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CLAVES
Columna
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Barcelona

Su cultura urbana creativa y sofisticada, repleta de contradicciones, representa la nueva estela de espacios de convivencia

Máriam M-Bascuñán
La gente abandona la Plaza de Catalunya tras el minuto de silencio por las víctimas del atentado de Barcelona.
La gente abandona la Plaza de Catalunya tras el minuto de silencio por las víctimas del atentado de Barcelona. Luis Gené (AFP PHOTO)

“Orgullosa de ser cosmopolita” fue el calificativo con el que Colau se refirió a Barcelona. Abiertas, diversas, plurales y globales, las metrópolis representan aquello contra lo que reacciona el terrorismo y no es casual que lugares como Londres, París, Berlín o Madrid sean el principal objetivo de su ataque. El universo urbanita constituye la diana de cuestionamiento de un mundo que se apaga, aunque tradicionalmente fue así porque “el aire de la ciudad hace libre”. Hay algo de amorfo en él, de una belleza deslumbrante y enloquecedora que ha ejercido siempre una misteriosa fascinación en los poetas. Desde su emergencia, las ciudades fueron foco de contradicciones, de desigualdad y concentraciones humanas, pero también de oportunidades para los individuos que formaban parte de su paisaje colectivo.

De ellas surge la brecha de nuestro tiempo, la herida abierta entre campo y zonas urbanas proyectada sobre una distribución geográfica emocional que reparte furia y desconcierto. Los hay que, como Rousseau, se sienten rezagados ante las transformaciones del nuevo mundo. La ira que les ha provocado verse excluidos de las innovaciones explica los seísmos políticos vividos durante el último año. Pero también, esa geografía emocional confirma hasta qué punto los viejos linajes políticos han vivido ajenos al cambio: “Como cortesanos desaliñados que huyen de Versalles tras la Revolución Francesa, son incapaces de procesar el vuelco que se ha producido”, señalaba el punzante Gray, como si en lugar del Brexit narrara todo lo que le ocurre a Occidente.

Y así es, porque la noche de los atentados escuchamos un discurso político esforzado por atribuir a la mestiza Barcelona el carácter de este pueblo o el otro. Pero Barcelona no es de nadie porque es un actor político con entidad propia. Su cultura urbana creativa y sofisticada, repleta, naturalmente, de contradicciones, representa la nueva estela de espacios de convivencia transfronterizos abiertos a desafíos emergentes. Entiende el lenguaje de la interdependencia y por eso es capaz de hermanarse con otras urbes. Barcelona es universal y ha conseguido algo en lo que ya demuestran poca pericia los Estados: crear poder. @MariamMartinezB

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