¿Quiere vivir 110 años? Pues múdese a uno de estos cinco lugares
En el mundo existen cinco zonas azules, regiones donde sus habitantes alcanzan longevidades muy superiores a la media mundial. Y nadie sabe aún el porqué. Acabo de visitar una de ellas y he visto cosas sorprendentes, como centenarios montando a caballo
Eulalia Obdulia nunca ha bailado. Y eso que tiempo ha tenido porque hace cuatro meses que cumplió 100 años. Pero los ocho primeros partos de su madre fueron niñas y en aquellos tiempos (1917) la única posibilidad de subsistencia en la sabana de Nicoya era ayudar al padre con la tierra y el ganado. Así que las ocho no tuvieron más remedio que aprender las faenas del campo, montar a caballo y “volar machete”, como hombres. Una vida dura, muy dura, asegura Eulalia, que le impidió aprender a bailar pero no llegar a centenaria.
Como ella –centenarios– hay ahora mismo 42 en la península costarricense de Nicoya, una zona remota bañada por el Pacífico en el extremo noroeste del país, que tiene el privilegio junto con otras cuatro regiones del mundo (Okinawa, en Japón, Cerdeña, en Italia; Icaria, en Grecia, y Loma Linda, en California) de albergar una cantidad de personas longevas muy por encima de la media mundial. Personas que alcanza los cien años y no precisamente postrados en una cama y llenos de tubos y sondas. Son las llamadas blue zones, las zonas azules.
“Eran 43, pero la semana pasada murió una señora de 101; aunque hay otros siete que cumplirán el siglo antes del 31 de diciembre”, me cuenta Jorge Vindas, que lleva 12 años dando seguimiento a este fenómeno demográfico de Nicoya desde la Asociación Península de Nicoya Zona Azul.
Él es quien me ha puesto en contacto con los centenarios y quien me acompaña en las visitas por una región de bosque tropical seco, sabanas, potreros y trillos en los que el GPS sirve de poco.
Nuestra primera parada es en casa de José María Guevara Pizarro, Chepe para los amigos, nacido el 13 septiembre 1909 (108 años por tanto). Parece la cabaña del tío Tom: una pequeña estancia cuadrada de madera a dos aguas tan desvencijada como Chepe, a la sombra de un bosquete de porotes, caraos y guácimos. Pese a sus 108 años Chepe mantiene una aceptable lucidez mental y su cara se ilumina cuando ve llegar a Jorge. Se conocen desde hace 10 años y se nota que el viejo lo aprecia de verdad. Lo primero que pienso es que aunque los estudios digan que la cuestión genética no es la más relevante en la longevidad, será porque no han venido a esta casa: su hija Leonor, que nos recibe entre sonrisas mientras cocina gallopinto está a punto de cumplir 70 años y no le habría echado ni 50; y eso sin ninguna intención de piropearla. Poco después llega un nieto de 58 que podría pasar por un buen mozo de 40.
Mientras desayunamos en una mesa del patio trasero con Chepe (gallopinto con huevo y aguacate; su desayuno diario a las 7 de la mañana, todos los días llueva o truene), Jorge me da su opinión sobre por qué la gente alcanza edades tan elevadas en estas zonas azules.
“Ningún estudio científico ha demostrado aún cuales son las razones del mayor promedio de vida de estas regiones. Mi opinión después de 12 años analizando y atendiendo a los centenarios de Nicoya es que –al menos en esta zona- es una confluencia de características. Por un lado, la más importante, la red social: todos los ancianos tienen el cuidado de su familia, y más que cuidado, el cariño verdadero. Si nadie viene a visitarte, te deprimes, pierdes el apetito, con él las defensas… y te mueres. Luego está una alimentación sana. Ellos han vivido comiendo arroz, frijoles, maíz y verduras. Sin química ni azúcares añadidos; la mayoría no ha probado una gaseosa (refrescos azucarados) hasta que tuvo 90 años. Luego, una vida de ejercicio físico continuo. Les preguntas que echan de menos ahora y todos contestan lo mismo: trabajar. Y finalmente unas fuertes ganas de vivir, ganas de hacer algo mañana, de comerse los elotes que van a salir en la próxima cosecha.
El concepto Zonas Azules fue registrado y divulgado por Dan Buettner, un explorador, escritor y conferenciante estadounidense. Buettner se basó en estudios llevados a cabo por diversos expertos en demografía para reunirlos bajo un eslogan vendible -las zonas azules- sobre las que ha investigado mucho y sobre las que ha escrito varios libros muy pensados para el mercado norteamericano. Buettner recorre los EE. UU. dando charlas y vendiendo proyectos de vida saludable a corporaciones locales basados en las experiencias exportables de estas zonas azules.
En el caso de Nicoya, Buettner se apoyó en los trabajos de Luis Rosero Bixby, investigador de la Universidad de Berkley (California), excatedrático de la de Costa Rica, demógrafo, economista y fundador del Centro Centroamericano de Población. Entre 2004 y 2014, Rosero Bixby y su equipo entrevistaron a más de dos mil mayores de 90 años por todo el país, tomándoles muestras de sangre y orina. De este estudio sacaron algunas enseñanzas sorprendentes. Por ejemplo, los habitantes de la península de Nicoya tienen un 20% menos de enfermedades cardiovasculares que el resto del país. Los nicoyanos que llegan a 60 años tienen siete veces más probabilidades de alcanzar los cien años que los japoneses, que son el pueblo con mayor expectativa de vida del planeta.
