La (no) tan obvia pauta de empezar por el principio
La paternidad positiva se erige como una importante forma preventiva para la erradicación de la violencia machista
Estaba empezando este texto cuando Luz Sánchez-Mellado me avisó por correo electrónico de que había un dato que cambiar en su artículo Nosotras mismas. Ya no eran 39, sino 40. Ayer, 24 de noviembre, un hombre de 29 años degollaba a su novia, de 26, en el número 28 de la calle de Barcelona, a la altura de la estación de Cercanías de La Serna-Fuenlabrada.
Publicamos las edades, la hora a la que ocurrió y a la que se descubrió el cadáver, los números de las casas donde sucede, la cifra a la que asciende el conteo de mujeres asesinadas. A veces los nombres completos, a veces iniciales. Detrás de ese esqueleto informativo queda el vacío de una vida como la de cualquiera: la mía, la tuya, la de ellas. Nunca (o casi nunca) sabemos si se levantaban temprano, si iban al cine o si tenían planes para el puente de diciembre, si les dolían las rodillas, si dejaron algún par de zapatos por estrenar o algún libro a la mitad. Continúan las vidas de los que se asoman a ese hueco, personas que no se sorprenden, que incluso lo esperaban o que no entienden cómo pudo pasar. La suma sigue, cada año.
Nos manifestamos, exigimos leyes —y a veces llegan—, exigimos mejoras en esas leyes —y parece que también llegarán—, educamos a los que nos rodean —amigos, hijos, compañeros de trabajo, padres, vecinos, el pescadero del súper, abuelos—, sufrimos, nos indignamos, luchamos. Y algo sigue fallando. Tal vez, en parte, sea el principio.
Ritxar Bacete es un antropólogo experto en igualdad de género y coordinador en España de Promundo (una ONG internacional que trabaja por la justicia de género y la prevención de la violencia mediante la participación de hombres y niños en asociación con mujeres y niñas). Está en casa a media mañana de un jueves, una de sus hijas tiene fiebre y se ha quedado con ella. Este gesto, poco común, es uno de los reflejos de la lucha que Bacete lidera, la paternidad positiva: la participación de los hombres en el cuidado de los hijos, con equidad y sin violencia.
Desde el primer instante
Lo que parece una obviedad en muchos otros ámbitos, empezar por el principio, no lo es tanto en la crianza de los hijos: educar desde el minuto 0, contribuir al empoderamiento de la mujer con un reparto equitativo (real) de las tareas y convertirse en ejemplo y modelo para los hijos. Apunta Bacete que todos los estudios, entre ellos el último de MenCare, ponen en evidencia que el mejor momento de cambio para los hombres es un momento de crisis: “No vamos a renunciar a nuestros privilegios así como así, hay que aprovechar cuando somos más vulnerables”. Ese momento es el de la entrada a la paternidad. “Ahí se juega la principal batalla, consolidar el cambio e implicarnos en un proceso de igualdad negociada con nuestras parejas”.
El modelo de referencia que se crea entonces es el de una relación de equilibrio entre él y ella, de plena igualdad: “Las hijas de padres que han estado presentes buscan más parejas igualitarias y tienen una menor tolerancia a relaciones de control y violencia. Y los hijos de esos padres son más pacíficos y tienden a ser más igualitarios”. Para crear ese germen, más allá de la narrativa —que lo inunda todo— es necesaria la acción. Bacete explica que, en el País Vasco, durante una investigación con parejas heterosexuales, los datos sobre cómo se posicionaban ellos y ellas frente a la igualdad eran muy altos, un 8,4 en ellos y un 8,5 en ellas. “Sin embargo, cuando les preguntabas quién trabajaba a tiempo completo y quién se quedaba en casa con los hijos, la cosa cambiaba. El 90% de ellos y algo más del 40% de ellas”.
