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“Aún posaría desnuda”

La musa de la modernidad en el cine, la moda y la publicidad de los 60 y 70 es una octogenaria activa, curiosa y disfrutona de la vida

Luz Sánchez-Mellado
La actriz y modelo Teresa Gimpera, en su casa de Barcelona.
La actriz y modelo Teresa Gimpera, en su casa de Barcelona.Albert García

Imposible dejar de mirarla. A sus casi 81 años y a medio metro escaso, Teresa Gimpera sigue siendo, lo fue siempre, una mujer imponente. Acaba de cortarse el pelo por encima de los lóbulos, se ha peinado y maquillado ella misma para las fotos y, hecha una equis cruzada de piernas y brazos en el sofá blanco de su ático de Barcelona, resplandece de dentro afuera con esa belleza, aplomo y elegancia que ni se compra ni se vende ni se enseña ni se aprende. Ese carisma que, con 21 años, recién casada con un publicista de la editorial Seix Barral, provocó que algún gerifalte le sugiriera dedicarse a posar para las cámaras porque su fotogenia lo pedía a gritos. El resto es historia de la publicidad, la moda y el cine español. Gimpera, la imagen de la mítica discoteca Bocaccio, la chica de las medias Platino, la musa de la gauche divine barcelonesa, quizá la más sofisticada actriz de las películas de los 60 y 70, no solo sigue vivísima y deslumbrando, sino que se acaba de renovar el carné de conducir para seguir manejando el volante de su vida.

FOTOGALERÍA

“Igual hay quien piensa que estoy rodeada de servicio, haciéndome las uñas y dándome masajes, pero no, vivo y me apaño sola y lo que me gusta es leer, cocinar, hacer labores y ver a los amigos”, dice la Gimpera, merecedora a pulso de ese la de las grandes, mientras le sugiere al fotógrafo el mejor marco para retratarla: “A partir de los 16 años, hay que vigilar la luz para las fotos”, bromea, cómplice, esta modelo y maestra de modelos –su escuela-agencia sigue abierta en Barcelona– sobre cuyo cuerpo diseñaba sus prendas el legendario Pertegaz. “Señorita Gimpera, haga el favor de esconder el sexy”, dice, muerta de la risa, que le decía el genio antes de los desfiles. “Su ropa era divina y etérea, pero, claro, yo tenía pechos y caderas y trasero, y aquello era difícil de disimular”, explica. Así fue siempre su atractivo. Tan apabullante que hasta el director Antonio Mercero tuvo que renunciar a su idea inicial de afearla para su personaje en la película La guerra de papá (1977), en la que interpretaba a un ama de casa frustrada. Imposible hacer de ella una sufridora abandonada.

La Gimpera, como tantas mujeres de su generación, tuvo que inventarse su papel y su sitio en el mundo. “Nunca quise ser modelo, pero cuando vi que sería una forma de ganarme la vida, me apliqué a ello. Aquí no había referentes, así que me inventé mi imagen mirando revistas francesas y, desde entonces, no he variado mucho. Por eso creo que la gente no me ve tan vieja como soy. Otras han tenido cambios drásticos. Yo he sido fiel a un estilo”, dice la octogenaria que, de veinteañera, tiñó de rubio más o menos platino su pelo castaño, se cortó la trenza de adolescente en un intemporal corte cuadrado que ha mantenido hasta que ayer mismo decidió cortar por lo sano, y que se colocaba tres pares de pestañas postizas para parecer más mujer fatal de lo que era. “Entonces no había ni estilistas ni maquilladores ni peluqueros, yo misma me arreglaba, y la famosa foto de Bocaccio, la hicimos Miserachs y yo, que estaba en pelotas, encerrados solos en su estudio”.

