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Columna
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Viajantes de sí mismos

Javier Cercas

ESCRIBO ESTE artículo en un hotel de Ciudad de México, adonde he venido a promocionar mi última novela. Es lo que hacemos los escritores actuales después de publicar cada nuevo libro: viajar durante meses para dar a conocer a nuestro recién nacido, convertidos en viajantes de nosotros mismos, tratando de desempeñar con la mayor dignidad posible el “grotesco papelón de literato”, por decirlo como Sánchez Ferlosio. Eso, claro está, si tenemos suerte y conseguimos cazar algunos lectores aquí y allá y llegamos a vivir de lo que escribimos. Si no tenemos suerte, nada: a pasar hambre y a que nos lea nuestra madre (¡un beso, mamá!). Sólo si tenemos muchísima suerte podemos ahorrarnos papelones y pluriempleos, pero para eso hay que ser García Márquez, y ya de viejo, cuando solía decir que, por mucho dinero que gane, un escritor siempre es “un pobre con plata”. En resumen: el auténtico éxito consiste para un escritor de hoy en no tener necesidad de promocionar sus libros ni de dedicar un minuto de tiempo a hablar de ellos, sino sólo a su verdadero oficio, que se reduce a leer, escribir y pensar en las musarañas.

Al hablar de su propia obra, todo escritor está proponiendo, de forma consciente o inconsciente, una interpretación de ella.

No me malinterpreten. No digo que, aparte de indispensable para la vida pública de los libros, su promoción sea sólo nociva para quienes los escribimos: al fin y al cabo, en ese tiempo viajamos gratis, comemos y bebemos gratis y solemos hablar sin que nadie nos interrumpa, tres privilegios nada desdeñables; a veces, incluso, lo que decimos o escuchamos puede resultarnos útil, abrirnos vías inéditas de trabajo o resolvernos problemas prácticos. Esto, seamos justos, también ocurre. Pero lo normal es que uno sienta con razón que lo que está es perdiendo el tiempo; más aún: a veces siente que, por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa, está perjudicando al hijo recién salido de sus entrañas a quien trata de dar a conocer. Pongo un ejemplo de esta paradoja perversa. Al hablar de su propia obra, todo escritor está proponiendo, de forma consciente o inconsciente, una interpretación de ella; esa interpretación puede ser honesta o deshonesta, buena, mala o regular, pero el caso es que inevitablemente coarta la libertad interpretativa del lector, que es quien completa el libro (sin lector no hay literatura: la mitad de los libros la ponemos los escritores; la otra mitad, los lectores). Esto puede tener consecuencias nefastas. En época de Cervantes, los escritores, mentira parece, no concedían entrevistas, pero eso no significa que no promocionasen sus libros, sin ir más lejos en los prólogos de sus libros. Y en el prólogo del Quijote, Cervantes afirma famosamente que su libro es “todo él una invectiva contra los libros de caballerías”. Nunca sabremos con certeza por qué Cervantes puso esa frase en el frontispicio de su novela —tal vez intentaba proteger a su vástago de críticas que de todos modos sufrió—, pero lo cierto es que la advertencia ha gozado de un éxito duradero, entre otros motivos porque la ­generosidad equivocada de los lectores nos entrega a los autores el monopolio de la interpretación de nuestras obras. Tampoco digo que, confrontada con la novela, la afirmación de Cervantes sea falsa; sí, que es insuficiente, porque comporta un empobrecimiento del sentido profundo del libro: tanto como decir que don Quijote es sólo un personaje ri­dículo —y no también heroico—, o que el Quijote contiene sólo una ridiculización del heroísmo —y no también su exaltación—. Y desde luego no digo que la frase de Cervantes fuera la única responsable de que el mundo tardase siglo y medio en empezar a entender de verdad su obra maestra; lo único que digo es que, creyendo favorecer con ella la lectura del Quijote, Cervantes contribuyó a propagar una interpretación reduccionista de él.

Es lo que solemos hacer los escritores cuando hablamos de nuestros libros. No siempre, pero sí a menudo; en todo caso, se trata de un peligro real. Por eso lo mejor que pueden hacer los lectores es no tomarse demasiado en serio lo que los escritores decimos de nuestros libros, y lo mejor que podemos hacer los escritores es hablar lo menos posible de ellos y dedicar todo nuestro tiempo a escribirlos.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.

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