Por qué tienes que conocer a la Rosa Parks del movimiento LGTBI
La apasionante vida de Edith Windsor, la octogenaria que retó (y ganó) a EE UU allanando el camino para el matrimonio igualitario
Ojos vivísimos. Diminuta. Delgada. Sonriente. Las últimas fotografías de Edith Windsor desmentían tanto el peso de su edad (88 años) como de su agitada e industriosa vida. Pero la mujer de la eterna melena dorada murió en un hospital de Nueva York el pasado martes, acompañada por su segunda esposa. Si Rosa Parks, la secretaria negra que se negó a levantarse de un asiento para blancos en el autobús, disparó la caída de las leyes racistas, Edith hizo algo similar por el movimiento LGTBIQ.
Su vida está recogida en muchas fotografías, muchas. En un despacho de IBM, en la cima de su carrera como jefa de programadores; collar de perlas sobre un atuendo profesional en reuniones llenas de hombres; en una motocicleta, luciendo uno de los primeros bikinis; abrazada en distintos países y escenarios a una intrigante mujer morena... Pero una instantánea es la más importante. Para ella y para que su país, Estados Unidos, se convirtiera en un lugar más decente.
Esa imagen se tomó en 2013. Es la de una elegante anciana ante un añejo edificio judicial en traje pantalón, los brazos abiertos mientras su pañuelo rosa y naranja se despliega al viento.
Windsor se atrevió a demandar a Estados Unidos por tener que pagar unos impuestos que no hubiese debido abonar si hubiera enviudado de un hombre. Después de años de litigios, el Tribunal Supremo invalidó la Ley de Defensa del Matrimonio, una norma que negaba a las parejas homosexuales los derechos (más de 1.000) de las heterosexuales. Aquello fue fundamental para que el matrimonio igualitario se hiciese realidad en el país en 2015.
America’s long journey towards equality has been guided by countless small acts of persistence, and fueled by the...
Gepostet von Barack Obama am Dienstag, 12. September 2017
La octogenaria rechazada para la demanda -por su edad y posición, que juzgaron demasiado privilegiada- por las organizaciones gais a la que ella había financiado durante años se convirtió entonces en el icono del colectivo. Lo que comenzó con la rabia de una viuda ante un envite tributario se tornó en un hito en la lucha por los derechos civiles. Algo que hasta el presidente Obama agradeció con una llamada de teléfono.
La verdad es que Edie, tenaz, valiente y con encanto (así la describe una periodista de The New Yorker que la conoció a fondo), la mujer malhablada de uñas en rosa nacarado, llevaba encima unas cuantas victorias.
La niña que se casó sabiendo
Edie Schlain nació encima de una tienda de golosinas y helados regentada por sus padres, emigrantes rusos, en un barrio pobre de Filadelfia. Comercio que perdieron cuando ella y un hermano contrajeron la polio y fueron sometidos a cuarentena.
Llegó a la universidad convertida en una lectora voraz, porque su padre prefería llevarse un bocadillo al trabajo para poder comprar libros. Rompió con su prometido, un amigo de su hermano, cuando se enamoró de una compañera de clase. “Fue maravilloso y terrible”, recordaba. Ambicionando una vida normal, se casó tras graduarse. El matrimonio no duró ni un año. De él solo se quedó el apellido, Windsor. “Le dije: ‘Cariño, mereces más. Mereces a alguien que sienta que eres la persona más deseable", recordaba, "y yo necesito algo más”.
Así que, a los 23 años, se mudó a Nueva York para poder vivir abiertamente como lesbiana. Al inicio de la década de los cincuenta, alquiló un apartamento sin baño cerca de la Universidad de Nueva York (NYU) y se empleó como secretaria para mantenerse. Una situación extraña, recordaba Hillary Clinton en una aparición sorpresa en su funeral, teniendo en cuenta que la norma para las mujeres entonces era darle hijos al marido y encargarse del hogar. Edie quería, además, una profesión. Se matriculó en un máster en Matemáticas mientras trabajaba en lo propia NYU introduciendo datos en el primer ordenador comercial del mundo que también era usado por la Comisión de Energía Atómica. Pronto despuntó en aquel mundo de hombres y se empleó como programadora en una empresa de ingeniería.
En sus ratos libres leía revistas de literatura en el Bagatelle, un bar de ambiente cerca de Washington Square. “Cuando entraba alguien conocido de la universidad, me paralizaba el pánico”, recordaba en una entrevista con la revista de alumnos.
El armario es un broche de diamantes
Una noche, en 1963, cuando ya trabajaba en IBM, le presentaron en un restaurante en el que se reunían lesbianas a Thea Spyer, una atractiva psicóloga y violinista con la que estuvo bailando hasta la madrugada. Thea era tan resuelta como elusiva, pero cuatro años después le pidió matrimonio con un broche redondo de diamantes, porque un anillo —la homosexualidad aún era considerada una enfermedad— resultaba demasiado llamativo.
There's a vigil happening for Edie tonight at the Stonewall National Monument in New York City. ❤️ pic.twitter.com/cYFRcRbnYM
— GLAAD (@glaad) September 13, 2017
La vida de ambas transcurría en el armario, hasta el punto de que Edie se inventó un novio hermano de Thea (en realidad un muñeco de peluche) para justificar las llamadas de esta a su despacho. El hogar de las eternas prometidas, un apartamento de Greenwich Village, acogía las cenas elaboradas por Spyer y los amigos gais y lesbianas de ambas. Era el territorio seguro.
