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Columna
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Encierros

¿Qué es el resto del año, comparado con los sanfermines?

Fernando Savater
Corredores en el octavo encierro de los sanfermines 2017.
Corredores en el octavo encierro de los sanfermines 2017.Gari Garaialde (Getty Images)

Sin dudar, líbreme Dios, que la Fiesta del Orgullo ha sido la más alta y populosa ocasión que vieron los siglos, hay que reconocer que los sanfermines tampoco han estado mal. Y tienen a su favor, además, que el año que viene se harán otra vez en Pamplona en vez de trasladarse a Nueva York. Para mí, que ya no puedo meterme en mayores trotes, los sanfermines son los encierros... vistos en televisión. Cada mañana a las ocho menos cuarto cojo mi pañuelico rojo (a veces me conformo con una servilleta), enrollo un periódico (el Abc es el que más se presta) y me instalo frente a la pantalla. Si noto las punzadas de la artrosis en piernas y brazos, mejor que mejor: le ponen su punto de dramatismo virtual a la aventura que voy a correr por personas interpuestas. Y luego los tres cánticos a san Fermín, los tensos momentos de la espera en la que mocetones de brazos tatuados y chicas sin miedo ni grasa rezan como seguro que no lo hacen el resto del año (pero... ¿qué es el resto del año, comparado con los sanfermines?). Es difícil no enamorarse de ellos y ellas en ese pórtico del peligro con gozo. Estalla el chupinazo, se abren los portones, suenan las esquilas como las campanas medievales tocaban a rebato para avisar la llegada del enemigo y salen los morlacos con su galope engañosamente pesado, ominoso. Se inician las carreras, los quiebros, tropezones y caídas, regates audaces, cornadas al paso, el riesgo feliz de los que aún no temen estar vivos. Quién pudiera, ay, quién pudiera...

A mí me gustaría que en los encierros los toros fuesen saliendo de uno en uno o todo lo más de dos en dos, para poder verlos con mejor detalle. Esos toros espléndidos a los que dicen que tanto hacemos padecer... En el resto de Europa gozan de mejor trato, porque desaparecieron hace siglos.

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