Posverdades epistolares
Seleccionar las Cartas al Director para su publicación es una tarea complicada, y no está exenta de fallos
Posverdad, elegida por el Diccionario Oxford como palabra del año 2016, es el término de moda. Según el diccionario que lo ha lanzado al estrellato, designa el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que la emoción y las creencias personales. Aunque no todo el mundo sepa exactamente lo que quiere decir, lo cierto es que a nadie se le escapa su carácter peyorativo.
En este periódico se ha utilizado profusamente en los últimos meses, en artículos de opinión y en algún reportaje. En la edición del jueves pasado, el término posverdad figuraba por partida doble, en un titular de portada y en el de una tribuna de opinión. En todos los casos en los que se ha mencionado, he notado pocas simpatías hacia el fenómeno que designa. De ahí la sorpresa inicial que me ha causado la carta de un lector, Josep Miró i Ardèvol, que acusa a EL PAÍS de dar cabida en sus páginas a algunas posverdades. Se refiere el señor Miró, consejero de la Generalitat de Cataluña con la extinta CiU, y fundador del grupo católico conservador E-Cristians, a las contribuciones de dos lectores publicadas en la sección de Cartas al Director del martes 24 de enero.
“En aquel día entre las cinco cartas publicadas, dos se las traen”, señala. “Una de ellas titulada por la Redacción con el explícito título de Machismo ruso (...), dice nada menos que: ‘En Rusia han aprobado una ley que permite al hombre pegar a la mujer una vez al año’ (...) Lo que en realidad se ha aprobado en primera lectura es una ley sobre la violencia familiar, que castiga como falta una primera agresión a un miembro de la familia, sea mujer, menor o anciano, que no dé lugar a lesiones de significación, una sanción pecuniaria, que si reitera la falta, se convierte en delito, y por consiguiente es sancionado penalmente. La diferencia entre lo escrito y publicado es abrumadora y queda a juicio del lector aplicarle el calificativo de manipulación, engaño, o mentira”.
De la segunda carta, titulada Fecundidad, extrae el señor Miró el siguiente párrafo: “Me pregunto si tanto Gran Bretaña como Estados Unidos con sus recientes políticas proteccionistas y nacionalistas terminarán obligando a aumentar la fecundidad de la población femenina en sus respectivos países (ya existen ejemplos de esto en las leyes nazis)”. Lo que le lleva a concluir: “O sea que (…) con la colaboración de EL PAÍS, [el firmante de la carta] compara la situación de Estados Unidos y Reino Unido con el régimen nazi y se permite apuntar que las mujeres pueden verse obligadas a procrear por los republicanos y conservadores. Esto es muy gordo, salido de madre, y el periódico colabora a ello seleccionando —esa es una palabra clave— esta carta, al igual que la anterior entre un montón de otras muchas. (…) Para respetar la deontología profesional bien haría EL PAÍS en no dar cancha a posverdades tan flagrantes”.
Las cartas y las tribunas deben basarse también en datos ciertos
José Ignacio Torreblanca, director de la sección de Opinión, que tiene a su cargo la selección de cartas, admite el fallo. “El lector tiene toda la razón. Es nuestra obligación verificar que los hechos que se trasladan en las Cartas al Director sean ciertos y veraces (también en las tribunas de opinión). Lo hacemos regularmente y en muchas ocasiones corregimos datos o matizamos afirmaciones. En esta, lamentablemente, no lo hemos hecho, así que le agradecemos su llamada de atención”.
Yo querría precisar, no obstante, en relación con la primera carta mencionada, que la noticia a la que alude fue recogida en la edición digital de EL PAÍS del 13 de enero pasado con un titular un tanto sensacionalista: 500 euros de multa por pegar a tu esposa por primera vez. Ahora bien, el autor del texto, Rodrigo Fernández, corresponsal en Moscú, resaltaba en él la importancia que tiene la decisión del Parlamento ruso para las mujeres, que son las principales víctimas de la violencia doméstica en ese país, seguidas de los niños. Fernández citaba además un dato escalofriante procedente de un estudio oficial de 2012: entre 12.000 y 14.000 mujeres son asesinadas anualmente en Rusia por sus parejas o sus familiares.
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