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CLAVES
Columna
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Disfraces de guerra

Las regresiones a tiempos de hazañas bélicas parecen impropias de una época de iPads táctiles y drones

Máriam M-Bascuñán
Banderas del Reino Unido, Gibraltar y la Unión Europea ondeando en Gibraltar.
Banderas del Reino Unido, Gibraltar y la Unión Europea ondeando en Gibraltar. PABLO BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ / GETTYIMAGES

Las hilarantes referencias a una guerra por Gibraltar nos recuerdan la vieja división de Carl Schmitt entre potencias del mar contra potencias de tierra. Durante la Guerra Fría, unas se correspondían con el eje anglosajón, Estados Unidos y Gran Bretaña, y otras con la URSS. Fenecida esta última, tal parece como si necesitaran compensarla con sus asaltos a la UE, ese continente que se aísla cuando hay niebla. El viejo Marx casi siempre acertaba: la historia se repite primero como tragedia, y luego como farsa.

Sólo así cabe entender el carnaval militarista de las Islas ante el peligro de que el Brexit les arrebate el Gran Peñón. Bajo el grandilocuente eslogan de “Nuestra roca no se toca” asistimos a lo que me temo que va a ser —está siendo ya— la pauta de este inesperado renacer de los nacionalismos: la recuperación de la old glory asociada a la Armada del jingoísmo británico, la grandeur perdida que reclaman los chovinistas de Le Pen o el ius ad bellum trumpista. Menos mal que el Deutschland über alles sigue estando lo suficientemente frío para evitar la escalada.

Lo sorprendente de esta fiebre patriótica en los albores del siglo XXI es esa carga premoderna en un mundo tan híbrido. Tales regresiones a tiempos de hazañas bélicas parecen impropias de una época de iPads táctiles y drones. Estos discursos renacidos sólo se explican por la ausencia de un horizonte claro, que nos arroja a bucear en un pasado falsamente glorioso en pos de una identidad que nos haga menos vulnerables.

El nacionalismo ocupa el espacio vacío ante la falta de un proyecto de futuro. Los eurófobos niegan la identidad europea porque se la imaginan como una versión ampliada del Estado-nación, cuando su sentido está en la fuerza globalizadora de unos valores no arraigados a ninguna patria. El canto a la tribu heroica surge cuando se cercenan otros vínculos solidarios; por eso Inglaterra sueña con volver a ser la navy fuera de Europa, la vieja casa conradiana “donde el hombre y el mar son uno”. Lo aterrador es que Trump no se queda en la retórica: ya ha empezado sus acciones bélicas. Necesita bombas, columnas de humo. La guerra rima con el patriotismo y está de vuelta: más incertidumbre, menos futuro. @MariamMartinezB

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