_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mirada

No hace falta acercase un monóculo convexo al ojo para ver la realidad en un ángulo distorsionado. Basta abrir los ojos

Unas chicas londinenses se miran en un espejo distorsionado. Fotografía de 1930.
Unas chicas londinenses se miran en un espejo distorsionado. Fotografía de 1930.Imagno (GettyImages)

Mis viajes cotidianos en tren son largos y tediosos. Cuando tengo suerte, me quedo dormida: cachete contra ventana, jeta al sol, y un hilo de baba que empieza a perfilar mi camino inexorable hacia una senectud babosísima. Cuando tengo más de 50 emilios por responder (casi siempre) aprovecho y entro en modo de taquimecanógrafa de los años cuarenta, redactando malhumorados telegramas en mi telefonino. En las ocasiones en que trato de recordar quién fui antes de que el Ojo Mordor del Internet se apoderara de mi vida interior, saco un libro y me entrego a las cadencias de otras mentes, agradecida de que existan palabras como éstas de Vallejo: “Y a fuerza de volar en vano, / te holocaustas en ópalos dispersos / tú eres tal vez mi corazón gitano / que vaga en el azul llorando versos”.

Y cuando no traigo libro, ni sueño, ni batería en mi diabólico teléfono, saludo a mi horror vacui y me dispongo a convivir silenciosamente con la humanidad. Me concentro, entonces, en observar cómo observan los demás el mundo en torno, a tratar de adivinar lo que los demás miran desde el espacio íntimo y publico que ocupan en él, e imaginar cómo lo organizan y sopesan.

Durante años me aferré, como a un asidero inamovible, al tropo del “esperpento”, que Valle-Inclán acuñó tras reflejarse una noche, según cuenta la leyenda urbana, en los espejos cóncavos y convexos del callejón del Gato de Madrid. La idea del esperpento me sirvió largo tiempo para explicarme a mí misma, y a otros, la mirada —compleja, lateral, bizarra, sesgada— que los escritores podían aportar al mundo mediante su oficio: mirar y representar el mundo como a través de espejos que lo deforman, para así, en esa imagen deformada, dibujar los contornos de sus imperfecciones con más claridad y reflejar sus verdades incómodas con mayor lucidez.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero hoy en día todo es esperpento, como si hubiésemos cruzado a través de los espejos de Valle-Inclán. No hace falta acercarse un monóculo convexo al ojo para ver la realidad en un ángulo distorsionado. Basta abrir los ojos. No hace falta reproducir el mundo como pesadilla abrumadora para cuestionarlo mejor. Basta despertar y tomar un primer respiro hondo para comprobar que la araña que llevamos dentro sigue ahí, empozada en lo hondo de nuestros pechos, trenzando incansable su tela de angustia. Vivimos del lado del esperpento. Y si no queremos que el hastío nos gane, que la desidia nos gane, que la infelicidad nos gane, tenemos que volver a inventar una mirada.

En estos días no ando muy solar ni muy optimista, querido lector, querida lectora. Pero le recomiendo ampliamente al columnista de los martes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_