¡Oído cocina!
Veo ‘stagiers’ por todas partes. De la gala del Met a la boda de Fonsi Nieto.
No sabía lo que era un stagier hasta que Jordi Cruz, el célebre y guapo cocinero, de voz rocosa, cargada de testosterona y juez televisivo de MasterChef, ofreciera sus declaraciones recién hechas. Cruz expresó: “Un restaurante Michelin es un negocio que, si toda la gente en cocina estuviera en plantilla, no seria viable”, y se publicó el Día de los Trabajadores, demostrando que como chef domina los tiempos de cocción pero no tanto el don de la oportunidad. En las redes sociales, le filetearon como a un pavo en Navidad, porque él es propietario de ABaC, un restaurante con estrella Michelin. Fue entonces, mucho después de la edad de oro de la cocina molecular, cuando supimos de la existencia de los stagier, que son los principiantes que ayudan en la cocina de un buen restaurante para mejorar sus conocimientos. Participan pero sin remuneración, a cambio reciben alimentación y alojamiento. Al leerlo, me levanté a mirarme al espejo y el espejo me dijo: “Tú crees que fuiste stagier, pendejo, y no te das cuenta de que sigues como pinche de cocina”.
A Cruz sus declaraciones le han ganado una inspección a su restaurante y no precisamente del chef Chicote, su competidor en la tele que investiga locales problemáticos en el show Pesadilla en la Cocina. ¿Y es que realmente hacia falta saber lo qué sucede en los fogones de los restaurantes con estrella Michelin? No suelo permitirme cenas en un restaurante así, a menos que me inviten. Pero, de hacerlo, ¿tengo que agregar una buena propina para los stagiers? ¿Cuántos másteres de la empresa privada no están repletos de stagiers?
Creo que casi todos lo fuimos alguna vez. Viendo a Cristina Cifuentes, que ya forma parte del menú del restaurante Casa PP, alineada junto a otras mujeres poderosas en el desfile del 2 de Mayo, pensé en que ella también ha sido stagier. Revisé un poco su currículo y comprobé que durante años estuvo en las cocinas de los gobiernos de la Comunidad de Madrid que ahora preside, seguro que trabajando sin mucha remuneración y peor alimentada que un stagier de AbAC, pero aprendiendo de primera mano cómo se hornearon y cocieron muchos platos en las diferentes Administraciones populares por las que pasó. Cifuentes aguantó el fuego lento y el fuego amigo, favoreciendo recetas exóticas y, a veces indigestas, para compañeros como el expresidente Ignacio González. Hasta que la vida misma la hizo pasar de stagier a ser presidenta. Y a esperar un poco a que Esperanza se volviera un plato frío. Cifuentes me recuerda a esas heroínas frías de Hitchcock. Atrapada en una intriga. Rubia, pelín hierática pero que sabes que por dentro arde. Y quema como un hornillo. La pena es que su partido no haya decidido darle este protagonismo antes, sacarla del purgatorio de los stagiers y ponerla como chef anticorrupción. Aunque su propia indumentaria, siempre con su pizca de folk (como traída de la Ruta de las Especias), nos puede desorientar un poco sobre su recetario político.
Veo stagiers por todas partes. De la cocina al baño. En la saturadísima gala del Met, que se convoca cada año el primer lunes de mayo, convirtiéndose en un festín de moda y locura, dirigido por Anna Wintour, editora de la revista Vogue. Y también en la última boda de Fonsi Nieto, que se organizan cada década. En ambas fiestas, los invitados trabajan y su remuneración es un plato de comida. Y una foto. Todo sea por la cultura de masas y el entretenimiento. La gala del Met homenajeaba a Rei Kawakubo, la diseñadora de Comme des Garçons, extravagante, brava y un poco molecular. Fue la excusa para un desfile disparatado y divertido. Una explosión controlada de creatividad individual. Madonna, ataviada como una Cleopatra en camuflaje. Jennifer Lopez vestida como la princesa Elsa de Frozen. Y Rihanna, como florero de fantasía y barroca arquitectura. Para vestirla hicieron falta ocho stagiers que a lo mejor tuvieron como recompensa un selfie con la cantante. Porque un selfie alimenta. La prueba es el que se tomaron en un baño del Met las Kardashian, Paris Jackson y una ensaladilla de nuevas figuras de la música urbana. La Wintour había prohibido a sus invitados que se hicieran fotos en las salas del Museo Metropolitano de Nueva York. Pero no contó con la astucia y apetito de los millennials, que aprovechando un momento en el baño crearon un retrato generacional. Al congelarlo todo lo vuelven un poco histérico pero histórico.
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