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La paradoja y el estilo
Columna
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Equidistancia emocional

La muerte de Hefner ha cosechado las mismas reacciones que la de una estrella del pop

Concierto de Rolling Stones en el Estadi Olimpic de Barcelona.
Concierto de Rolling Stones en el Estadi Olimpic de Barcelona. Massimiliano Minocri
Boris Izaguirre

¿Qué es la equidistancia? La que hay entre nosotros, por ejemplo, mi marido en su casa y yo en la mía. Él cocina brécol y pescado en Madrid mientras yo como hamburguesas con aguacate en Miami. Probablemente, esa sea una equidistancia. Como la de elegir una bandera entre las muchas que hay. Yo en eso y en el gusto por los trapos coincido con Johnny Depp y me quedo con la bandera pirata. La de los Piratas del Caribe.

Me pregunto qué habré hecho para que ahora septiembre sea el mes de mi cumpleaños y el de los desastres. Mariano Rajoy llama a Donald Trump “presidente Trun”, sin p ni m porque, seguramente, así es como debe pronunciarse en Pontevedra. Y si el presidente del Gobierno español lo dice así, pues así será. Resultaba delicioso ver el asombro en el rostro de “Trun” cada vez que escuchaba su nombre pronunciado en nuestro idioma más pontevedrés. Su esposa Melania fue compañera de profesión con Esther Cañadas, en sus tiempos de modelo, e hicieron pandilla, por eso el señor “Trun” seguramente estaría acostumbrado a las zetas y a la jota pronunciada, pero las modelos tienen su propio lenguaje para defenderse en su competitiva profesión: las sonrisas. Eso podría ayudar a nuestro presidente en situaciones como esta. Y es que Mariano también se equivocó con el apellido de otro mandatario. A Nicolás Maduro lo llamó “Madero”. Tuvo su punto gracioso porque seguro que el venezolano no sabe que en España es la forma más popular de referirse a los policías, que ahora llenan Barcelona, sus alrededores y la cabeza de Mariano.

Lo bueno de la visita a la Casa Blanca es que es breve. Parece consistir en una foto, un lunch sin vino (aunque Mariano llevó, de regalo, una buena pata de jamón), una horita de charla en el Despacho Oval y listo, a casa. Ojalá todas las visitas fueran así. Poco más hay que hacer en Washington, una ciudad tan aburrida y complicada que Jackie Kennedy llegó a pronunciar esa frase de que “el sexo arruga la ropa”. Es difícil tomar equidistancia con esta frase. Sobre todo porque Hugh Hefner, el fundador del imperio Playboy y el símbolo estadounidense del éxito gracias al sexo, falleció el miércoles con 91 años, más o menos la misma edad de la Duquesa de Franco, a la que sus hijos han apartado de la gestión familiar, quizás para que disfrute de una tranquila equidistancia.

La muerte de Hefner ha cosechado las mismas reacciones que la de una estrella del pop. Asombra que los millennials le conmemoran como si despidieran a un abuelito cachondo. Otros, como si fuera el vínculo mortal con el placer. Para mí, Hefner es un estilo propio, con su propia bandera, que era el símbolo de su imperio, las conejitas y su eterna bata de andar por esa casa maravillosa, decadente y de alta horterada que es la Mansión Playboy. Elementos que unificaron a la heterosexualidad masculina. Hefner hizo de su vida una patria y su muerte consigue estrechar la equidistancia entre los millennials y nosotros, sus padres. El sexo es satisfacción para todos.

Hugh Hefner y tres de sus playmates Beverly Hills en 2005.
Hugh Hefner y tres de sus playmates Beverly Hills en 2005.ROBERT GALBRAITH (REUTERS)

Es lo que deben sentir los fans de los Rolling Stones. Mick Jagger tiene 74 años y acaba de pasar por Barcelona, hablando en catalán, cantando en inglés, dejando claro que el blues es la patria del rock y que, en efecto, la edad es ahora un plus. Nunca he visto un concierto de los Rolling Stones porque, al igual que la religión, creo que es algo a lo que puedes adherirte el penúltimo día de tu vida. Pero esta visita a Barcelona no puede ser más adecuada y equidistante. Frente a toda la insatisfacción sobre el referéndum de mañana, que los Rolling vengan a reunirnos ante su maestría es una prueba de que el pop británico es otra bandera a la que sujetarse.

No todo tiene porque estar acabado en la hegemonía española. ¡Chabelita ha cambiado de bandera! La hija de Isabel Pantoja ha vuelto con el padre de su hijo, Alberto Isla, y lo ha contado en Lecturas, al parecer garantizando una saneada equidistancia emocional al recibir 20.000 euros por la exclusiva. Ha vuelto porque su exnovio Alejandro la llamó guarra, una de esas palabras tan castizas como morcillona. En realidad, a mí también me gustaría regresar a casa con un dinerillo fácil. Abanderado al fin. Con alguna patria en el bolsillo o en el corazón.

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