Señoritas
Los concursos que premian la vanidad acaban siendo la mejor esperanza para la movilidad social en Colombia
Comienza la semana del certamen de belleza que paraliza Colombia. A partir de este sábado, 23 mujeres compiten por convertirse en Señorita Colombia. Aquí no se llaman misses; se llaman señoritas. Las candidatas, además, se definen como “mujeres reales, mujeres orgullosas de ser colombianas”. Durante estos días, la futura reina de la belleza colombiana es el tema de conversación favorito en los bares, en los que se vive con la misma fidelidad y pasión su coronación que un gol de la selección.
En las regiones de Colombia donde las tasas de asistencia escolar son las más bajas, el embarazo adolescente se dispara, los servicios más básicos —luz, agua, carreteras— son un privilegio solo para unos pocos y la violencia machista se oculta en los patios de las casas, esta es la semana de los sueños.
Miles de niñas del campo y de los cinturones de pobreza de las ciudades se olvidan de que el sistema las ha condenado a vivir en el más bajo de los estratos, el estrato uno: el de los olvidados. Estos días ven en la televisión a unas mujeres que, como ellas, son negras, morenas, con rasgos indígenas... Unas jóvenes con sonrisa perpetua y una banda con el nombre de los departamentos en los que también viven ellas, las aspirantes eternas a Señorita Colombia.
En el país más desigual de la región, los concursos machistas que premian la vanidad acaban siendo la mejor esperanza para la movilidad social. Para pasar del estrato uno al seis es más fácil ser hermosa que estar bien educada.
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