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Tentaciones
lo que hay que ver

Acoso en la cafetería: así es el suplicio de ser chica y usar sitios públicos como oficina

Las mujeres freelance sufren situaciones incómodas, como ser interrumpidas por desconocidos que les piden el teléfono mientras escriben, dibujan o hacen sus deberes

Si hablamos de realizar una actividad personal, laboral y/o artística, hay quien prefiere la intimidad del estudio o el hogar. Muchas veces esta preferencia está directamente relacionada con el comportamiento invasivo de aquellos que comparten escenario en el bar, en el parque, en la playa o en plena calle, especialmente hacia las chicas. Escribir, dibujar, tomar notas, hacer deberes, documentarse, todas estas tareas comparten la cualidad de poder desempeñarse en muy distintos lugares. Aunque la mirada ajena siempre altera el resultado, el cambio de entorno puede resultar refrescante y enriquecedor. A menos que alguien decida que ha llegado el momento de interrumpirte.

MOMENTOS INCÓMODOS

Interrumpirte y más cosas. Normalmente quieren hablar contigo un rato, opinar e incluso brindarte cierta doctrina tan gratuita como innecesaria, por no hablar de pedirte el teléfono. No todas las experiencias que he recopilado han sido negativas. Algunas entrevistadas aseguran haberse visto asaltadas sólo por personas agradables y respetuosas que supieron comentar la situación de forma oportuna y marcharse a tiempo. Yo no siempre he tenido tanta suerte. La ilustradora Bárbara Alca tampoco: “Siempre llevo el cuaderno encima porque nunca sabes cuándo se te va a presentar una idea. Si me han visto dibujando, sí que hay algún listo que utiliza eso como excusa para acercarse a ti. En un bar, un chico me preguntó si dibujaba. Le dije que sí, que era dibujante”, cuenta Bárbara, “me dijo que él también, y que me podía enseñar a dibujar, que no era difícil”.

Por muy inmersa y pensativa que te encuentren, por mucho que evites el contacto visual y rehúyas el diálogo, las papeletas para ser abordada siguen abultando en tu bolsillo. Que no se interprete esta necesidad de blindaje como un gesto de pura misantropía: es que estamos concentradas. Declinar la comunicación con amabilidad no suele ser suficiente, las excusas baratas huelen de lejos y te comen el pecho de pereza.

En mi caso escribir en un bar, en un banco, en un escalón, a veces incluso caminando con prisa tratando de no tropezar con las farolas entraña un gran placer, fomenta la creatividad y me ayuda a aliviar el peso retener la información mentalmente. La memoria es traidora, las palabras y los trazos se escabullen, las fechas de entrega se aproximan sin piedad y lidiar con desconocidos puede arruinar la magia de este flujo. El problema se agrava cuando no lo pillan a la primera ni a la segunda. “En un parque de Donosti, sentada bajo un roble leyendo un libro y apuntando cosas, vino un señor con pinta de majo”, relata la escritora Sabina Urraca, “me empezó a hablar pacíficamente pero claro, yo estaba a mi rollo. Le hice ver varias veces que estaba haciendo algo, incluso dejaba de responderle y volvía al libro, y él me decía cosas como ‘te pega ir a yoga, a las chicas que leéis os gusta ir a yoga’. Al final le dije que por favor me dejase, que quería seguir con lo que estaba haciendo. Con leer o escribir pasa mucho que parece que no están consideradas como tareas que se deban respetar. Parece que se te pueda interrumpir en cualquier momento, he vislumbrado incluso un poco de burla en los ojos de algunas personas que me han visto haciendo algo de esto en la calle”.

"Le dije que sí, que era dibujante, cuenta Bárbara, “me dijo que él también, y que me podía enseñar a dibujar, que no era difícil”.

Para Bárbara este tipo de intrusismo llega a ser motivo de traslado: “Normalmente me largo, ya que esta gente no entiende que aunque sea un lugar público, tú estás dedicando ese tiempo a tu trabajo. Les digo que tengo que trabajar o directamente dejo de contestar. Alguna vez les he dicho 'Lo siento, en otra situación te contestaría, pero me pillas haciendo otra cosa más importante' y ni aun así... supongo que no lo entienden”.

DON’T KILL MY VIBE

A mí también me embriagan unas ganas irrefrenables de abandonar la escena. Una vez un chico se sentó a mi lado y me pidió que soltara el boli y me quitara los auriculares para atender la lista de bares a los que gustosamente podía acompañarme. Hubiera dado mi reino a cambio de un agujero en el suelo para escabullirme. A algunos lugares les coges manía y decides no volver para evitar la amenaza. Porque tal vez no lleguen a frustrar tu concentración, pero el momento incómodo no te lo quita nadie y deseas esquivarlo a toda costa. A Bárbara le piden retratos hombres y mujeres de precarios modales indistintamente. Por la inquietud lectora de Sabina se interesan también gentes de todos los géneros esgrimiendo una actitud condescendiente y paternalista que se torna altiva cuando la molestada no da las respuestas que se esperan de ella.

"Por muy inmersa y pensativa que te encuentren, por mucho que evites el contacto visual y rehúyas el diálogo, las papeletas para ser abordada siguen abultando en tu bolsillo"

“Creo que ver una chica produce en la gente sensación de desamparo, una imagen estética, de postal esperando que la rompan”, reflexiona Sabina. Mientras los hombres arrastran el estigma de raritos peligrosos si se encuentran en público mostrando esta actitud, las mujeres nos vemos acosadas bajo la extraña premisa de que nuestra figura desprende tristeza, desconsuelo y necesidad de ayuda. La idea de que estamos pidiendo un rescate a gritos brilla en los ojos de la mayoría de inoportunos que deciden aproximarse como si le estuvieran haciendo un favor a alguien. Cuando a mí me ha pasado he tenido la sensación de que estos intrusos despreciaban por completo la concentración ajena como si para el género femenino esto supusiera una especie de acto fingido, como si tu interés real fuera estar componiendo la estampa atractiva de una chica haciendo cosas deseando que alguien se acerque. Esto explicaría el desconcierto y la insistencia.

A veces es verdad que estamos tristes y solas, para qué negarlo, pero ni es para tanto ni resulta tan fácil de solucionar como que un viandante anónimo se acerque para contarnos que él también escribe, que él también dibuja, que tiene unos consejos para mejorar nuestra técnica o que nos puede recomendar unas referencias que nos van a salvar la vida. La auténtica salvación reside en la tranquilidad de saber que nadie te va a matar el vibe.

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