_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los Juegos Olímpicos del federalismo

Uno de los legados que quedan de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92 es su espíritu federalista

Francesc Trillas Jané
Los jugadores de la selección española de voleibol que participaron en los Juegos de Barcelona'92.
Los jugadores de la selección española de voleibol que participaron en los Juegos de Barcelona'92.Angel Diaz (EFE)

Uno de los legados que queda de los Juegos Olímpicos de Barcelona de hace 25 años es su profundo espíritu federalista. Tras recorrer la antorcha olímpica toda España, entre el 25 de julio al 11 de agosto de 1992 se practicó con toda normalidad el multi-lingüismo y la multi-capitalidad, dos de los rasgos deseables de un modelo federal. La voz de Constantino Romero nos acostumbró a que el catalán y el castellano podían estar al mismo nivel, junto al inglés y el francés. Barcelona compartió protagonismo con Sevilla y Madrid en los llamados fastos del 92, pero también descentralizó las sedes olímpicas por todo el territorio catalán y más allá, con pruebas en otras Comunidades Autónomas. El entonces alcalde Pasqual Maragall pronunció sus palabras inaugurales en catalán (y en castellano, inglés y francés) en nombre del presidente de la Generalitat y del presidente del gobierno español, en un emocionante discurso de carácter pacifista e internacionalista. Maragall dijo que Barcelona representaba a Cataluña, a toda España, a nuestros hermanos iberoamericanos, y a Europa, “nuestra nueva gran patria”.

La televisión pública catalana y la española cooperaron en la puesta en funcionamiento de una iniciativa única a la vez que obvia como fue el Canal Olímpico que dirigió Martí Perarnau. Se practicó como nunca la colaboración entre administraciones, el gobierno compartido y la democracia participativa, con decenas de miles de voluntarios que rubricaban el inmenso apoyo popular del que gozaron los Juegos (apenas empañado por una ultra-minoritaria oposición de grupos independentistas). Cataluña celebró la victoria de los atletas españoles fueran o no catalanes, y toda España vivió como propio el éxito de los Juegos. España con Cataluña se abría al mundo y recibía a los principales gobernantes del planeta y a miles de visitantes. Nunca desde entonces se ha proyectado desde Cataluña una solidez institucional parecida con vocación de servir al interés público.

En tiempos normales los Juegos Olímpicos son una manera muy ineficiente de alcanzar objetivos sociales y económicos, como explica Andrew Zimbalist en su libro Circus Maximus. Si fueron necesarios en 1992 es porque hasta ese momento los tiempos para Barcelona no habían sido normales. Lo que se imponía era aplicar a la normalidad los principios que hicieron de los Juegos un éxito. Es decir, se imponía que el gobierno compartido, la multicapitalidad y el multi-lingüismo, por ejemplo, no tuvieran que esperar a un gran acontecimiento. La lección de los Juegos es que nuestros problemas colectivos se resuelven mejor con una democracia multinivel eficaz que respete la diversidad y la vea como riqueza.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Sin embargo, la evolución federal se frenó tras las Olimpiadas. El multilingüismo y la multi-capitalidad no han seguido avanzando, y se han perdido oportunidades en estructuras de gobierno compartido. Y sin embargo, la reforma federal en España y Europa está más que trazada por numerosos expertos. Ahora bien: no sólo es una fórmula, sino que debería ser también un abrazo cargado de emotividad, como el de 1992. No es algo de lo que no debamos hablar porque debamos priorizar el “eje social”. Es un prerrequisito para resolver los problemas colectivos, en un mundo que se enfrenta a retos globales colosales. El federalismo es la piedra angular del eje social del siglo XXI.

A veces parece que la generación política que no supo darle continuidad a ese federalismo arroje la toalla. Algunos de sus miembros dicen que es “demasiado tarde”. Para lo que es demasiado tarde es para el Estado-nación tradicional, para el centralismo y para el repliegue identitario. Otras generaciones recogerán el relevo de la antorcha federal, las mismas que se oponen al nacional-populismo en las grandes metrópolis de Europa y América. Ahora celebramos el 25 aniversario de los Juegos. Pero 25 años no son nada en la construcción de un buen modelo federal. EE UU todavía anda en ello y Europa acaba de empezar como quien dice. Cuando nuevas generaciones celebren el 50 aniversario del 92 habremos avanzado más o menos, pero el mundo no habrá dejado de cambiar. La alternativa al federalismo en España y en nuestra nueva patria europea es la parálisis. En los tiempos cambiantes que vivimos, no avanzar implica retroceder. No nos quedemos atrás.

Francesc Trillas es vice-presidente de Federalistes d'Esquerres y co-autor de “¿Qué es el federalismo”? de Ediciones de la Catarata.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_