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Columna
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Decrepitud

El Consejo de Estado se ha pronunciado sobre el Yak 42 a tan solo 13 años del suceso

David Trueba
Federico Trillo y la reina Isabel, en una audiencia en Buckingham Palace.
Federico Trillo y la reina Isabel, en una audiencia en Buckingham Palace.YUI MOK (CORDON PRESS) (PA Wire/Press Association Images / Cordon Press)

Si hoy es martes, observarán la lenta cadencia con que se consuman las decrepitudes en España. El expediente del Consejo de Estado sobre la responsabilidad política en el caso de los militares fallecidos en el Yak 42 ha ayudado a alcanzar conclusiones a tan solo 13 años del suceso. En la tradición nacional hubiera tomado en torno a cuatro siglos llegar a reconocer alguna culpa. Tan sorpresiva celeridad ha pillado a Federico Trillo aún disfrutando del premio a su demérito, toda una embajada en Londres. Ahora toca apresuradamente repatriarlo para reubicarlo en su plaza del propio Consejo. Que retorne al órgano que le responsabiliza de la mala gestión tiene ese humorismo hispano al que somos tan aficionados. Te condeno a ser yo, se diría.

Junto al juicio de la Gürtel o el lento goteo de sentencias pese al enorme paraguas de los Blesa, Fabra, Matas, Bárcenas, el mosaico compone en trencadís la decadencia en diferido del aznarismo. Ese sistema que ejemplifica el milagro económico de las cuentas propias de Rodrigo Rato. España no iba bien, les iba bien a ellos, cuando aquella boda escurialense donde se entrelazaban sentimientos y negocios como en un episodio de Los Soprano. De Trillo queda para la historia el esfuerzo por precipitar una identificación de pega de los cadáveres de las víctimas contra el rigor de los forenses profesionales. La puntualidad del funeral de Estado obedecía a razones de agenda política y por ello los familiares enterraron e incineraron cadáveres distintos a los que les correspondía, en algo que ya no tenía nada de accidente, sino de desprecio, ese enigma de nuestro carácter. Pero no conviene olvidar que el mayor desprecio a los españoles se practica siempre al grito de Viva España.

Nunca dijo nada el Vaticano sobre el mal que se causó a familias de honda fe católica con ese adiós tramposo, ahora que las autoridades eclesiales han recordado con tanta firmeza lo que es un enterramiento sagrado y lo que son parodias paganas. El premio de la estancia en Londres agradecía los desvelos de Trillo por urdir un sistema de garantías judiciales que se demostró utilísimo para los suyos en los tiempos inmediatamente futuros, con nombramientos, amnistías y ascensos basados en milimétricas virtudes de apego y fidelidad. Ojalá hubiera empleado la misma precisión para salvaguardar a aquellos militares sacrificados, para honrar su recuerdo y permitir a sus familias guardar en la intimidad su inmenso dolor en lugar de avivarlo con desplantes y chulerías. Confiaba, como tantos antes que él, que con un Viva España todo quedaría oculto, sustanciado y a resguardo los bolsillos llenos.

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