Rocío Crusset: “He tenido que aprender a vivir señalada”
Además de ser modelo es la hija de los populares presentadores Mariló Montero y Carlos Herrera. Y eso en España te coloca en otra división
Acaba de posar prácticamente desnuda y está en el centro del set envuelta en dos abrigos que le han colocado sobre el pecho y en la espalda como si fueran mantas. Solo le cubren hasta el muslo y por debajo sobresalen dos piernas largas que acaban en zapatos de tacón de aguja. Lleva los labios muy rojos y el pelo muy negro, tirante y recogido en una coleta. Gorka Postigo, el fotógrafo, le dice: “Pareces Sade”. Es cierto que se dan un airea a la cantante anglonigeriana. Rocío Crusset (22 años) es sevillana y no tiene el color de la cantante anglonigeriana, pero sí la misma piel perfecta, los ojos grandes y el gesto elegante.
“He tenido que aprender a vivir señalada. Poco a poco me voy haciendo con ello y parece que la presión se va relajando”, dice la hija de Mariló Montero y Carlos Herrera
Al oírlo, Crusset sonríe con esa especie de admirable estoicismo que da el oficio a algunos modelos. La sesión de fotos se celebra en un aparcamiento de IFEMA, la feria de Madrid, donde tiene lugar la Mercedes Benz Fashion Week. Ella ha desfilado hoy. Para la siguiente foto se elige como emplazamiento el túnel de acceso al aparcamiento. Crusset, solo con tacones, pantalón corto y cazadora de cuero, da tres pasos hacia la cámara, vuelve al punto de inicio y repite el proceso.
Rocío Crusset es la hija pequeña de los populares presentadores y periodistas Mariló Montero y Carlos Herrera, dos personajes que conoce toda España. La mejor manera de documentarse sobre la vida y milagros de esta modelo es llamar a un lector de ¡Hola!, que parece hacer un minuto a minuto de su existencia. Por ejemplo, ahora sé que el modelo que lleva un rato esperando educadamente con una mochila a la espalda es Juan Betancourt, su chico.
Tecleas Rocío Crusset en Google y lo primero que sale es que han “confirmado su relación”. En titulares muy grandes. “Yo no lo haría si dependiera de mí. Lo evitaría. Soy una chica normal y he llegado a salir a cenar con mi primo y que dijeran que es mi novio. Mis padres son famosos, pero eso lo he mamado desde pequeña y no los veo de esa manera. Son mis padres. Lo que he tenido que aprender es a vivir señalada. Poco a poco me voy haciendo con ello, y parece que la presión se va relajando. Hoy ha sido gracioso, porque ha venido mi madre a verme desfilar. Y alguien ha dicho: ‘Mariló va a venir’, y otro ha preguntado: ‘¿Quién es Mariló?’. ‘La madre de Rocío Crusset’. Me ha encantado. Le he dicho: ‘Pronto vas a ser la madre de…”.
Ser hijo de un famoso marca. De dos, imagínese. Pero de dos y controvertidos es de nota. “Controvertidos, exacto. En realidad todo es cuestión de tiempo. En el momento en el que sales, nadie te conoce, pero si tienes padres famosos, eres la hija de y notas cómo cambia la forma en que te miran”. Eso, y ella lo admite, ayuda a encontrar trabajo.
“Pero poco a poco voy consiguiendo trabajo por mí misma, que es lo yo quería desde el principio y era imposible”. Cualquier cosa que haga la hija de Mariló va a conseguir más repercusión que si fuera una modelo anónima y, en un sector hipercompetitivo, la repercusión lo es todo. “En el mundo de la moda te utilizan. Son cosas que tú no decides. No se piensa en una, sino en lo que pueden sacar de una. Hay una parte positiva: extraes cosas que no conocías de ti misma y te ayuda a crecer. Todo es acostumbrarte y verlo desde un prisma positivo o acabas quemada y deprimida”.
“En el mundo de la moda te utilizan. Son cosas que tú no decides. No se piensa en una, sino en lo que pueden sacar de una"
De repente, surge de las profundidades del pabellón un enorme camión de recogida de basura que se dirige al punto exacto donde se hace la foto. Lleva los faros encendidos y suena el reconocible bramido de “voy con prisa”. Lo natural sería recoger el campamento y dejarle pasar, pero cuando está cuatro o cinco metros detrás de la modelo, Gorka lo detiene levantando una mano a lo Moisés. Ella ni se gira.
“Camina hacia mí”, le dice el fotógrafo. Lo hace. Varias veces. Sin dejarse intimidar por lo que tiene detrás, que no deja de ser una imponente mole de varias toneladas con ruedas y el motor encendido. Se llama profesionalidad. “Reconozco que esta ha sido una de las sesiones más interesantes que he tenido hasta ahora, ¿has visto qué sitio?”, dice una vez acabado el trabajo visual afrontando el último trámite, la entrevista.
En cierta forma se ha desmarcado. Por ejemplo, con su nombre: Crusset es el segundo apellido de su padre. “No hay ninguna historia detrás, lo elegí con mi manager, porque él pensó que sonaba bien”. También intenta internacionalizar su carrera y el influjo de sus padres acaba en los Pirineos. “¿Dónde vivo? Es una buena pregunta. Yo diría que en un avión. Estuve en Londres y después en Los Ángeles. Pasé unos meses en Sudáfrica y pronto iré a Australia. Me gusta, pero a veces es duro. Estás fuera de casa, en ambientes a los que no estás acostumbrada”.
"He estado en muchos internados. En Londres, en EE UU… El de Washington era un edificio en medio de la nada, solo tías. Y, cuando eres pequeñita, la gente es mala y te putea"
Tiene cierto entrenamiento: pasó gran parte de su adolescencia en esos lugares cuya sola mención aterroriza al adolescente medio, los internados. Cualquier chaval con una pizca de sentido común preferiría ser abandonado en la sabana africana a pasar un curso, solo y sin protección, rodeado de otros como él. “Suena heavy, ¿eh? Pues he estado en muchos internados. En Londres, en EE. UU.… El último, en Suiza. Ese no fue tan duro, ya era más mayor. Pero el de Washington era un edificio en medio de la nada, solo tías. Y cuando eres pequeñita, yo tenía 15 años, la gente es mala y te putea. A veces lo pienso y digo: ‘Ese año podría habérmelo ahorrado’. Pero me llevé experiencias, conocimiento de culturas ajenas y grandes amigas”.
Tiene 22 años y empezó a trabajar con 18. Tarde para los estándares de un oficio en el que te jubilan a los 30. “Mi padre al principio se opuso. Pensó que no saldría bien, y me puso como condición hacer la Selectividad y estudiar. Ahora se le cae un poco la baba. Aunque sigue pensando que no acabaré la carrera [estudia Dirección y Administración de Empresas]. No entiendo esa manía de preguntarme qué haré cuando me retire. ¡Si acabo de empezar!”.
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