Verborrea halagadora de final inesperado
Cuando estaba a punto de entrar en el teatro sentí una presencia detrás de mí y asimismo que alguien gritaba mi nombre

Los cómicos vamos de sitio en sitio llevando la risa, que esto por dinero no lo hacemos, y en esta ocasión la gira me había llevado hasta Badajoz.
Cuando estaba a punto de entrar en el teatro sentí una presencia detrás de mí y asimismo que gritaban mi nombre, las dos cosas. Me volví, una chica se acercaba hacia mí al trote cochinero, a su lado un chico también galopaba.
Esta cara, pensé… ¡Oh, my God! 25 años después ahí estaba la delegada de mi curso. “Madre mía Joaquín, qué ilusión me hace verte, cuánto tiempo, este es mi marido, lo conocí gracias a ti, a tus vídeos quiero decir, qué risa madre mía, habéis cambiado el humor de este país, porque lo que vosotros hacíais no lo había hecho nadie, con ese toque tan surrealista y cutre, que muchas veces la gracia estaba en que no tenía sentido. ¡Oye! Lo improvisabais todo ¿no? Cómo os lo tenías que pasar, qué envidia poder dedicarte a esto, para el humor hay que valer y tú siempre has tenido eso tan especial de hacer reír sin proponértelo, que otros están venga a currárselo y nada. Sin embargo, a ti te sale natural, tú sales al escenario y ya está, no te tienes que esforzar. No te he presentado a mi marido, se llama Emilio, se ha operado de la vista... qué tiempos aquellos en el instituto. ¿Te acuerdas una vez en una excursión al Alcázar de Toledo, que en la explanada al Isra se le ocurrió tirar una piedra para arriba al grito de ‘A quien le dé le ha dao’ y le cayó a él mismo?”.
Todas estas palabras salían de su boca sin solución de continuidad, estaba tan nerviosa que se le empañaron las gafas —“¡Ay! qué ilusión, qué ilusión ¿nos podemos hacer una foto? Que luego digo que te conozco y no se lo creen”—.
Y, de repente, no lo vi venir: “Que por cierto, cuando me preguntan cómo eres, yo siempre les digo: Es más inteligente de lo que parece.
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