Cien años con Espartaco, Einar y Ned Land
Feliz la infancia y la adolescencia de quienes crecieron con Kirk Douglas
Para los patriarcas preexílicos de la Biblia, cien años suponían apenas la adolescencia; pero en algunos negocios, como el del cine, cien años son más de dos vidas. Kirk Douglas, nacido Issur Danielovitch Demsky (El hijo del trapero, tituló su autobiografía), cumple hoy cien años. Para casi todos, Douglas es Espartaco; para muchos, el productor que recuperó a Dalton Trumbo; para algunos, una fuerza liberal que durante décadas contrarrestó al Hollywood más reaccionario. Desde cualquier punto de vista que se le observe, forma parte de una generación de hombres de cine que transportó el testigo desde los inconmensurables clásicos de los cincuenta hasta los nuevos magos (Scorsese, Spielberg, Coppola) de los 80.
Douglas, como los actores coetáneos (Robert Mitchum, Burt Lancaster, Henry Fonda) se presentó siempre en pantalla como una presencia poderosa. Su técnica de interpretación sosteníauna desenvoltura natural de alto voltaje; podía pasar en el mismo plano de la jovialidad risueña a la ira demoníaca sin que se notara la transición. En eso se parecía al gran James Cagney. King Vidor explotó a fondo esta aceleración en La Pradera sin Ley. Pero no fue el único. Richard Fleischer, un magnífico director olvidado, tejió dos de las mejores pelíciulas de aventuras de la historia con la ductilidad fulgurante del actor. En 20.000 leguas de viaje submarino compuso un memorable Ned Land, capaz de bailar con una foca en un plano y en el siguiente enfrentarse con ferocidad al capitán Nemo (un inmenso James Mason). En Los Vikingos, una película que no está al alcance de ningún director actual, se encerró en el personaje de Einar; el argumento secreto del film es el tortuoso descenso de Einar al infierno de la amargura desde los primeros instantes en los que aparece como jovial y despreocupado. Sus cruces de miradas con Eric (Tony Curtis) forman parte por derecho propio de la historia del cine. En Los Vikingos hay que elegir; se está con Einar o con Eric; y la mejor elección es Einar.
Hay que ser un presencia fílmica y política imponente para lidiar con Stanley Kubrick (Espartaco, Senderos de Gloria), irrumpir en sus inicios profesionales en una de las mejores películas de cine negro (Retorno al Pasado de Jacques Tourneur), vestir el mejor Doc Holiday del cine (Duelo de Titanes, de John Sturges junto a un Wyatt Earp, el Padre Virtudes, interpretado por Burt Lancaster), poner a caer de un burro al modelo productivo del cine estadounidense (Cautivos del mal y Dos semanas en otra ciudad, ambas de Minnelli), atreverse a temer un golpe de Estado en Washington (Siete Días de Mayo, de John Frankenheimer) o lanzarse al vértigo de Van Gogh (El loco del pelo rojo, de nuevo Minnelli). Tuvo arrestos, en el ocaso de su carrera, para construir un personaje singular: el rostro de Paris Pitman Jr., la inteligencia del mal en El Día de los Tramposos, de Mankiewicz.
El Hijo del Trapero ha gastado bien los cien años. Cuarenta de profesión le han bastado para construir una historia de personajes al alcance de muy pocos, Y por fortuna sigue vivo. Feliz la infancia y la adolescencia de quienes crecieron con Espartaco, Einar y Ned Land.
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