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CARTA DESDE EUROPA
Tribuna
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El descenso de refugiados tiene un precio

La prioridad política es defenderse de los refugiados. Que estos reciban un trato digno es secundario

Edgar Schuler
Unos refugiados esperan ser rescatados.
Unos refugiados esperan ser rescatados.Angelos Tzortzinis (AFP PHOTO)

Una catástrofe aplazada

En apariencia, las noticias inducen al optimismo. Este verano están llegando a Europa muchos menos refugiados de lo que se temían los expertos. Actualmente, los europeos, suizos incluidos, estamos lejos del insoportable caos de 2015. Italia informa de que en julio llegaron a sus costas 10.000 refugiados, la mitad que en el mismo mes del año pasado. Con todo, los italianos han registrado un "récord", ya que, en estos momentos, el viaje por el Mediterráneo es la primera opción para los que huyen de Oriente Próximo y de África. La ruta terrestre a través de los Balcanes se considera cerrada.

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En cuanto a Alemania, el ministro de Interior, Thomas de Maizière, declaró que hasta finales de julio habían llegado al país 100.000 refugiados, una cifra sensiblemente inferior a la de hace un año. Eso por no hablar de 2015, cuando la llegada de 890.000 solicitantes de asilo abrumó al país desde el punto de vista humano y organizativo. En Suiza, en julio el número de refugiados ascendía a 1.700, un tercio menos que hace 12 meses. Y eso después de que, en junio, la ministra de Interior, Simonetta Sommaruga, advirtiese de que este verano la situación en la frontera sur del país amenazaba con convertirse en "precaria".

Desde el punto de vista europeo, reina el alivio. Las cifras indican que la política de los actuales partidos gobernantes ha sido un éxito. La oposición de derechas, que esperaba sacar provecho de la "hiperextranjerización", se ha quedado sin cebo para la campaña electoral. Esta situación favorece a la actual canciller federal Angela Merkel, que el 24 de septiembre se presenta a la reelección.

Las imágenes de 2015

Hay otra perspectiva diferente. El año 2015 ha pasado a la historia como el año en que la desdicha de los refugiados se derramó sobre Europa. De repente veíamos de cerca la catástrofe humanitaria de la emigración masiva con sus procesiones kilométricas a lo largo de las carreteras y sus camiones abarrotados de gente. Fueron imágenes, y sobre todo destinos, que a estas alturas se creían impensables.

Pero la realidad es que, este año, la catástrofe humanitaria no ha desaparecido sin más de la faz de la tierra, sino que se ha aplazado. Se calcula que, en lo que llevamos de 2017, el número de víctimas civiles en la guerra de Siria ha sido de 5.300. Más de 2.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo, y no sabemos cuántas mueren en el viaje a través del Sáhara. Pueden ser todavía muchas más que las que perecen en las barcas agujereadas de los traficantes de personas. Y en Libia, última parada antes de la travesía, numerosos refugiados son torturados y asesinados.

El bajo número de refugiados de Suiza tampoco significa que las personas que huyen de la guerra o porque esperan encontrar una vida mejor hayan dejado de pensar de la noche a la mañana que este país sea un refugio atractivo. La aceleración de los procedimientos y las expulsiones hacen que las cifras desciendan, ya que, tras la resolución negativa del trámite, mucha gente desaparece y sigue su camino ilegalmente.

Fronteras impenetrables

Pero el descenso de las cifras en el continente tiene sobre todo una causa. De ahora en adelante, Europa va a sellar en serio su frontera sur. Y, además, con la participación activa de Suiza. En julio, representantes de los Gobiernos de Italia, Francia, Libia, Austria, Eslovenia y Túnez se reunieron con nuestra ministra de Interior, Sommaruga, en este último país. Según comunicó el Ministerio, el objetivo era "coordinar las actividades a lo largo de la ruta de emigración de África a Europa a través del Mediterráneo central". Aunque suene más elegante que el furioso cierre de la ruta de los Balcanes liderado en su momento por el primer ministro húngaro Orbán, viene a ser lo mismo en muchos sentidos.

Y funciona. Aunque la situación en los campamentos libios sigue siendo insostenible, este país norteafricano gobernado por bandos rivales está devolviendo a los que intentan huir en pateras. Los barcos de salvamento de las organizaciones humanitarias ya no pueden llevar a los náufragos a Italia, o bien han decidido poner fin a sus actividades.

Aunque los países interesados quieren que los campamentos sirios sean más seguros, esto es algo todavía muy lejano. La prioridad política es defenderse de los refugiados. Que estos reciban un trato digno es secundario.

Edgar Schuler es jefe de Opinión de Tages-Anzeiger. Traducción de Newsclips.

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