_
_
_
_

Aceite de argán, el oro marroquí

El argán es endémico 
del suroeste de Marruecos.
El argán es endémico del suroeste de Marruecos. Stefanie Loos
Mónica Luengo Montero

FATIMA IHIHI siempre se ha sentido afortunada. Su padre permitió que terminase sus estudios y la ayudó a cumplir un sueño: crear una asociación para alfabetizar y enseñar un oficio a las mujeres de su pueblo, Akhsmou, al suroeste de Marruecos. Los hombres de esta pequeña localidad al principio no entendían qué necesidad había de que sus esposas e hijas aprendiesen a leer y escribir, y se oponían a que trabajasen fuera de casa. Consiguió arrancar el proyecto con 29 trabajadoras en 2004. Ahora esta joven bereber de 34 años da trabajo a un centenar de mujeres. Dirige Toudarte, una de las 300 cooperativas femeninas dedicadas a la producción de aceite de argán en el país norteafricano. Un producto que en los últimos años se ha convertido en un preciado ingrediente de la industria cosmética por su alto poder nutritivo y antioxidante. Se utiliza en cremas para la piel, pero, sobre todo, es muy valorado por sus beneficios para el cabello, al que proporciona una alta luminosidad e hidratación. Grandes multinacionales como la francesa Kérastase elaboran gamas completas para el pelo con este ingrediente como protagonista.

La profesora e investigadora Zoubida Charrouf es la artífice de la recuperación de esta tradición.

Pero durante mucho tiempo este tesoro dorado fue un desconocido para los propios marroquíes. Solo las bereberes sabían cómo elaborarlo y lo utilizaban para la piel, el cabello y en la gastronomía. La extracción artesanal era lenta y trabajosa, para conseguir un solo litro se invertían más de 20 horas de trabajo. Las mujeres no solían recibir ningún beneficio, ya que eran los hombres de su familia los encargados de vender el producto, envasado en botellas recicladas, en el mercado local. Además, la tradición se iba perdiendo al mismo ritmo al que desaparecían los árboles del argán, de cuyos frutos se obtiene el aceite. Se trata de una especie endémica del suroeste de Marruecos que está adaptada a los rigores de este clima de altas temperaturas y escasa humedad. Durante la Segunda Guerra Mundial, la mitad de los bosques fueron talados para ser usados como combustible, y en las décadas posteriores se cortaron aún más árboles para extender los campos de cultivo. Entre la década de los sesenta y la de los ochenta llegaron a perderse más de 600 hectáreas cada año.

Fue una investigadora y profesora de química de la Universidad Mohamed V de Rabat, Zoubida Charrouf, quien advirtió del desastre ecológico que se estaba produciendo y se propuso revertirlo. Lo primero que hizo fue analizar el producto para tratar de dar una base científica a las propiedades que eran bien conocidas por la tradición bereber. Charrouf explica que el aceite de argán es el que más concentración de vitamina E tiene del mundo y además posee tres veces más omega 6 que el de oliva. “Estas cualidades son las que hacen que sea tan apreciado en la industria cosmética”, explica con orgullo.

Las semillas se siguen pelando a mano.

Gracias a las subvenciones de las embajadas y a la ayuda internacional de varios inversores, la investigadora logró reunir el dinero necesario para poner en marcha el proyecto. De nuevo, lo más difícil fue implicar a la comunidad local, convencerlos de que no solo se trataba de una oportunidad económica, sino de una manera de regenerar los bosques de su región y frenar la desertización.

En 1996 Marruecos exportaba 100 litros de aceite de argán al año. Hoy esta cifra supera las 1. 200 toneladas.

En 1996, el año en que Charrouf logró fundar la primera cooperativa femenina, Marruecos tan solo exportaba 100 litros de este producto al año para su uso en gastronomía a unos 3 euros por litro. Actualmente se exportan más de 1.200 toneladas y su precio llega a alcanzar los 25 euros por litro. Las primeras trabajadoras fueron viudas y divorciadas, mujeres que no tenían nada que perder y nadie ante quien responder. Todo el proceso se mecanizó salvo la extracción de las semillas, que hoy se sigue haciendo golpeando el fruto seco con una piedra. El lugar elegido fue la pequeña ciudad turística de Tamanar. La idea era que los extranjeros comprasen aceite de argán como souvenir y se corriese la voz sobre su calidad y sus beneficios. “Teníamos un producto que nadie conocía y cero dírhams para hacer campañas publicitarias”, recuerda entre risas la investigadora marroquí.

El primer golpe de suerte llegó con la visita de una cadena de televisión francesa que les dio visibilidad internacional. En 1999, Charrouf creo la ONG Ibn al Baitar para asesorar a las nuevas asociaciones femeninas que empezaron a surgir. A las mujeres se les enseña a leer y escribir, a negociar con los proveedores, nociones básicas de marketing e incluso a trazabilizar la producción. Más tarde, el Gobierno marroquí se implicó en el proceso y a partir de ese momento cada vez que se crea una nueva cooperativa se construye un colegio, un dispensario y carreteras que la comuniquen con el pueblo más cercano.

Pero el proyecto empezó a crecer realmente cuando dio el salto a la cosmética. La profesora Charrouf colaboraba con un laboratorio francés especializado en analizar y comercializar ingredientes para productos de belleza y fueron ellos los que les pusieron en contacto con grandes marcas del sector como L’Oréal. Ahora algunas de las firmas de esta empresa francesa, como Kérastase, trabajan directamente con las cooperativas. Un ejemplo de esto es la línea para cabello Aura Botanica, que está compuesta en un 98% por productos naturales, entre los que destaca el aceite de argán.

La recuperación de este elixir ha revolucionado el mundo de la belleza y la vida de los habitantes de esta región marroquí. Ya son miles las mujeres que han empezado a trabajar en alguna de las 300 cooperativas y a ganar un salario estable. Algunas por fin han podido comprarse una casa, un frigorífico o las medicinas necesarias para tratar la enfermedad de un familiar. El analfabetismo femenino ha pasado en 20 años del 95% al 50% en la zona. El Gobierno se ha comprometido a reforestar 200.000 hectáreas antes de 2025. Más de dos millones de personas trabajan directa o indirectamente con el argán. Pero si hay algo de lo que Charrouf se siente realmente orgullosa es de que por fin todos los niños están escolarizados. “Yo misma tuve que enfrentarme a mis padres para poder estudiar como mis hermanos y no quiero que eso le vuelva a pasar a ninguna niña”, zanja la profesora.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Mónica Luengo Montero
Redactora de la sección de última hora. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en el periódico. Antes trabajó en las revistas El País Semanal, ICON y Buenavida. También fue redactora en La Gaceta de Salamanca. Estudió periodismo en la Universidad Pontificia de Salamanca y Sciences Po, más tarde cursó el Máster de periodismo de EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_