PSOE: Catilinas de andar por casa
Aunque ahora Pedro Sánchez se presente como un candidato contra el aparato del partido, lo cierto es que él ha formado parte de ese mismo aparato y que sin esa estructura es sencillamente imposible que pueda existir una organización
La historia de lo que pasa actualmente en el PSOE está escrita desde la conjuración de Catilina: “Privado de sus apoyos políticos, Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado y comenzó a reclutar un nutrido grupo de hombres de las clases senatoriales y ecuestres descontentos con la política del Senado. Y prometió la condonación de deudas para ganarse a los pobres”. Esto se lee en Wikipedia, la fuente global actual de divulgación de conocimientos. Y cito a Wikipedia porque sus informaciones están mínimamente contrastadas, mientras otros creen que pueden modelar la realidad vía Twitter.
Pedro Sánchez perdió sus apoyos políticos. Cosa normal, en política; y los perdió por varias razones. Entre otras, primero, porque, en tres convocatorias electorales sucesivas había conducido al PSOE cuesta abajo por el camino de la irrelevancia; segundo, porque en su ejercicio como secretario general del PSOE se desvió hacia una concepción caudillista, narcisista y mesiánica del cargo —“la toma de decisiones me corresponde a mí”, llegó a decir—, al margen de su carácter de mero portavoz de una comisión ejecutiva corresponsable en la toma de decisiones, según nuestros estatutos; y, tercero, porque se puso a sí mismo por delante del PSOE y de España a la hora de valorar los intereses en juego. Cuenta Jordi Sevilla (Vetos, pinzas y errores, páginas 186-187) que el día 6 de julio de 2016, a la una de la tarde, él mismo le sugirió a Pedro Sánchez que, “si a cambio de la abstención conseguíamos sacar a Rajoy de La Moncloa, el hecho podría ser defendible ante nuestros militantes y nuestro electorado”. A lo que Pedro Sánchez respondió que “empezaríamos pidiendo que se fuera Rajoy y acabaríamos teniendo que explicar por qué no se iba Sánchez”. ¡Cantó la gallina! No merecía la pena intentar echar a Rajoy si eso suponía cuestionar también la continuidad de Sánchez. Como dice el propio Jordi Sevilla, benévolamente, “entendí la explicación demasiado autoprotectora por su parte” (ibid. página 187). Claro: él por delante de todo. Perdió apoyos, perdió en votación estatutaria, y dimitió.
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Pedro ha reclutado, en su apoyo, a un grupo de personas de las clases “senatoriales y ecuestres”, descontentas con la política del Senado; o sea, con el aparato actual del PSOE. Un grupo de personas —de notables, vaya— que han desarrollado un cursus honorum, una carrera política, pública y/o profesional gracias a las proximidades y bienquerencias de los sucesivos aparatos. Militantes de mucho tiempo o llegados a revuelo, cooptados e integrados en puestos públicos y/o en candidaturas varias, merced a la unción del santo dedo de los que decidían. Afiliados o no afiliados, ninguno le puso ninguna pega a ningún aparato cuando fueron propuestos como ministros o ministras; o como secretarios/as de Estado; o como cabezas de lista y presidentes del Parlamento Europeo; o como embajadoras ante cualquier organismo; o como diputados y senadores, incluso por provincias ajenas y lejanas; o como vocal del Consejo General del Poder Judicial; o como redactores reiterados de variados programas y manifiestos; o como presidentes de autoridades portuarias, o como miembros de la ejecutiva federal. Sin preocuparse del apoyo de la militancia. Entre ellos, el propio Pedro Sánchez, que ganó su secretaría general por apoyo de los aparatos.
“Un partido de militantes y no de notables”. “Vamos a devolver la voz a la militancia”. No es creíble. Música celestial. Catilina intentó ganarse a la plebe prometiendo la condonación de deudas. Y ahora se promete a la militancia la voz y la palabra, y darle el finiquito al aparato. ¡Pura filfa, todo! Lo explico.
El modelo representativo impulsa la constitución de equipos integrados
Toda organización necesita un aparato. Desde Oxfam Intermón hasta el Partido Comunista Chino; desde Cáritas Diocesana hasta Podemos; desde la General Motors a la N’Drangheta calabresa; desde el Barça hasta una orden mendicante. Yo, que he sido aparato y he ganado y perdido, lo conozco bien y lo comparto. Y los que están ahora con Pedro Sánchez también lo saben. Especialmente, lo saben todos aquellos de entre ellos que han participado en las estructuras dirigentes de sucesivos órganos de dirección política, o que han ocupado puestos de responsabilidad pública, o que se han integrado como responsables en instituciones y entidades, públicas y privadas. Que cada quien maneje sus contradicciones como pueda y quiera.
Una organización democrática puede ser de funcionamiento representativo o asambleario. El primero facilita las síntesis y los acuerdos; y el segundo, la crispación y la confrontación desnuda. El modelo representativo impulsa la constitución de equipos integrados entre los dirigentes, mientras que una estructura asamblearia fomenta los caudillismos, la sumisión del entorno, el despotismo del ungido por las masas y las satrapías de los adláteres. Estoy por la democracia representativa.
Una organización asamblearia facilita la crispación y la confrontación
En todo caso, siempre existirá un aparato. El problema no es que existan los aparatos, sino que los dirigentes del aparato sean integradores de opiniones y buenos pastores de individuos, uno; y que sepan hacia dónde van y sean capaces de señalar horizontes creíbles para los militantes y para la ciudadanía, otro. Pues bien, por ejemplo, Pedro Sánchez descabezó, despóticamente, a Tomás Gómez, primero, y llevó a la confrontación a todo el PSOE, después. Y, en cuanto al horizonte, últimamente, en dos meses ha cambiado, dos y tres veces, las propuestas sobre modelo territorial de España, sobre estrategia política y sobre posibles líneas para alianzas de gobierno. “Los vaivenes de Pedro”, dicen unos. Ligereza de equipaje, en cuanto a principios; y turbiedad y volatilidad en cuanto a proyecto, pienso yo.
“Un partido nítidamente situado a la izquierda”. ¿Cómo se define eso? Una cosa son las palabras y otra cosa son los hechos. El sábado pasado, en el mercado del Tiro de Línea, barrio popular de Sevilla, un parroquiano me dijo: “Pepe, este Pedrito es como el Flautista de Hamelín. Quiere llevarse a la gente detrás con música, pero sin letra”. Pues eso.
Antonio Hombrado, viejo militante sevillano desde la República, de los que fueron a Écija a pegarle tiros a Indalecio Prieto, me dijo un día, hace 41 años, al salir de una asamblea: “Mira niño: te he votado, aunque hay cosas tuyas que no me gustan. Pero contigo sé hacia dónde voy, y con otros no sé hacia dónde me llevan”. Me quedé con la idea. Y digo ahora: ¿Alguien sabe hacia dónde iríamos? Aunque puede que solo quieran sustituir un aparato por otro.
José Rodríguez de la Borbolla fue presidente de la Junta de Andalucía y es profesor de universidad.
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