Aquello cambió bastante en 1969. El 28 de junio la pareja regresaba de Italia cuando se enteró de que un grupo de drags y otros clientes de Stonewall, un bar del Village, se plantaron ante los policías que pretendían entrar. La revuelta duró varios días y generó el símbolo del Día del Orgullo LGTBIQ, que ya se celebra en todo el mundo. Ellas, nada próximas a ese ambiente de las “reinas”, mudaron su actitud. “Fue el comienzo de ver otra parte nuestra, son humanos, no tienen cuernos, ellos cambiaron mi vida”, declaró Windsor a Time. Se apuntaron al activismo.
El diagnóstico de esclerosis múltiple de Thea en 1977 coincidió con la marcha de Edie del gigante informático. Se dedicó a cuidar de su prometida y a militar en varias organizaciones LGTBIQ. Pasaron años. El sida arrasó entre la población gay. El matrimonio igualitario no fue legal hasta 2004 y en un solo estado, Massachussets. Para su vida en común, cada una tenía un lema. El de Edie era: "No retrases la alegría". El de Thea, "mantenlo caliente". Cuestión esta última en la que la programadora siempre estaba dispuesta a ahondar.
El día siguiente de que a Thea le dijeran que le quedaba poco más de un año de vida. le soltó a Edie: "Vamos a casarnos". Lo hicieron en Canadá en 2007, en un viaje no exento de dificultades, Thea ya estaba cuadripléjica. Contrajeron matrimonio ante las cámaras, que grabaron lo que se convirtió en el documental Edie and Thea, a very long engagement.
Es emocionante, en la película, ver la expresión de Edie, camisa de seda, agachada sobre la silla de su prometida de tantos años en el momento de casarse, Tanto como la secuencia de las dos dando vueltas en el armatoste motorizado —ambas amaban bailar— locas de alegría. O el mimo con el que maneja la grúa para mover a su esposa y meterla en la piscina de la casa que tenían en Long Island para que esta nadara. Pero el aparato servía para alguna cosa más. "Soy la amante de Thea", decía Edie, siempre tan explícita: "La cuido ¡y la penetro!".
Un corazón roto
Thea murió en 2009. A Edie se le rompió el corazón. Literalmente. En el hospital, solo quería morir. Pero el documental comenzó a recibir premios y ella a viajar, sintiéndose la heroína de todos. Paralelamente llegó una factura de más de 363.000 dólares en impuestos federales por la herencia recibida de su esposa, tributo del que estaría exenta en caso de ser su casamiento con un hombre. Pagó también otros 275.000 al Estado de Nueva York, Montó en cólera.
Contactó con las organizaciones que habían recibido los fondos de las exclusivas fiestas benéficas que la pareja celebraba cada año. Alguna ni siquiera devolvió sus llamadas. Tenían claro que aquella ley injusta, firmada por el presidente Bill Clinton por presiones de grupos homófobos, era un objetivo a combatir, pero si bien Windsor era menos amenazante para el imaginario conservador que un hombre homosexual, tan aparentemente sexualizado, juzgaron su estatus económico inadecuado. Buscaban a una demandante en quiebra.
Una prestigiosa abogada lesbiana vio claro el caso, pero le advirtió de lo largo y difícil que podía ser para una mujer con una cardiopatía tan grave. La viuda no dudó: "Para ella, luchar por la igualdad era un homenaje a Thea y al amor que sentían la una por la otra, así como toda la comunidad LGTBIQ", dijo la letrada, Roberta Kaplan, en el funeral el pasado viernes. La defendió gratis a cambio, entre otras cosas, de que no hablara públicamente de sexo. A Edie le pareció mal, "siempre le siguió pareciendo mal", reveló Kaplan, "si no, no sería Edie, tenía una voluntad de acero". Pero la litigante obedeció y la estrategia fue un éxito.
Después de aquel junio de 2013, Edie se convirtió en una celebridad. Y aún más cuando se legalizó el matrimonio igualitario en todo el país. Como recordaba Clinton en el funeral, (y como ha ocurrido en las redes sociales cuando falleció) decenas de parejas del mismo sexo le daban las gracias. En una ocasión le replicó a un admirador: "No me lo agradezcas. Cásate". Ella apreció muchísimo la experiencia. "El matrimonio importa. Casarse es diferente", decía, "tiene que ver con nuestra dignidad como personas y poder ser quien somos, abiertamente"
También alquiló una casa para veranear en Provincetown, meca gay, y miró de nuevo a las mujeres. Una vez le confió a la misma periodista de The New Yorker que estaba rompiendo una relación porque la novia, treinta años más joven, la acusaba de demandar mucho sexo. "Yo le repliqué: `Querida, no te lo estoy demandando, te estoy suplicando".
El pasado año, Edie se volvió a casar. Al parecer su esposa, Judith Kasen, una directiva de Wells Fargo de 52 años, sí que respondió a sus anhelos. “Me encontraba vacía y entonces esta mujer entró en mi vida", dijo a The New York Times, "no creía que podría ocurrir otra vez, y pasó".
Judith la despidió el viernes, durante un acto multitudinario en una sinagoga del Upper West Side. Y en el que, sobre una pequeña mesa, reinaban un elegante sombrero y un pañuelo rosa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.