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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Draghi se pone en lo peor

Al aumentar la inyección monetaria y extenderla en el tiempo, el BCE toma posiciones ante las consecuencias del Brexit y Trump

Mario Draghi, presidente del BCE
Mario Draghi, presidente del BCEFRANCE PRESS

Nada define mejor la inquietud del Banco Central Europeo (BCE) acerca de la mediocre situación de la economía del euro que la decisión de ampliar en medio billón de euros adicionales el programa de estímulos monetarios y declarar su disposición a extenderlo hasta finales de 2017. Cabe incluso suponer que, si lo considera necesario, Mario Draghi volverá a prorrogar las facilidades monetarias más allá de esa fecha. La evolución de la economía indica una situación de lenta mejora en crecimiento e inflación, pero tan lenta que, para un economista convencional, resulta imperceptible.

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Draghi se muestra precavido ante tiempos que pueden ser más difíciles y enrevesados que el presente. Usa como pantalla los riesgos políticos, que sin duda existen, pero en Fráncfort saben perfectamente que el problema nuclear de la parálisis europea es de política económica: no hay manera de convencer a Berlín y sus aliados de que la expansión monetaria tiene que ir acompañada de una expansión fiscal. Si, además de este gravísimo inconveniente, aparece en el horizonte de Estados Unidos una mezcla informe de más gasto público con proteccionismo selectivo, se enreda la madeja política del Brexit e Italia sufre el fiasco del reférendum de Renzi (sin olvidar la fantasmal crisis de sus bancos, que no hay forma de afrontar según los protocolos europeos), no es de extrañar que el BCE quiere mantener el vendaje por si acaso supura más la herida. A sabiendas de que la excepción monetaria es solo el telón de fondo para que desfilen otros personajes, y el principal es la inversión pública.

El BCE hace lo que tiene que hacer; pero la trinchera de los ministros de Economía, con el torpe boicoteo del plan (por lo demás, remilgado) de Moscovici, está anulando las virtudes de la política monetaria expansiva. Llegará un momento en el que los mercados pierdan la confianza en la heterodoxia monetaria. Sin expansión fiscal, la monetaria pierde casi toda su eficacia. La moraleja de esta historia es que mientras Fráncfort insiste en hacer lo que debe, Berlín insiste en entender lo que quiere; y en hacerlo.

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