Cacho de tierra
Resulta que si no tienes más de ochenta años y no estás sola en este mundo, no tienes derecho a apartar una tumba en Venecia

Di perpetuo non c’è più niente,me dijo Tomassa, administradora de la oficina de servicios del cementerio de San Michele, en Venecia. Ya no se puede comprar una tumba familiar “perpetua” en Venecia: el límite son 99 años, y el costo ronda los 70.000 euros. “¿Pero si quiero comprar sólo un cacho de tierra —así, chiquito— para una tumba individual?”, le seguí insistiendo a Tomassa.
Hace una década obtuve una residencia oficial en Venecia. Poco después, escribí un libro —mi primero— donde explicaba mis motivos para querer ser sepultada ahí un día. Pero como sé que mi familia no toma en serio mi muy precavido deseo de dejar estas cosas claras, decidí aprovechar un viaje a Italia para volver a Venecia y resolver mis asuntos fúnebres.
Tomassa me miró por encima de sus anteojos y preguntó:
—¿Tienes más de 80 años?
—No.
—¿Estás sola?
—¿Sola en qué sentido? —respondí.
—Sola en el sentido de sola: sin familia.
Resulta que si no tienes más de ochenta años y no estás sola en este mundo, no tienes derecho a apartar una tumba en Venecia. Por recomendación de un librero de Marco Polo (la mejor librería de Venecia) fui a buscar a un tal Loris, jefe de la funeraria La Serenissima y dueño de un conocimiento único sobre los circuitos profundos de las muertes venecianas. Cuando me planté frente a su escritorio y le dije que quería una tumba en San Michele, me miró con sospecha. Pensó, primero, que le estaba tomando el pelo. Luego, que estaba loca. Tercero, se cercioró de que no fuera una suicida esteta a medio plan de acción. Pero cuando por fin logré convencerlo de que era sensato preocuparse, incluso a los 33 años, por la logística de la muerte propia (¿y quién más lo entendería si no él?), pasamos el resto de la tarde hablando y fumando.
Loris es uno de los once empresarios fúnebres de Venecia, donde mueren cada vez menos personas. Según me dijo, cuando llegó a la isla en 1969, había 800.000 residentes y hoy en día hay 45.000: en un “buen” año, hay solo unas 1.200 muertes. Encima de eso, según me explicó, la gente es decididamente más y más mezquina con sus muertos: prefieren pagar la suma estratosférica de una efímera nota necrológica, y escatiman con la dignidad concretísima de las tumbas.
Se me ocurrió el siguiente trato:
—Loris, ayúdeme a convencer a los jefes de San Michele de que me vendan un terrenito, y le prometo que me pago un buen funeral que lo acompañe.
—Yo no hago trueques con la muerte, ragazza, pero yo le ayudo...
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