Habla de Xavier Miserachs, el mítico fotógrafo que, junto a Oriol Maspons, Leopoldo Pomés y otros tantos artistas varones fueron compañeros de viaje de una generación de mujeres que estrenó derechos y libertades por la vía de los hechos consumados antes incluso de que fueran legales. “Entonces te casabas a los 20 o 21 años para poder dormir con un hombre”, recuerda Teresa, “yo tenía que salir con mi novio y su hermano de carabina, y una vez nos denunció un guardia por darnos un beso en un parque. Fuimos nosotras quienes nos descubrimos y nos liberamos como mujeres. Tomábamos la píldora antes de que se vendiera, y yo misma me separé de mi marido en 1966 porque me enamoré de Craig, sin haber todavía divorcio, cargando, con mucho gusto, con la mochila de mis tres hijos, pero sin tener derecho a nada. Siempre he sido feminista, pero desde una posición de privilegio. Yo era la deseada. No paraba de trabajar. Nunca he dependido de ningún hombre, siempre he ganado más que ellos y nunca ni me las dí de nada, ni se las dieron, aunque a mi hijo mayor le llegaron a decir que su madre era puta por salir con escote en la tele”, explica quien luego se tomó la revancha permitiendo a sus hijos dormir con sus novias en casa.

Craig es Craig Hill, el actor norteamericano que fue su segundo marido y que murió hace dos años, a los 89, causándole con su ausencia el segundo mayor dolor de su vida. Porque antes, Gimpera había enterrado a un hijo. “De Sida. El peor trago. Ahí sí que aprendí a fingir y no en el cine. Me pasé 11 años disimulando. Entonces era una enfermedad de malditos y nadie entendía cómo un niño educado en un entorno amable, de buena familia, caía en eso. Al final, lo puse en la esquela. En ese tiempo aprendí a sufrir, pero nunca, ni entonces ni ahora, he necesitado un psicólogo. Soy positiva. La vida sigue. Sé procesar los problemas”, dice.

Teresa Gimpera posa en su casa junto a las fotos de su carrera.
Teresa Gimpera posa en su casa junto a las fotos de su carrera.Albert Garcia

Y lo dice con la media sonrisa y la risa entera que parece su marca. Con el cutis y los huesos que no proporciona ningún tratamiento estético, aunque ella los lleve puestos. “Me recogí los dobladillos de la cara a los cuarenta y tantos”, bromea, “y me parece bien la cirugía, pero la belleza y el estilo es otra cosa. Tiene que ver con la altura, el esqueleto, la inteligencia, el saber estar y la capacidad de trabajo, la personalidad, la cultura, el conocimiento. Todo eso. Por eso hoy no hay tops, y las chicas duran lo que duran. Son intercambiables y la juventud manda”. Y lo dice una mujer que piensa que la mejor edad, la suya al menos, son los 38-40 años. “A esa edad ya dominaba mi vida, estaba segura de mí. Le caía bien a las mujeres, porque nunca he robado maridos, y les gustaba a los hombres. Trabajaba para vivir, pero disfrutaba de la vida. Y estaba enamorada. Eso, el amor, es lo mejor de la vida”.

Charla y mira y ríe por los codos, la Gimpera. Esta señora imponente que fuma un pitillo, aunque “no debería”. Que anda “fastidiada” de la ciática. Que recogió hace unos años la Cruz de Sant Jordi acompañada de hijos, nietos y biznietos. Que solo tiene Whatsapp y no más redes sociales que los amigos porque echa de menos “la conexión humana”. Que ha participado en tres películas en los últimos dos años. Que da conferencias sobre sexo a mujeres mayores —“Claro que hay sexo a los 80, la piel y la sensibilidad no envejece— y que volvería a posar desnuda a los 80, como hizo a los 65 para El País Semanal porque ni el pudor ni los complejos forman parte de su impedimenta. “Claro que me he deteriorado. Estoy viva y envejezco, pero un cuerpo viejo bien retratado puede ser tan bello como uno joven”. ¿La muerte? “No me da miedo. Me encanta la vida, me cabrea dejar de poder hacer cosas y, aunque la cabeza no creo que la pierda nunca, mis hijos saben qué hacer llegado el caso. He sido afortunada. He tenido una vida interesante”.

La recordamos por Sus icónicas fotos como imagen de la discoteca Bocaccio de Barcelona, sus anuncios en le tele en blanco y negro, sus películas populares y de culto y, siempre, por su belleza y estilo.

Momento de máxima popularidadEn los años 60 y 70, en los que llegó a hacer tres y cuatro sesiones publicitarias a la semana.

A qué se dedica ahora... Hace pequeños papeles en películas, participa en eventos públicos, hace labores de costura y punto y, sobre todo, disfruta de la vida.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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