Aung San Suu Kyi contra las cuerdas
Si los militares quieren defenestrar a la premio Nobel no podrá esperar apoyo internacional
Después del silencio cómplice con los militares sobre la expulsión de los rohingya, y tras las masacres humanas que la junta dictatorial de Birmania está perpetrando, la premio Nobel de la Paz (1991) asegura ahora que está preparada para organizar el “retorno” de las más de 420.000 personas perseguidas y desplazadas a Bangladés. Habló el miércoles pasado en la sede del Parlamento birmano, respondiendo, por un lado, a la presión de la comunidad internacional y las críticas desatadas en las redes sociales contra su actitud, y, por otro, empleando, bajo vigilancia de los militares, palabras grises, anodinas, muy medidas. Como telón de fondo, una opinión pública birmana muy enojada, incómoda ante esta situación.
En su discurso, Aung San Suu Kyi trazó una equivalencia entre la suerte trágica de la etnia perseguida y “las otras minorías”., como si aquella comunidad musulmana pidiera un tratamiento favorable especial. Con la hipocresía que bordea el cinismo, pregona que las autoridades acogerán a los verdaderos “ciudadanos” rohingya, ocultando la realidad que les arrebató, desde los años 1970, el derecho de ciudadanía. Es decir, deja en manos de la junta dictatorial el poder de decidir quién puede retornar y quién no.
El presidente Macron, como otros jefes de Estado, calificó la masacre de este pueblo de “genocidio”. Hay que tomar la palabra en serio. Significa que las autoridades militares y el Gobierno del que Aung San Suu Kyi en parte son susceptibles de ser denunciados ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. La ONU va en el mismo sentido, pues denuncia la “campaña de limpieza étnica” contra los rohingya, subrayando que son una de “las minorías más perseguidas del planeta”.
En realidad, esta historia es una enorme trampa para la premio Nobel; cayó en ella por sus prejuicios, por debilidad politiquera y afición a aferrarse al poder. No importa cómo va a evolucionar la situación, pues, de todos modos, Aung San Suu Kyi se ha descalificado a los ojos de la opinión pública mundial, del propio jurado Nobel que le otorgó el premio y, sobre todo, ha destruido esta arma simbólica frente a los propios militares birmanos, que ahora la ponen contra las cuerdas. Se puede apostar que no van a facilitar la “transición” democrática prometida, pues ella, que era su principal adversario, ha devenido en su principal aliado en esta campaña confesionalmente racista. Y si los militares quisieran defenestrarla, ella no podría esperar gran solidaridad internacional…
Estos últimos días hemos contemplado, de nuevo, una movilización de militantes budistas, partidarios de los militares, que intentan impedir la llegada de la ayuda humanitaria a las víctimas; recuerda la estela de radicalización que se generó en los años setenta y ochenta cuando los militares, para legitimar su golpe de Estado, provocaban manifestaciones contra los musulmanes, chivo expiatorio clásico en este país. En cuanto a Aung San Suu Kyi, no es necesario arrebatarle el premio Nobel de la Paz, lo mantendrá ahora como una losa grabada con una sola palabra: rohingya.
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