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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Argumenta, aunque sea poco, que algo queda

De las redes no nos interesa otro estado que el de la combustión espontánea: solo nos parecen relevantes cuando arden

El poeta Antonio Machado.
El poeta Antonio Machado.

"De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por una idea” (Proverbios y cantares XXIV, Campos de Castilla).

Qué mejor desagravio al Antonio Machado que a punto ha estado de ir a la hoguera en Sabadell que recuperar, a raíz de los desmanes verbales que escuchamos estos días a costa del terrible atentado de La Rambla, esa descripción suya de la incapacidad de pensar que al parecer tan bien y recurrentemente describe el carácter nacional. Y quien dice La Rambla dice el fútbol, los toros, la corrupción, el conflicto árabe-israelí, el turismo o si los perros pueden ir en el metro o los monopatines por la acera.

Los libros, se molestó en averiguar Ray Bradbury para poder titular con rigor su magistral obra, se inflaman y arden a 232,8 grados Celsius, esto es, a 451 grados Fahrenheit. Llegados a esa temperatura, combustionan y desaparecen, quedándose reducidos a cenizas. En las redes sociales, sin embargo, la combustión es permanente y las altas temperaturas se dan por hecho. De las redes no nos interesa otro estado que el de la combustión espontánea: solo nos parecen relevantes cuando arden (de ahí, el famoso y penoso “las redes sociales están que arden”). Todo es, por tanto, fuego y cenizas, embestidas y encontronazos. Cierto que algún despistado, cuyo anómalo cerebro parece funcionar en frío, a veces va y cuelga un vínculo a un libro, una historia interesante o, incluso, se atreve a salir a pecho descubierto a campo abierto y abre, osado de él, esa cosa llamada “hilo” donde intenta, valga la redundancia, “hilar” un argumento.

El argumento, el bendito argumento. Hay países donde desde pequeñitos se enseña a los niños a argumentar. Se ponen de pie delante de los demás, superan sus miedos, intentan estructurar sus pensamientos y transmitirlos de forma ordenada. Eso hace que, años después, ya creciditos, veas a esos niños asistir a una conferencia, rueda de prensa, reunión sindical o junta de vecinos, y la gente no se despelleje viva con acusaciones personales, se interrumpa a cada segundo, profiera insultos y formule frases incoherentes a la hora de intentar organizar un debate y tomar una decisión colectiva.

Incluso, en una costumbre que se está importando a nuestro país, se organizan clubes de debate. Se trata de un sencillo ejercicio en el que se asigna a un grupo una posición a favor de un tema y a otro en contra. Cuando mejor funciona, hagan la prueba en la sobremesa familiar de un domingo, en el café con los colegas del trabajo o en el aula con sus alumnos, es cuando se invierten los papeles. Al que estaba original y pasionalmente a favor de un tema se le pide que se esfuerce en buscar el mejor argumento en contra.

“No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada. Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas” (Proverbios y cantares XXII). Sí, Machado sospechaba que, en este país, uno solo podía argumentar cabalmente con uno mismo.

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