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Perro Furioso y la lección de periodismo de Teddy Fischer

Algunas enseñanzas de la entrevista de un escolar al jefe del Pentágono: Preguntar requiere saber y querer. Saber de lo que se va a hablar y querer escuchar

Juan Cruz
Jim Mattis, en el Pentágono.
Jim Mattis, en el Pentágono.Manuel Balce Ceneta (AP)

Los periódicos son piezas maravillosas, cajas llenas de sorpresas estimulantes. En papel o en digital. Yo prefiero el papel. ¿Por qué? Pues porque nací oliéndolo, y a estas alturas son tantos los vicios (y las virtudes) que desprende ese perfume que no conozco adicción más benévola ni más gratificante que la de leer periódicos para dejarme sorprender, emocionar, indignarme o preguntar.

El día en que entrevisté a Perro Furioso, por Joan Faus

Un hallazgo rocambolesco derivó en una entrevista exclusiva con el jefe del Pentágono. Teddy Fischer, un estudiante de secundaria de una escuela del Estado de Washington (...)

Y este último jueves la última página de EL PAÍS produjo una de esas maravillas que llegan a los periódicos, se valoran, se desdeñan o, según el genio o la experiencia que permite dejarse emocionar, alcanza zonas de privilegio en las páginas. Que Dios (el Dios del periodismo, en todo caso) me frene el deseo de las comparaciones entre el dios digital y el dios papelero, pero yo prefiero el papel, también, por esta vieja razón: el papel certifica la situación de una noticia en el cosmos gráfico de un diario. Mientras que en el universo digital las noticias van y vienen y requieren, desde mi antiguo punto de vista, una búsqueda que el papel facilita y fija.

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Esa perla en cuestión es la crónica que hizo Joan Faus desde Washington sobre un estudiante norteamericano, de nombre Teddy Fischer, que fue capaz de llegar a entrevistar al jefe del Pentágono, un militar que, por el carácter de sus hazañas bélicas, alcanzó el sobrenombre inquietante de Perro Furioso. Resulta que este Perro Furioso, que había sido enunciado como un individuo peligroso y abrumador, accedió a ser entrevistado por el muchacho para su diario escolar. El encuentro fue azaroso: fue por azar que el chico supo del teléfono de este militar de pasado borrado por el sobrenombre; y fue azaroso que este hombre tan ocupado en la inspección y el desarrollo del mayor ejército del mundo le devolviera la llamada a Teddy y accediera a sentarse con él para una entrevista que ahora ya ha tenido repercusiones que justifican el tiempo que cada uno de los dos, el chico y el militar, le dedicaron a este propósito.

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La mayor sorpresa de la entrevista no es sólo que se hiciera, es decir, que el militar de tantos galones accediera a hablar con un muchacho para una entrevista escolar; lo más interesante es que resulta una lección de periodismo. En primer lugar, y como debería ser norma, el entrevistador, un adolescente, sabía muchísimo de los asuntos estratégicos e históricos del militar; éste, de cultura dilatada, en historia y en filosofía, mostró ante el entrevistador un respeto que, tal como son las cosas en el periodismo de hoy en día, resulta abrumador y ejemplar. Y, en último término, las cosas que dice el militar las podrían decir, entre nosotros, y que ellos me perdonen, gente como don Emilio Lledó o como don Ángel Gabilondo, tales son las apelaciones a la ética individual y colectiva que Jim Mattis, el mentado jefe del Pentágono, pronuncia ante de Teddy Fischer y que éste recoge.

No es una entrevista excepcional, por supuesto; lo que es excepcional es cómo la logró el chico. Pero sí es excepcional que sea este muchacho el que le haya quitado a Perro Furioso, de un sopetón, la fama de personaje intratable que, en la cúspide de la milicia, es incapaz de otra cosa que de decir “¡Firmes!”

Y una cosa más: la entrevista refleja un respeto mutuo; el chico no va a matar al padre (en este caso, al abuelo) ni se deja llevar por la impronta ahora común de gritarle a aquel del que quiere respuestas. Preguntar requiere saber y querer. Saber de lo que se va a hablar y querer escuchar. Si ambas aptitudes se ponen en marcha te responde bien hasta un Perro Furioso.

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