Son datos que no rompen el ciclo de desigualdad y violencia y, para hacerlo, hace falta una transformación profunda, cultural y social, en cuanto a la relación de los hombres con el trabajo. “Estamos hablando de un cambio de valores y de actitudes que, no solo va a transformar a la criatura, sino al padre. Esta relación de apego segura basada en el respeto, la escucha y la no violencia, desarrolla mucho mejor la empatía y las capacidades expresivas, sobre todo en los hombres”.
Cuando se es padre de una niña
No es lo mismo tener una hija que un hijo. Él nacerá con los privilegios que la sociedad de hoy todavía le reconoce por ciencia infusa. Ella crecerá teniendo que doblar la lucha para cualquier cosa. “Muchos hombres no se plantean relaciones diferentes con sus parejas, hasta que son padres de una niña. No es lo mismo que tú sepas que te has beneficiado del trabajo de madres, abuelas, hermanas… a tener una niña y pensar que va a ser sometida, maltratada, menospreciada”, argumenta el antropólogo.
“La paternidad positiva como factor transformador no es solo a nivel cognitivo, sino psicológico, de vivencia y de la construcción de cuerpos, en el de los hijos, cuerpos para la paz”, Bacete insiste en que al final, lo que se educan son cuerpos y mentes, y no pueden disociarse. “En la convivencia coherente de los padres y de las madres es donde podemos hacer el trabajo más profundo”.
Recuerda Bacete las palabras de Celia Amorós cuando hablaba de los grupos privilegiados y la imposibilidad de que hagan suyas las reivindicaciones de los oprimidos, y recuerda la convención de Seneca Falls, en Estados Unidos, la primera sobre los derechos de la mujer: “La equidad de género nunca será posible sin los hombres, y sin equidad será imposible erradicar la violencia. Y lo necesitamos, necesitamos acabar con ella”. Para eso es necesario un primer paso, el que todos y cada uno de los hombres podrían dar hoy: “En 30 años podríamos estar viviendo cambios muy profundos”.
No cree en los milagros, pero sí en la capacidad para asumir que los hombres están cargados de contradicciones, de luces y sombras que es necesario asumir y que desde ahí, se debe construir una identidad igualitaria. “Cuanto más practicas, con cada pequeño gesto, es más fácil, se hace más habitual. Me gustaría que dentro de diez años nos mirásemos al espejo y nos devolviese una imagen desconectada de la violencia, más deseable”. Y Bacete añade que esto es tanto más expansivo cuantos más hombres de las élites políticas, económicas y culturales se sumen a ello: “Es contagioso, y estoy convencido de que está al caer, ahí está por ejemplo el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. La masculinidad hegemónica tóxica tradicional se siente amenazada, está en cuestión el hombre poderoso y violento porque ya somos muchos contrahegemónicos”.
Medidas de acción
Son necesarios desde los pequeños gestos cotidianos en el hogar, hasta las grandes medidas y acuerdos pactados en despachos. Bacete apunta a permisos de maternidad y paternidad igualitarios, ejecución presupuestaria para ello, y recursos públicos para cambiar la cultura del trabajo: “Racionalización de los horarios en las escuelas y los centros de trabajo, y establecer medidas de acción positiva para garantizar la presencia de hombres en los espacios de cuidados”.
En el ámbito de la globalidad de las relaciones de género, el antropólogo cree que las políticas son erróneas: “Son dirigidas a las mujeres y vosotras ya habéis hecho un esfuerzo enorme, falta la incorporación de la perspectiva de género de los hombres a la igualdad. Poner encima de la mesa el cambio en los hombres. Y sobre todo cuando hablamos de violencia contra las mujeres, el problema de mujeres es de las masculinidades tóxicas. Habrá que trascender ese minuto de silencio hacia planes y acciones sociales y políticas”.
Está convencido de que tiene que llegar, y llegará, ese momento en el que se mire mal en el trabajo a aquel hombre que acaba de ser padre y no se coge el permiso. Ese será el futuro, el de unas nuevas identidades masculinas más completas. Ahora es tiempo de propagar esa conciencia, de ser barcos de arrastre.
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