'Pornoshop'
Me da entre pena, asco y miedo este mundo sin arrugas, sin cicatrices, sin manchas.
Envejecer es jodido. Perdón, he estado buscando un término menos malsonante, pero ninguno define con tal exactitud y contundencia la sensación de fin de fiesta que te invade al comprobar que la imagen que te devuelve el espejo y cómo te sientes piel adentro no coinciden en absoluto. No. Envejecer no es difícil, ni molesto, ni fastidiado, que también. Es jodido. Que jode lo suyo, vamos. Y eso que no estoy hablando de la enfermedad, del dolor, de las pérdidas, de la desilusión, del tedio, de los sueños rotos o de los que no pueden ser y además son imposibles, que son casi todos. Hablo, ni más pero ni menos, de la huella del tiempo y de la desazón que produce en quien la acusa. Nada nuevo bajo la bóveda celeste, vale. Es así desde Cleopatra y Marco Antonio. Lo inédito, hoy, es que, con el arsenal cosmético, quirúrgico y tecnológico para engañar al ojo, parece que envejecer es de pusilánimes, de pasados de moda, de pobretones. Y si representas tus años porque no te operas, o te pinchas, o te retocas, la culpa es tuya por cobarde, por tacaña, por antigua.
Estos días ha sido noticia —a cualquier cosa la llamamos noticia, pero esa es otra columna— la foto de Melania Trump como primera dama de Estados Unidos. Una hermosa mujer de 46 años con el rostro reducido a un ectoplasma de ojos rasgados, orificios nasales hipersimétricos y labios inflamados. Todo mentira. Así, no me extraña que haya quien pague por montárselo con peponas con protuberancias y orificios por genitales y la piel de plástico libre de máculas y de pelos y de poros y de calor humano. Lumi Dolls, las llaman, en un alarde de buen gusto, no soy la única ordinaria. Tampoco soy nadie para juzgar el gozo o el consuelo que alguien pueda encontrar en vaciarse en un recipiente de polímero. Pero, no sé, me da entre pena, asco y miedo este mundo sin arrugas, sin cicatrices, sin manchas. Sin sangre, sin sudor, sin lágrimas. Sin vida.
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