Una momia en la puerta de al lado
Así pasa la vida en el mejor de los casos, divagando sobre quienes nos rodean porque preocuparse es un exceso de molestia
Lo sé. Estás cosas ocurren. Nos despistamos. ¡De mañana no pasa, hace siglos que no la llamo! ¿Qué habrá sido de él, era un tío estupendo? ¿Sabes algo de su vida? ¿Conoces al del quinto? Es muy callado. No hemos cruzado palabra en tres años. Eso sí, siempre sonríe cuando nos encontramos en el portal.
Y así pasa la vida en el mejor de los casos. Haciéndonos preguntas, que demasiadas veces quedan sin respuesta, y divagando sobre quienes nos rodean porque preocuparse es un exceso de molestia.
Corremos mucho, compartimos más y hablamos poco. Si nuestro compañero de tren nos sale parlanchín, más de uno intercambia miradas de resignación antes de volverse a aislar parapetado tras los cascos, el móvil, las gafas de sol y la máscara de no molesten que estoy concentrado en una nueva fórmula para conseguir la paz en el mundo. Todo trascendental, oigan.
Porque que la viejecita de al lado quiera contarnos que va a ver a su nieto, es una pérdida de tiempo. Que el niño excitado por la aventura del viaje insista en que sepamos cómo se llama su sobado peluche, es de un vulgar que espanta. Y que la pareja madura comente en voz alta los avatares del día después de haber pedido prestado el único periódico de papel de un vagón atestado, se merece un "y a mí que me importa" en toda regla.
Ahora bien, qué tremenda la noticia de la semana pasada. Sí, esa, la de la señora que encontraron momificada en su casa porque llevaba cinco años muerta sin que nadie se hubiese dado cuenta. Parece mentira cómo está el mundo. Menos mal que a mí nunca me pasaría algo semejante.
¿Seguro? Dele una vuelta.
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