Al otro lado de la jaula
Los zoológicos humanos reforzaron la concepción de un nosotros civilizado frente a un otro salvaje
Tres jóvenes, uno judío (Vinz), uno árabe (Said) y uno negro (Hubert), están sentados en un parque infantil de la periferia de una ciudad francesa. Un porro les ayuda a sobrellevar el hecho de que no haya nada mejor que hacer en una mañana cualquiera de un día cualquiera. Un monovolumen pasa de largo, pero da marcha atrás a los pocos segundos. Una periodista se asoma desde la puerta delantera y un cámara desde la trasera. Desde lejos y detrás de la valla que rodea al parque, les preguntan si han participado en unos disturbios ocurridos en el centro de la ciudad la noche anterior. Los jóvenes, ofendidos por la pregunta y el prejuicio que esconde, increpan a los periodistas, que se apresuran a marcharse. “Bájese del coche, esto no es Thoiry”, grita Hubert mientras se aleja el coche. Los tres amigos se dan la vuelta y se van del parque en busca de otro lugar en el que matar el tiempo. Vinz pregunta “¿qué es Thoiry?”. “Es un zoo que se visita en coche”, responde Hubert.
Esta historia pertenece a una escena de la película El Odio (1995). Obviamente, aquel parque no era un zoológico. Parece absurdo, en los zoológicos hay animales, no personas. Sin embargo, hace poco más de cien años esto no solo no era absurdo sino que era una realidad. Entre el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX, la expansión del colonialismo (especialmente de las potencias europeas) tuvo como consecuencia la proliferación de zoológicos humanos. Uno de los principales precursores de este fenómeno, Carl Hagenbeck, zoólogo y traficante de animales y seres humanos, prefería denominarlo "exposiciones antropozoológicas". Porque "zoológico humano" no se vende tan bien. Por supuesto, el objetivo de estas exhibiciones de personas desarraigadas de sus tierras de origen era obtener beneficios económicos. Para ello, se reconstruía su hábitat, trayendo también materiales y animales con los que pudieran interactuar. Se trataba de destacar los aspectos más excéntricos de sus costumbres en busca de ofrecer un espectáculo sensacionalista que atrajera a la mayor cantidad de público posible. Lo cierto es que fue un negocio rentable. Los zoológicos humanos atrajeron a millones de personas por todo el mundo.
El Jardin d'Acclimatation de París comenzó a hacer estas exhibiciones en 1877. Durante los primeros años trajeron a personas de una gran variedad de tribus de diversas partes del mundo como nubios (Egipto), inuits (Groenlandia), lapones (Escandinavia) y mapuches (Chile). Conforme fueron incrementándose los intereses y la presencia de Francia en África también aumentó la presencia de africanos en los zoológicos. En el caso de España, el Palacio de Cristal del Parque del Retiro albergó la Exposición de Filipinas en 1887. Los 43 indígenas filipinos fueron presentados a la reina regente María Cristina. La prensa de la época alabó el evento comparándolo con la presentación a los Reyes Católicos de los indígenas que trajo Colón de su viaje a América. En Barcelona, en 1897, tuvo lugar la exposición Negres Salvatges (Negros Salvajes), en la que se mostró a 150 personas de la tribu ashanti (Ghana). En este último ejemplo, el título da cuenta de la concepción general que se tenía en aquella época de los “no civilizados”.
El colonialismo encontró en los zoológicos humanos una herramienta para justificar las atrocidades que se estaban cometiendo en los países de origen de las personas exhibidas. Sirvió como elemento de transición entre el racismo científico que se venía desarrollando y el racismo popular. La población llamada civilizada pudo comprobar lo salvajes, entre comillas, que eran las personas procedentes de las colonias. Así, se reforzó la idea de que existe un “nosotros” (los civilizados) frente a un “otros” (los salvajes). Todo ello bajo el paraguas creado por el discurso de la modernidad y el progreso. La distancia entre los visitantes y los exhibidos sirve de metáfora para imaginar la construcción de un muro antropológico que grabó en el subconsciente cultural de Occidente la idea de una superioridad racial frente a todo lo que no es Occidente.
Cabe preguntarse qué queda de esta idea en nuestro imaginario colectivo. A nadie se le escapa que los zoológicos humanos ya no existen. Sin embargo, aquellas jaulas incrustadas en el corazón de las ciudades siguen entre nosotros. Los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) no dejan de ser (no) lugares dentro de la ciudad en los que se retiene forzosamente a personas en función de su procedencia y donde el respeto por los derechos humanos es nulo. La deshumanización de las personas “no civilizadas” en aquel entonces es la que permite que estas situaciones sigan normalizadas a día de hoy. La sociedad sigue observando desde el sitio que ocupa el espectador, ahora sentado en el sofá y a través de los medios de comunicación. Como un problema que afecta a otros. No a ‘nosotros’. Pero, solo hay que pensar que si ‘nosotros’ fuésemos ‘todos’, nadie se quedaría al otro lado de la jaula.
Actualización (24/07/2017): Por error, una versión anterior del artículo decía que el lapón es un pueblo originario de Argentina, cuando lo es de Escandinavia.
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