Clic
Lo ves todo negro hasta que el día menos pensado vuelve el color a tu vida


No está bonito llorar en público, pero en este oficio que consiste en contar la vida de los otros aunque nos creamos el ombligo del globo, sufrimos de mal de amores. Hace tiempo que muchos de quienes nos amaban pasan de nosotros. No sabemos si porque les hemos fallado, porque se les acabó el amor de tanto usarlo, o porque han encontrado a alguien más interesante. El caso es que nos han dado puerta y no acabamos de creérnoslo. Y así, estupefactos, anonadados, acojonaditos vivos ante un futuro en soledad no buscada, nos comportamos a veces como ciertos novios abandonados: perdiendo los papeles. Hacemos malabares, ilusionismo, striptease. Montamos escenitas, nos disfrazamos de quien no somos, nos arrastramos por el barro para llamar la atención del lector esquivo. Le hacemos preguntas que deberíamos responderle. Le pinchamos los ojos para que nos pinche. Le provocamos cual buscones para que haga clic en el enlace. Le vendemos baratijas para que nos compre las joyas de la casa, aunque sea pagando nosotros. No sabemos ya qué hacer para volver a ser quienes fuimos. Solo queremos lo que todos. Que nos miren. Que nos quieran. Nos va la bolsa en ello. Y en ese sinvivir en que vivimos, a veces tocamos la gloria y otras, el ridículo.
Los psicólogos hablan del clic interno. Un resorte que, estimulado por una mezcla de reflexión, reto, humildad y autoestima, se activa para sacarnos de un apuro. Lo ves todo negro hasta que el día menos pensado vuelve el color a tu vida. Los problemas son los mismos, pero algo en ti ha cambiado y sientes que puedes llegar a poder con ellos. Pasa con el desamor, el duelo, la Operación Biquini. Quizá, aparte de los pinchazos ajenos, lo que precisemos en el gremio es un aguijonazo propio. Quizá quienes tengamos que hacer clic seamos nosotros. Es la vida, la analógica, la que duele y la que se goza, lo que nos va en ello.
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