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Tentaciones
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¿Por qué ocultamos que nos da miedo volar en avión?

Uno de cada seis pasajeros pasa miedo cuando coge un vuelo. En la Facultad de Física me enseñaron los principios que permiten a un avión sustentarse en el aire pero, aun así, me sigue resultando inverosímil

Sergio C. Fanjul

Si usted tiene miedo a volar sepa que existen cursos eficientes para vencerlo y una amplia farmacopea que puede hacer brotar el coraje hasta de un peluche. Lo de que gran cantidad de seres humanos tengan miedo a volar es de lo más natural: somos animales hechos para andar bien pegados al suelo y estar montado en un cachivache a 900 kilómetros por hora y a 10.000 pies de altura seguro que no le encaja a nuestro cerebro de reptil. ¿Qué hacemos por encima de las nubes?

El sueño humano de volar hace tiempo que se hizo realidad, es un triunfo, ahora tenemos la opción de viajar lejísimos en poco tiempo y ver la Tierra desde el cielo, como un patchwork. El precio a pagar son las extrañas liturgias de los aeropuertos, las incomodidades del avión y el miedo irracional a que el artefacto se caiga. Ahora es verano y 83 millones de turistas extranjeros van a llegar a España (es un récord), casi todos por el aire, como latas de sardinas a propulsión. Esa es la imagen: están lanzando turistas a propulsión, con la ayuda de potentísimos motores, hacia las costas españolas. Aterrizarán sobre la paella y la sangría.

"Esa es la imagen: están lanzando turistas a propulsión, con la ayuda de potentísimos motores, hacia las costas españolas. Aterrizarán sobre la paella y la sangría"

Yo vuelo, claro, mi miedo es menor que mi necesidad de viajar a lejanos lugares ultramarinos, y lo cierto es que siento cierta fascinación ante el viaje en avión, sus panorámicas y sus luces nocturnas, como en un amor-odio. Porque también soy de esos que van inquietos, atentos a cada sonido que produce la aeronave, a cada movimiento extraño, observando la actitud de los auxiliares de vuelo, imaginando catástrofes. En la Facultad de Física me enseñaron los principios que permiten a un avión sustentarse en el aire (el efecto Venturi, el Principio de Bernoulli, etc) pero, aún así, el hecho de que estos aparatos vuelen me sigue resultando inverosímil.

Miedo irracional, digo, porque ya sabemos que “el avión es el medio de transporte más seguro”, y que es más fácil tener un accidente en un coche que en un Boeing. Despegan 400.000 vuelos diarios en el mundo, y raramente se producen accidentes. Pero nuestro encéfalo más primitivo no entiende de estadísticas. ¿Y si somos protagonistas de la extraña anomalía? ¿Y si nos pasa a nosotros? Hubo un poeta que dijo que el accidente aéreo era la forma más hermosa de morir, yo creo justamente lo contrario. Además, estoy seguro que la mayoría de la gente que viaja en el avión va puesta de ansiolíticos. Cuando hay algo de turbulencia muchos de esos que aparentan serenidad se quitan la careta y patalean de pánico imperceptiblemente. Y eso que también nos han repetido hasta la saciedad que las turbulencias son algo perfectamente común. Pero, ¿a quién le gustan?

Según la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), uno de cada seis pasajeros pasa miedo cuando coge un vuelo. Algunos de los factores que influyen en este miedo, según han señalado los psicólogos, son la capacidad de fabulación (lo que nos permite imaginar con tremendo realismo lo peor) o la necesidad de tener las cosas bajo control. No se me ocurre situación en la que uno tenga menos cosas bajo control que cuando el avión está acelerando en la pista de despegue, montando en un cachivache enorme y potentísimo que se arroja al vacío del cielo a toda velocidad. Es la misma sensación que envejecer, pero a toda hostia.

En otros tiempos la mayoría de la gente no cogía un avión en su vida, hoy lo difícil es no hacerlo. Lo que era un medio de transporte para ricos fue cada vez más popular durante el siglo XX, progresivamente adoptado por las clases medias, hasta llegar al extremo de las compañías low cost actuales, casi al alcance de cualquiera (otro factor del auge del turismo rampante). Existen unas 1.500 aerolíneas que conectan 4.000 aeropuertos en todo el globo. En algunas de estas líneas el vuelo ha perdido hasta su glamour místico de ruptura del orden de la naturaleza (¡volar!), el acontecimiento único y sobrenatural, y parece que viaja uno en un autobús urbano donde, además, tratan de venderle parafernalia inútil.

La lectura de libros como el reciente Travesía aérea (Capitán Swing), de Mark Vanhoenacker, un piloto transcontinental que cuenta su particular existencia (en un eterno jet lag en las alturas, de un lado para el otro del planeta) ayuda a normalizar la experiencia: hay gente que casi pasa más tiempo en el aire que en la tierra. Si se siente avergonzado por su miedo busque en Google las abundantes listas de celebrities con miedo a las alturas: Jennifer Aniston, Lenny Kravitz o Lars Von Trier. O Gabriel García Márquez que publicó en este mismo diario, en 1980, un artículo canónico sobre la aerofobia, de título, visto desde hoy, algo heteropatriarcal: Seamos machos: hablemos del miedo a volar. “El verdadero temeroso del avión no es el que se niega a volar, sino el que aprende a volar con miedo”, escribía el Nobel colombiano.

Usted es como esa gente divina. Recuerde también al todopoderoso M.A. Barracus, señalado miembro del Equipo A, al que tenían que darle hamburguesas con droga para montarle en aviones (que, encima, pilotaba Murdock, “¡ese maldito loco!”). O al artista Melendi que, por puro miedo, se cogió una buena melopea en un avión de Iberia con destino a México, tal vez la más sonada de toda la Historia de la Aviación Civil, tanto que tuvieron que dar la vuelta y regresar a Barajas. Pero esto último no lo intente en su vuelo.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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