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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando la primera potencia pierde esperanza de vida

Entre 1999 y 2013 se ha producido un aumento de la mortalidad en Estados Unidos comparable a la que provocó el sida en los años ochenta y noventa

Milagros Pérez Oliva
Un fumador en las afueras del distrito financiero de Chicago
Un fumador en las afueras del distrito financiero de ChicagoASSOCIATED PRESS

En los tiempos que corren, ningún logro social puede darse de antemano por consolidado. Tampoco en el ámbito de la salud. Las autoridades sanitarias de EE UU miran con preocupación los últimos datos publicados por Centro Nacional de Estadísticas de la Salud: por primera vez desde la epidemia del sida de los años noventa, la esperanza de vida al nacer ha bajado. No mucho, de 78.9 a 78,8 años, pero la tendencia se ha invertido. Perder un mes de esperanza de vida no parece grave, pero para quienes dominan este tipo indicadores se han encendido las luces rojas. EEUU ocupa el puesto 28 del mundo en esperanza de vida, una posición que no se corresponde con su nivel de desarrollo económico.

Algunos países africanos perdieron hasta 20 años de esperanza de vida por la epidemia de sida. La antigua URSS sufrió también un retroceso al desmantelarse el estado protector soviético. Pero EEUU no tiene, aparentemente, una razón evidente para un cambio de tendencia. La cuestión es que la mortalidad ha aumentado el último año un 1,2%, algo que no ocurría desde 1999 y lo ha hecho en nueve de las diez principales causas de muerte. Solo en cáncer se observa un descenso. Determinar la causa no va a ser fácil. Puede que haya empeorado el estado general de salud, puede que la asistencia médica haya retrocedido, o las dos cosas a la vez.

Hay, sin embargo, un factor que no lo explica todo, pero que está siendo analizado con preocupación. La alarma saltó cuando un estudio de la universidad de Princeton observó que entre 1999 y 2013 se había producido un aumento de la mortalidad comparable a la que había provocado el sida en los años ochenta y noventa. En ese periodo se registraron casi medio millón más de muertes por sobredosis de drogas, alcoholismo y abuso de medicamentos de las esperadas. Las muertes por sobredosis de heroína y fármacos opiáceos se multiplicaron por cuatro y las 47.055 registradas en 2014 superaron por primera vez las causadas por accidentes de tráfico. Había además un dato sorprendente: el 90% de los nuevos consumidores de heroína eran blancos, la mayoría de edades medias. Y en 2006, las muertes por sobredosis de heroína entre los blancos superaron a las registradas entre los negros y los hispanos.

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Se le ha llamado la epidemia silenciosa. Pero, ¿qué ha ocurrido para este cambio tan inesperado? Todavía es objeto de estudio, pero de momento se apunta una causa: la tendencia a consumir cada vez más analgésicos para combatir el dolor y ciertas somatizaciones derivadas del malestar psicológico. El aumento en la prescripción de opiáceos derivó en abuso y cuando las autoridades endurecieron las condiciones para recetar estos fármacos, muchos de quienes sin saberlo se habían convertido en adictos, pasaron a la heroína. ¿Por qué no aumentó también entre los negros? ¿Tal vez porque ellos no tienen tan fácil acceso a la prescripción de estos fármacos? ¿O tal vez porque las nuevas generaciones de afroamericanos aprendieron de lo que les había ocurrido a sus mayores? Todo esto está todavía está en discusión, pero los datos están ahí y si no se interviene, puede ir a más.

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