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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Adolescencia agridulce

Un personaje no muy simpático pero con un alto nivel de vulnerabilidad

Un joven de origen extranjero en su residencia de Madrid, un piso pagado por una organización.
Un joven de origen extranjero en su residencia de Madrid, un piso pagado por una organización.Ignacio Marín

La adolescencia es agridulce. A mí me recuerda mucho a los mutantes de los X-Men, cuerpos que de repente cambian a una velocidad que en general la cabeza no lo sigue. El adolescente tiene unas características generalizables, principalmente esta búsqueda permanente de la identidad, el despertar de lo que luego será la madurez. El otro día me lo resumía perfectamente el magnífico Enrique Martínez Reguera, un educador que lleva 40 años trabajando con chicos de la calle: los niños son vulnerables pero tienen la protección de la ignorancia, pero con la adolescencia se empieza a ser consciente de lo que sucede. A esto se suma que el adolescente en general no suele generar mucha ternura, sino más bien rechazo y algo de miedo. El adolescente es, por lo tanto, un personaje no muy simpático que mantiene un gran nivel de vulnerabilidad, que está decidiéndose como adulto, y que, en general, sufre bastante.

Sobre este marco se construyen las historias de los MENA, Menores Extranjeros No Acompañados, en su mayoría adolescentes que viajan solos y llegan, entre otros lugares, a nuestro país, en múltiples circunstancias. El tema de los chavales y chavalas extranjeros no acompañados es grave y ha sido objeto de muchos estudios y denuncias por parte de infinidad de organizaciones que trabajan con temas de menores. Pero sin duda lo peor es que, por mucho que los que trabajamos en el tema nos esforcemos, no conseguimos generar en la opinión pública el nivel necesario de empatía con ellos. Además de adolescentes son extranjeros, en muchos casos no conocen el idioma, y nos aparecen muy distintos física y culturalmente.

Las historias de los MENA son terroríficas, cuando las escuchas te rompen el alma. Los chicos subsaharianos atraviesan media África para llegar aquí en busca de un futuro mejor. Son serios, adultos antes de tiempo, obtienen su fuerza de unos valores heredados que les ayudan a recordar, en su soledad, que tienen una misión: tener una vida digna. Los chicos marroquíes, en general, son los aventureros de su pueblo, en muchos casos captados por las mafias que los llevan a cruzar por el Estrecho arriesgando sus vidas a cambio 1200 euros. Cuando llegan a España todos estos chicos, lo más probable es que las autoridades intenten demostrar que son mayores de edad, porque así si son marroquíes los pueden devolver a su país de origen y si son subsaharianos no tienen que hacerse cargo de ellos en los centros de menores abarrotados.

La situación de las chicas es mucho peor. En general a España solo llegan chavalas subsaharianas que en su mayoría son víctimas de trata y que se declararán mayores de edad porque así se lo exigen sus captores. Las penas por proxenetismo no son nada comparado con las penas por abuso de menores. Muchas de las chicas llegan embarazadas o con un bebé fruto de las múltiples violaciones que han sufrido durante los varios años que ha durado su viaje.

Pero entre todo este horror hay historias de superación llenas de esperanza. Muchos chavales y chavalas han conseguido encontrar a gente maravillosa que les ha atendido y les ha dado el cariño y la atención que necesitaban y se han convertido en adultos estupendos. Enrique Martínez Reguera me contaba cómo chavales ayudan a chavales, cómo antiguos menores dedican ahora su vida a ayudar a superar las barreras del sistema a otros menores que, como ellos, llegan solos, asustados y agotados. De nuevo el ciclo de humanidad que genera humanidad versus los sistemas deshumanizados que destruyen a los individuos.

Todos los problemas a los que se enfrentan los MENA son producto de un complejo entramado de disfunciones del sistema que tienen difícil solución inmediata. Pero hay cosas que como ciudadanos y ciudadanas podemos hacer: mirar a estos chavales y chavalas con la empatía que se merecen para empezar, apoyar a las organizaciones que trabajan con estos chavales, para acabar. Y entremedias solicitar a las autoridades de nuestro país que cumplan con sus compromisos con la infancia. Nosotros desde porCausa estamos pidiendo algo que sabemos que no solucionará el problema pero que se podría poner en marcha inmediatamente, y es que en España se cree el puesto del Defensor del Menor, que no ha existido nunca. Y recuerden que todo suma porque partimos de un nivel de indefensión enorme.

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