Mientras que en Costa Rica el porcentaje de personas con 100 años o más es de 1 por cada 8.000 habitantes (aproximadamente, la media mundial), en Nicoya es de 1 por cada 3.800. ¡Más del doble!
“El clima seco es también un factor que aparece en las cinco zonas azules y que previene de enfermedades respiratorias”, añade Vindas. “Pero para todos los que estudian el fenómeno, la alimentación sana es la clave. Recuerdo que en 2006 Buettner y su equipo vinieron una vez más a Nicoya para recoger y contrastar datos; en un cruce de carreteras vieron un cartel anunciando un Burger King que no estaba en su visita de cinco meses antes, y Buettner exclamó: "Mira, el fin de los centenarios”.
“Lo curioso es que todos fumaron, bebieron y fueron muy perros (expresión tica para el hombre mujeriego y promiscuo). Casi todos tuvieron un montón de hijos fuera del matrimonio. Hubo uno que me confesó que tuvo 26, solo 10 de ellos con su mujer. Además, comían mucha carne y manteca de cerdo, que era lo que había en Guanacaste. Pero era su combustible. Salían a trabajar a las 4 de la mañana a la sabana y todo lo quemaban. Y en el caso de las mujeres centenarias es más difícil aún de entender porque ellas debían de sumar numerosos partos, sacar adelante a los hijos, cuidar de cerdos y vacas, ir al rio a por agua, a lavar… una vida sin concesiones”, me cuenta Jorge Vindas mientras vamos en carro a ver el caso más curioso del día: el de José Bonifacio Villegas Fonseca, Pachito.
Pachito nació el 14 mayo 1917, es decir cumple 100 años la semana que viene. Y nos citó a partir de las 10 de la mañana porque antes “salía a montar a caballo”.
¿¡A montar a caballo!? ¿¡Un señor de 100 años de edad!? le pregunto a Vindas, pensando que he oído mal o que se está riendo de mí.
Y no, no había escuchado mal. José Bonifacio Villegas, Pachito, centenario de Nicoya, sale todas las mañanas al amanecer a lomos de Corazón, un caballo viejo y alazán, a visitar a los amigos o a algún enfermo. Pachito empezó a montar a caballo a los 4 años y continuó haciéndolo toda la vida porque era sabanero (vaquero), arreaba ganado por los potreros, llevaba las reses durante días por la sabana de Guanacaste en busca de pastos de temporada y vivía –como buen sabanero- al raso la mayor parte del año.
“Cuando estoy aquí sentado”, me dice Pachito señalando un viejo sillón de mimbre en el porche de su casa, “me duele todo. Pero me monto en el caballo y se me quitan los dolores”. Como sigo sin creérmelo le pido que se suba al caballo para tomarle unas fotos, y lo hace con la gracilidad y ligereza de un muchacho. ¡Verlo para creerlo! Yo con la mitad de edad, hubiera necesitado el doble de tiempo y esfuerzo.
Pachito es de los que mantiene además buena salud mental, vive con una hija pero es autosuficiente. Me cuenta que lo que más le gusta es montar a caballo y las mujeres (“esa maña no se pierde nunca, mae”) mientras saca un gran libro de registro para que le firmemos un recuerdo de la visita. Veo que el libro está limpio, lo estrenamos nosotros. “Es que tiene varios ya llenos”, me aclara la hija al ver mi cara de sorpresa.
Vindas pasa largas horas con todos ellos y ha llegado a establecer una intimidad que a veces los ancianos no tienen ni con sus propios familiares. Pero confiesa que su preferida fue Panchita, una guanacasteca de origen cubano (decía ser sobrina nieta del libertador Antonio Maceo), “una centenaria azul de libro”, en sus propias palabras, que murió con 110 años el pasado 20 de diciembre con completa lucidez mental y física. “Panchita era una mujer fuerte y excepcional, la primera feminista del país. Siempre iba llena de aretes y bisutería y bien vestida fuera donde fuera. Tuvo cinco hijos (nunca me atreví a preguntarle con cuántos hombres) pero nunca se casó porque en aquella época machista los hombres le pegaban a sus mujeres, y 'no ha nacido el marido que me pegue a mi', me decía”.
En la página de Facebook de la Asociación tiene colgado un vídeo de una fiesta que hicieron hace unos años en la que reunieron a 17 centenarios. En él aparece Panchita bailando a sus 103 años con más soltura que muchas jovencitas. También aparece bailando Chepe Guevara. Me cuenta Jorge Vindas que le dijeron a Chepe si quería bailar con la nieta de Panchita, que tenía 75 años. Y contestó: "yo no bailo con una roca”. Y terminó bailando bien agarrado con la joven tataranieta de alguno de los presentes. Genio y figura hasta la sepultura.
Para saber más de las zonas azules, web oficial Blue Zones
Sobre los trabajos de Luis Rosero en la península de Nicoya, Proyecto Creles
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