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Ignacio Hernández Medrano, un médico en busca del diagnóstico perfecto

IGNACIO HERNÁNDEZ Medrano (Alicante, 1983) siempre tuvo claro que quería ser médico. Aunque el primer curso de carrera le asestó su primera crisis vocacional. “Tengo muy mala visión espacial y se me daba tan mal la anatomía que me planteé si no debía dedicarme a otra cosa”. Perseveró. Por una poderosa razón: “Desde el principio supe que quería hacer medicina para luego cambiarla. Aspiraba a impulsar una transformación sistémica: modificar la forma en que mis compañeros médicos trabajaban”, explica. Hernández Medrano terminó los estudios en la Universidad Miguel Hernández de Elche, preparó el MIR en Oviedo y realizó la residencia en el hospital Ramón y Cajal. El padre de la neurociencia moderna y Oliver Sacks, el gran divulgador de los misterios de la mente, fueron clave en su elección de la especialidad de neurología. Desde su segundo año en el centro madrileño, por las mañanas atendía pacientes y por las tardes y noches estudiaba un máster de gestión sanitaria. “En el sector médico no se entiende demasiado bien una vocación como la mía”, dice encogiéndose de hombros. “A mis compañeros lo que les gusta es poner el fonendo y no quieren saber nada de empresas o dinero”. En el cuarto año de residencia, en lugar de hacer una rotación voluntaria —“en alzhéimer, epilepsia, párkinson…”—, prefirió “jugar con los grandes datos” en el Instituto de Información Sanitaria. Por entonces, asegura, “pensaba que la sanidad podía cambiarse con política”. Enseguida se dio cuenta de su error. “El mundo de hoy se arregla con innovación y buenas ideas”. Y la suya responde al nombre de Savana.

Durante una guardia en el hospital Ramón y Cajal.

En enero de 2014, su amigo Alberto Giménez Ramón-Borja, abogado de formación, le preguntó si en medicina no existía un equivalente a la jurisprudencia en derecho. ¿No ayudaría a los médicos en su práctica diaria apoyarse en casos previos? “Mi respuesta fue que no existía ese equivalente, pero que teóricamente podría crearse porque en España más del 80% de las historias clínicas estaban digitalizadas y, por tanto, constituían una fuente de big data enorme”. Tan solo necesitaban, les aclararía el ingeniero y también amigo Jorge Tello, aprender de “procesamiento del lenguaje natural”. Los tres se pusieron a trabajar y tan solo unos meses más tarde ganaron una competición para emprendedores tecnológicos auspiciada por la Fundación Rafael del Pino y la Singularity University de Silicon Valley: en verano de 2014, Hernández Medrano viajó a Estados Unidos para seguir un programa de 10 semanas del que saldría apuntalada Savana Médica, una herramienta de inteligencia artificial y big data que quiere ayudar a los médicos a tomar mejores decisiones y que ya emplean 41 hospitales tanto públicos como privados en España (y uno más en Chile).

THOMAS CANET

Hoy Hernández Medrano divide su tiempo entre sus pacientes en el Ramón y Cajal —“mientras mi nivel de competencia sea el adecuado, no dejaré la neurología porque me ayuda a entender qué herramientas hay que fabricar”—, Savana y la divulgación. En sus charlas defiende que la profesión tiene a un gran aliado en la tecnología. La información médica crece a un ritmo vertiginoso y cada vez es más difícil mantenerse actualizados. En consecuencia, la calidad de la atención que se dispensa depende de que el médico esté al día para ser capaz de llegar a un buen diagnóstico. Ese fenómeno, enemigo común de todo paciente, se llama variabilidad. Y es lo que persigue paliar Savana. “Hoy, cuando un médico se enfrenta a un cuadro que desconoce puede buscar en libros, un proceso lento y torpe, o en ciertas bases de datos, pero sobre todo se recurre a la opinión de otros compañeros. Es un método muy informal”, señala. “El mercado de un médico no es curar enfermedades, sino tener la confianza de la población. Pero a estas alturas de la historia de la humanidad es absurdo pensar que puede almacenar todo el conocimiento científico en su cerebro: no es posible y, sobre todo, no es necesario”.

Durante su intervención en un congreso de la Asociación Española de Urología.

Con un par de clics, Savana, que ya cuenta con una plantilla de 15 trabajadores y prepara su asalto al mercado anglosajón, permite a los profesionales saber qué han hecho otros ante un caso similar. “Es como si el médico entrara en una habitación donde hubiera mil especialistas y les preguntara su opinión. Utilizamos la fuerza de la computación para incrementar exponencialmente el número de colegas al que puede consultar”, explica Hernández Medrano. “Hoy la historia clínica digital se utiliza en sanidad para lo que llamamos uso primario. Es decir, tú vas al médico porque te duele la cabeza, apunta una serie de datos y los tiene ahí para, cuando vuelvas, saber qué te pasó. Pero lo que no existe es la reutilización secundaria, es decir, reunir los historiales, previamente anonimizados, de todos los que tienen dolor de cabeza y extraer conclusiones. Y eso es exactamente lo que hace Savana: ofrecer información útil no solo al médico en la consulta, también al gerente del hospital y al investigador, que tiene una maraña de datos de los que extraer luz para decidir cuál será la siguiente investigación, medicamento o prueba”.

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