Temer se salva

Dilma Rousseff fue destituida el año pasado como presidenta de Brasil con la disculpa de que su Gobierno había maquillado las cuentas públicas. Pero en el discurso de los dirigentes políticos que promovieron su caída subyacía una idea más poderosa: había que acabar con un Gobierno corrupto. Casi año y medio después, esos argumentos suenan a coartada.

Solo los militantes más ciegos pueden negar que el Partido de los Trabajadores de Lula y Rousseff se enfangó en una monumental trama de corrupción. Sobre la implicación personal de Rousseff, sin embargo, siempre ha habido serias dudas. Todo lo contrario del actual presidente, Michel Temer, que ha alcanzado el dudoso honor de ser el primer jefe del Estado brasileño denunciado por delitos penales, denuncia presentada por la propia Fiscalía de la República tras reunir sólidos indicios de que Temer montó un sistema para recaudar sobornos de grandes empresarios.

La misma Cámara de Diputados que en abril de 2016 fue implacable con Rousseff ha decidido ahora salvar a Temer y denegar la autorización para su procesamiento. Los diputados afines al Gobierno han alegado que el país necesita estabilidad y reformas. Sin duda que Brasil está pidiendo a gritos todo eso para salir del marasmo. Pero solo un presidente con la plena legitimidad del voto popular y libre de toda sospecha podría lograrlo. Justo lo que le falta a Michel Temer.