea con el concepto de declaración de independencia. Esto ha entrado demasiado en el terreno del ridículo y es peligroso, porque entonces parece que no es peligroso. Dejemos el ridículo a los profesionales, que sí se lo toman en serio. Las últimas escenas corren el riesgo de ser acusadas de plagio por la Paramount, pues muchos se han instalado en 1933, año de estreno de Sopa de ganso, de los hermanos Marx. Era una época preciosa en Europa, con tal auge descontrolado de los nacionalismos que la película, burla feroz de la épica república de Freedonia, el no va más de las libertades —aquí se tradujo como Libertonia—, corrió el riesgo de ser tomada por hiperrealismo. Algunos de sus momentos les sonarán. Groucho, el impagable Rufus T. Firefly, es un jefe de Estado majara que hace todo lo posible por ir a la guerra. Lee una declaración incomprensible y dice: “Hasta un crío de cuatro años podría entenderlo. Que me traigan un niño de cuatro años”. Luego se sube a una moto con sidecar y anuncia: “Tengo una cita para ir a insultar al embajador y llego tarde”. Aunque la moto parte sola, sin la mitad donde está él y suspira: “Es el quinto viaje que hago hoy y no he ido a ninguna parte”. Además es un musical —también en Cataluña cantan todo el rato— y entonan fervorosamente: “Ellos tienen armas/ nosotros tenemos armas/ todos los hijos de Dios tienen armas”. Los más ecuánimes en el bar ya son esos que dicen que Rajoy no ha tenido huevos, y que Puigdemont, tampoco. Solo faltaría ver hoy un submarino emergiendo en la Castellana.
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