Una nueva etapa en Oriente Próximo
Las potencias suníes de la región, envalentonadas por la estrategia de Trump, se han unido contra el ISIS e Irán a la vez. El uso de enemigos externos para desviar la atención de problemas internos es una táctica sacada del manual del autócrata
Con la expulsión del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) de sus bastiones en Siria e Irak mediante las batallas de Mosul y Raqqa y la guerra civil siria convertida en una guerra de desgaste, los conflictos más agudos de Oriente Próximo comienzan a evolucionar rápidamente. Pero eso no implica que su solución esté cerca.
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El autoproclamado califato del ISIS nunca fue un Estado al que fuera posible forzar a una rendición incondicional; por eso las batallas de Mosul y Raqqa nunca iban a ser decisivas, incluso logrando la eliminación de los santuarios de la milicia. La expansión del ISIS a Libia y la península del Sinaí en Egipto revela la abundancia de áreas poco controladas en las que la banda puede penetrar.
Por el momento, el ISIS pasó a una estrategia de planear e inspirar atentados terroristas en Oriente Próximo, Europa e incluso el sureste de Asia. Tal vez su próximo paso sea desestabilizar los regímenes árabes desde dentro (una estrategia que las coaliciones internacionales que están cerrando el cerco en torno de Raqqa no pueden contrarrestar).
La incoherencia y fragilidad de estas coaliciones reafirma este hecho. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha armado toda su estrategia para Oriente Próximo en el temor saudí no sólo al ISIS, sino también a Irán. Las potencias suníes de la región, envalentonadas por la estrategia de Trump, se han unido contra el ISIS e Irán a la vez, olvidando por un tiempo su encarnizada enemistad habitual.
Irán, por su parte, sabe que los territorios liberados del control del ISIS difícilmente volverán a sus anteriores soberanos. Por eso se dedicó a reforzar su control de Siria meridional, a lo largo de la frontera con Jordania, como parte de una campaña más amplia que busca crear una media luna bajo dominio chií extendida desde Irán, a través de Irak (que ya es prácticamente un fideicomiso iraní) hasta Siria y Líbano. Pero Israel, miembro tácito de la alianza suní patrocinada por Estados Unidos, no esperará sentado, viendo formarse esa media luna. Por el contrario, ya dejó claro que una presencia iraní al lado de las Altos del Golán aumentaría el riesgo de guerra.
Rusia comparte con Irán el objetivo de evitar la caída del régimen de Bachar el Asad
Estados Unidos también está haciendo su parte para impedir que las potencias chiíes logren contigüidad territorial desde el Golfo hasta el Mediterráneo; esto incluye bombardeos en la triple frontera de Irak, Jordania y Siria. Las fuerzas estadounidenses también derribaron un bombardero sirio y dos drones armados iraníes operados por Hezbolá.
Irán no es el único país que intenta redibujar las fronteras regionales en provecho propio. Hay pruebas del apoyo explícito del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, al desafío del ISIS al centenario esquema de Sykes-Picot, creado por los ingleses y los franceses tras la caída del Imperio otomano.
Los kurdos (aliados clave de Estados Unidos en la lucha contra el ISIS) también quieren introducir cambios en el mapa regional, aunque no los mismos que Turquía. Aspiran a un Estado propio y, hasta cierto punto, confían en obtenerlo, dada su contribución a la derrota del ISIS. Masoud Barzani, presidente de la región autónoma del Kurdistán iraquí, anunció la convocatoria a un referéndum independentista para los kurdos iraquíes en septiembre.
Para Turquía, evitar esa eventualidad es más prioritario que derrotar al ISIS o derrocar al régimen del presidente Bachar el Asad. Erdogan teme que la independencia de los kurdos iraquíes pueda llevar a los rebeldes kurdos de Turquía (el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, PKK) a revivir sus viejas luchas independentistas. Al Gobierno de Ankara le preocupa que el respeto que se han ganado en el campo de batalla las milicias kurdas sirias afiliadas al PKK les confiera legitimidad internacional, y de ahí sus intentos de suprimirlas.
Dados esos temores, es probable que las fuerzas turcas ya desplegadas en el norte de Siria se queden allí incluso tras la caída de Raqqa, para crear un cordón entre los kurdos sirios y los de Turquía. Pero aunque la inquietud turca sobre la resistencia kurda no es infundada, el surgimiento de un Estado kurdo es sumamente improbable, porque quedaría encerrado entre cuatro países (Irán, Irak, Turquía y Siria) que se oponen firmemente a ello.
Otro actor clave en el Oriente Próximo actual es Rusia, pero el Kremlin no parece muy interesado en inmiscuirse en el conflicto suní-iraní (y mucho menos intervenir en la relación entre Turquía y el PKK). Lo que sí está haciendo el Kremlin, por ahora, es compartir con Irán el objetivo de evitar la caída del régimen del presidente sirio, Bachar el Asad. Pero en cuanto la situación se estabilice, es seguro que la alianza tácita se disolverá y dará paso a una competencia encarnizada por el control político de Siria.
En un contexto tan complejo, no hay margen para más incertidumbre. Eso explica la reciente decisión de Arabia Saudí (con Bahréin, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos) de cortar relaciones diplomáticas y vínculos comerciales con Qatar, al que acusan de desestabilizar la región con su apoyo simultáneo a grupos representantes de Irán y a las milicias suníes de Al Qaeda y el ISIS. Los saudíes y sus socios creen que es hora de que Qatar defina su postura en relación con Irán y con los islamistas.
El problema real de Arabia Saudí no es Qatar, sino resolver sus debilidades internas
Pero por ahora, Qatar se las está arreglando, con un poco de ayuda de los amigos que le quedan. Irán y Turquía han ofrecido compensar las pérdidas comerciales impuestas por la coalición saudí. Turquía también ha enviado tropas a su base militar en Qatar.
En cualquier caso, el problema real de Arabia Saudí no es Qatar, ni tampoco Irán. El uso de enemigos externos para desviar la atención de problemas internos irresueltos es una táctica sacada del manual del autócrata. Para convertir un reino feudal en un Estado-nación moderno, lo que necesita Arabia Saudí es resolver sus debilidades internas, no más alianzas beligerantes y contratos de armamento astronómicos como los que los dirigentes saudíes firmaron con Trump durante su reciente visita a Riad.
Egipto también necesita concentrarse en reducir sus graves tensiones sociales y políticas internas. Sólo entonces podrá afirmar el control de la península del Sinaí, base de operación de varios grupos terroristas (incluido el ISIS).
Los aliados suníes de Estados Unidos se sienten atraídos por Trump, en parte por el escaso interés que muestra en la clase de reformas democráticas promovidas por su predecesor, Barack Obama. Pero por la senda que llevan se exponen a estallidos sociopolíticos fronteras adentro y a una profundización de conflictos fronteras afuera.
Shlomo Ben-Ami, exministro israelí de Asuntos Exteriores, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz y autor del libro Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí.
Traducción de Esteban Flamini.
© Project Syndicate, 2017.
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