_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Putin es fuerte o débil?

Al ruso no le han salido bien sus apuestas en Europa y su clase media está descontena

Monika Zgustova
Un hombre coloca una careta de Putin maquillado durante el Festival de Gays y Lesbianas en Berlín.
Un hombre coloca una careta de Putin maquillado durante el Festival de Gays y Lesbianas en Berlín.FELIPE TRUEBA (EFE)

A principios de agosto del año pasado, Barack Obama recibió una nota de la CIA. Se trataba de una bomba de relojería: en ella se detallaba la información sobre la participación directa de Vladímir Putin en la campaña cibernética rusa que tenía como objetivo desbaratar y desacreditar la campaña electoral y las elecciones presidenciales en EE UU. Hace unos días, The Washington Post desveló el pavor de Obama a las consecuencias que podrían traer unas represalias norteamericanas contra Rusia. El periódico descubrió paso a paso el proceso de cómo Putin, con sus hackers,se inmiscuyó en las elecciones.

Tras esos ciberataques, que ayudaron a aupar a Trump, los espectadores pueden tener la sensación de que Putin es omnipotente y que hace y deshace a su antojo. Nada más alejado de esta percepción. Putin quedó asustado —aunque no intimidado— al ver la reacción de Occidente ante sus últimas hazañas militares: la anexión de Crimea y la ocupación del este de Ucrania. No esperaba un rechazo en bloque y unas sanciones que debilitan de modo colosal a su economía, ya de por sí endeble. Al ver su liderazgo cuestionado, y Ucrania bajo la protección de la UE y el FMI, intenta mostrarse ante sus votantes como un político fuerte, seguro de sí mismo.

Otros artículos de la autora

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sin embargo, las ciudades le dan la espalda y los 17 años en el poder le pasan factura, de modo que el líder ha empezado a mostrar signos de agotamiento: los asesinatos de muchos de sus críticos —Borís Nemtsov, el último— y el haber apartado al opositor Navalny de las elecciones no son indicios de un político sólido. Además, los rusos han evolucionado: mientras que el homo sovieticus admiraba la grandeza de su país por encima de todo, los moscovitas y los petersburgueses de la actualidad no son distintos de los urbanitas occidentales: prefieren paz y prosperidad a las grandilocuentes soflamas patrióticas. Con el apoyo de esa clase urbana, cuyo poder adquisitivo ha disminuido considerablemente con el desplome del rublo y la crisis económica causada por las sanciones (14 millones de rusos dejaron de ser clase media en los últimos dos años), se podría producir una sublevación parecida a la ucrania: un Maidan ruso.

Putin ha sido capaz de contentar —y controlar— a los militares y a la Iglesia. Lo que le preocupa es lo que piensan los 100 más poderosos de Rusia. Y esos 100 oligarcas son justo aquellos a los que mayor daño han causado las sanciones. Aunque empieza a recuperarse, la inversión extranjera cayó en 2015 a menos de la mitad que el año anterior, y Rusia ocupa el puesto 40 del ranking de mejores países donde invertir, según el Banco Mundial. Esa dificultad creciente para las grandes operaciones financieras e industriales hace crecer el descontento entre las grandes empresas rusas y los oligarcas. Putin intenta dar la imagen de fortaleza justo porque sus últimas proezas no le han salido bien. Apostar por encumbrar a Trump, sobre cuyos negocios en Rusia tenía el famoso kompromat, le salió caro: los ciberataques rusos se descubrieron y su manipulación de la cumbre política estadounidense está bajo investigación. Además, Trump, que debía ayudar a Putin a levantar las aborrecidas sanciones, se mostró tan torpe que ha dejado de servirle.

En la UE, el bloque más próspero e igualitario del planeta, admirado por las élites urbanas rusas, Putin no ha tenido éxito sembrando el caos. En Francia le falló su amigo Fillon al igual que LePen, en Austria y Holanda fracasaron los populistas en los que había depositado su ahínco y su financiación. Su compañerismo con algunos líderes de los países poscomunistas, una periferia en general alejada del mainstream del pensamiento y decisiones europeos, carece de importancia para el conjunto de una Europa fortalecida tras la victoria de Macron, ganador a pesar de los ciberataques rusos. Un Macron que le recomendó al presidente ruso, durante su visita oficial a París, que en vez de entrometerse en los asuntos occidentales cuidara de los derechos humanos en su país.

A Bush, Merkel y Obama les interesaba tener buenas relaciones con Rusia y en su momento intentaron un reset. No obstante, el comportamiento imprevisible de Putin acabó generando su aprensión y pavor. De modo que Putin ha quedado aislado por la comunidad internacional y cada vez más contestado por los ciudadanos de su propio país. Sin embargo, un giro en las relaciones interesaría tanto a Europa como a su vecina Rusia.

Monika Zgustova es escritora. Su última novela es Las rosas de Stalin.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_