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CLAVES
Columna
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El pacto modesto

No hay razones para pensar que las preferencias de los ciudadanos en torno a la educación estén perfectamente alineadas

Jorge Galindo
Un estudiante de pie en una clase en la universidad
Un estudiante de pie en una clase en la universidad GETTY

Es una tradición, parte ya del ciclo político patrio: cada cierto tiempo sale a relucir la necesidad de un “gran pacto por la reforma de la educación”. No se puede dejar, se argumenta, algo tan importante al vaivén, al tira y afloja político del día a día. Y es cierto que acordar medidas tiene sus ventajas: cuantos más sectores estén implicados, menos probable es que cuando haya cambio en el poder se deshaga lo andado. Sin embargo, pretender que el debate sobre la educación se puede desideologizar es ilusorio, e incluso contraproducente para el objetivo de la continuidad.

No hay razones para pensar que las preferencias de los ciudadanos en torno a la educación estén perfectamente alineadas. Ni que vayan a estarlo jamás. Ignorar este extremo podría llevar a un efecto árbol de Navidad, en el que cada lado intentaría colgar su fetiche particular a la reforma, a riesgo de que el invento se venga abajo. Al contrario, el objetivo debería ser sentar una base común sobre la cual se pueda construir en distintas direcciones sin poner en peligro los cimientos. Por ejemplo, apostando por una aproximación curricular basada en competencias transversales que garanticen que, al terminar el periplo escolar, cada persona podrá escoger con la mayor libertad y autonomía posible su camino en la vida, antes que intentar cargar al alumno con un sinfín de habilidades específicas de utilidad incierta.

Es importante subrayar esto precisamente hoy cuando, por primera vez, la configuración parlamentaria asegura que cualquier reforma deba ser, sí o sí, negociada y acordada por tres de los cinco grandes bloques parlamentarios (PP, PSOE, UP, Ciudadanos, nacionalistas). Así se prevé con una eventual sustitución de la LOMCE.

Le decía Calvin a Hobbes en una de sus tiras cómicas que “un buen acuerdo siempre deja a todo el mundo insatisfecho”. Es esta una máxima de sistemas multipartidistas donde las reformas sobreviven a la legislatura de turno. Paradójicamente, la insatisfacción parcial hoy lleva a la posibilidad de construir mañana sin necesidad de dinamitar el pasado pieza a pieza. Mejor pactos modestos, pero bien fundados. @jorgegalindo.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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