Jugando con fuego
Sería catastrófico que a la segunda vuelta lleguen los dos extremistas: Mélenchon y Le Pen
¿Qué nos ha dejado la campaña presidencial francesa? ¿Alguna idea nueva? No, salvo quizá el debate frustrado sobre la renta universal, presentado y de inmediato menoscabado por Benoît Hamon, el candidato socialista. ¿Una visión firme —o un choque entre distintas visiones— del posible papel de Francia en un mundo que se recompone a ojos vistas? Pues no. Lo único que hemos comprobado es que los amigos de Putin están sobrerrepresentados (Marine Le Pen en la extrema derecha, Jean-Luc Mélenchon en la extrema izquierda y, en menor medida, el candidato de la derecha, François Fillon).
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¿Y el paro? ¿Ha sido un tema central en los debates ese mal absoluto que nos corroe y que ha hecho que François Hollande haya renunciado a presentarse a la reelección? Todavía menos. Como si los candidatos hubieran tenido miedo de comprometerse demasiado y granjearse la misma impopularidad que el presidente saliente. Eso sí, todos los candidatos, por puro formulismo, incluyen en su programa una vaga y lejana perspectiva de descenso del paro.
Las cuestiones de la identidad y las dificultades de la convivencia, omnipresentes en las campañas de 2007 y 2012, tampoco han sido tan importantes como habría deseado Marine Le Pen.
¿Cómo pudimos burlarnos tanto de que la campaña presidencial estadounidense parecía un reality show, si nosotros también hemos adoptado ese modelo? Ha sido una campaña de imágenes, en la que lo importante no era la conveniencia de una medida, la oportunidad de una decisión, sino medir si cada candidato había estado “bien” o “mal”, si había resultado beneficiado o perjudicado en los choques televisados. Es decir, ha sido más importante la pose que los argumentos. Además, hemos tenido el lujo añadido de ver el enfrentamiento entre dos Trumps: Marine Le Pen contra Jean-Luc Mélenchon.
Junto a este dominio de la imagen y la yuxtaposición de intervenciones individuales, han triunfado dos consignas: el dégagisme, el neologismo inventado por Mélenchon, y el soberanismo.
Ha sido una campaña de imágenes, en la que ha sido más importante la pose que los argumentos
El dégagisme es una forma moderna de decir “que se vayan todos”, lema antiguamente reservado a los puyadistas y después al Frente Nacional, pero hoy eslogan de todos los candidatos, que se disputan la etiqueta de “antisistema”. En el haber del “que se vayan”, ya hemos visto la retirada de François Hollande, Alain Juppé, Manuel Valls y Nicolas Sarkozy. ¡Nada más y nada menos! A la hora de la verdad, si triunfa, el dégagisme podría suponernos una segunda vuelta en la que se enfrenten la candidata de la extrema derecha y el candidato de la extrema izquierda.
También el soberanismo vive una época dorada. No solo porque los dos extremos proponen, de hecho, abandonar la Unión Europea, sino también porque no hay más que un solo candidato (Emmanuel Macron) que se atreva a empuñar la bandera europea, acompañado, en menor medida, por Fillon. Y ello a pesar de que dos de cada tres franceses declaran que quieren conservar el euro. Y a pesar de que, tal como está el planeta, todo debería contribuir a consolidar una Unión que ya es la primera potencia comercial del mundo, una condición que hace que tanto EE UU como Rusia intenten debilitarla, pero que también le proporciona el respaldo de China y los países emergentes, a los que interesa que exista una Europa fuerte.
El proteccionismo, la salida de la Unión y la gran recuperación (con riesgo de bancarrota) forman parte del programa de los extremos. Pero existe otra perspectiva posible, poco probable pero deseable, que sería una segunda vuelta entre dos visiones de una Francia en movimiento y que quiere permanecer abierta: una visión supuestamente “radical” y otra más de consenso, la de Fillon frente a la de Macron. Esa disyuntiva sería, sin duda, la mejor forma para el país de afrontar la complejidad que se avecina.
Sin embargo, en vísperas de la primera vuelta, la situación es incierta. Lo más catastrófico sería que a la segunda vuelta lleguen los dos candidatos extremistas (Mélenchon y Le Pen). Eso querría decir que Francia terminará saliendo de Europa y, por tanto, destruyéndola. Otra posibilidad más razonable sería ver a Macron —el único candidato que mantiene un discurso positivo sobre Europa y sobre Francia— frente a Le Pen. O tal vez incluso a Fillon, el candidato de la derecha, frente a Le Pen. Es decir, puede pasar de todo. Pero Francia está jugando peligrosamente con fuego.
Jean-Marie Colombani fue director de Le Monde.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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