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La ley de los cinco regalos o cómo gestionar los obsequios esta Navidad

Vivimos en el tiempo del tener, esa variedad aceptada de discreto Síndrome de Diógenes de objetos nuevos que todos tenemos de alguna manera

Un bebé la mañana de Navidad.
Un bebé la mañana de Navidad.getty

Se acerca el BlackFriday, el CiberMonday y a continuación las navidades. Ese tiempo tan contradictorio, temido para unos, deseado para otros… sin embargo, para todos lo que somos padres, la Navidad tiene necesariamente un componente entrañable, una mirada distinta de la realidad a través de los ojos renovados e ilusionados de nuestros hijos. Ahora bien, también es el tiempo de hacer un ejercicio extra de responsabilidad y conciencia a la hora de gestionar el ingente número de regalos que tendemos a hacer en estas fechas endémicamente consumistas.

De la misma manera que podemos caer en la abundancia contraproducente, también debemos vigilar no proyectar nuestras propias frustraciones o fantasías de lo que no tuvimos, en nuestros hijos. Tener clara conciencia de que la falta de presencia, de tiempo compartido, de horas dedicadas no se compensa con abundancia de objetos. Educar también es reeducarnos.

Es imprescindible decir que más, no es mejor. Cantidad nunca fue sinónimo de calidad. Sin embargo, vivimos en el tiempo del tener, acumular, esa variedad elegante y aceptada de discreto Síndrome de Diógenes de objetos nuevos que todos tenemos de alguna manera.

Algunos caminos que conducen hacia una gestión equilibrada de los regalos pueden ser:

  1. Muchos psicólogos abogan por la ley de los cinco regalos; como madre y como psicóloga creo que las rigideces no son buenas consejeras y que la tendencia debe ser limitar el número de regalos, pero con flexibilidad, en nuestro caso concreto les planteamos a nuestros hijos tres regalos en Papá Noel y dos o tres regalos en Reyes, uno de los cuales deber ser para jugar en familia o entre hermanos. Puede parecer poco, pero no perdamos de vista a los abuelos, tíos, amigos y demás que también van a regalarles. Si nuestros hijos están faltos de algo no es de objetos, sino de tiempo y presencia.
  2. El exceso de regalos no es el problema, el problema es el exceso concentrado en tan poco tiempo. Sugiero regalar a lo largo de todo el año, porque se han esforzado en algo (no necesariamente premiar el aprobado), porque queremos darles una pequeña sorpresa, etc.
  3. Podemos y debemos aprovechar cualquier situación para educar a nuestros hijos: cuando los padres restringimos el número de regalos que pueden pedir estamos trabajando el criterio, la elección y la renuncia.
  4. Para que ellos hagan la importantísima tarea de decidir qué van a pedir a los Reyes o Papá Noel, podemos facilitarles la tarea, protegiéndoles de la ingente cantidad de propaganda televisiva dirigida a ellos y sustituirla dentro de lo posible por los catálogos de tiendas especializadas para que puedan leerlo y revisarlo con calma y controlando el impulso.
  5. Pongamos atención a los comentarios sexistas sobre juguetes para desactivarlos, permitiendo y favoreciendo que elijan en libertad y sin prejuicios por razón de género. Para ello, tendremos que hacerlo primero nosotros.
  6. Sustituir el regalo-objeto por el regalo-experiencia. En vez de comprar un juego, juguete, etc., convertir el regalo en una experiencia tal como ir a algún sitio en familia, visitar algo deseado por ellos, etc.… Vivencia en vez de acumulación de cosas.
  7. La responsabilidad de la educación de nuestros hijos es en primera y última instancia nuestra. Es necesario también hablar con familia y amigos para que estén alineados coherentemente con nuestra decisión y manera de gestionar los regalos, y si es necesario, poner límites.
  8. Independientemente de si somos partidarios de contribuir a la fantasía de Papa Noel y los Reyes Magos, si nuestros hijos son pequeños y aún lo creen o grandes y ya dejaron de creerlo, no debemos caer en el “chantaje” que utiliza a estos seres imaginarios dadores de presentes como herramientas al servicio de que nuestros hijos se “porten bien”. El fin nunca justifica los medios. Es algo escandalosamente generalizado: a los niños que se “portan bien” les traen todo lo que piden a los que se “portan mal”, carbón. Nada más y nada menos. Y a los pobres de solemnidad, nada, por lo que es no difícil deducir que han debido portarse fatal.

Concentrar una ingente cantidad de regalos en poquísimo tiempo genera:

Sobreestimulación: les cambia el estado de ánimo y les impide focalizarse en nada. Están desbordados, alterados y no son capaces de centrarse.

Pérdida de ilusión: nada como desear algo mucho para garantizar el placer que supone tenerlo. Si no hay deseo o éste se ve inmediatamente satisfecho, el placer también se minimiza.

Confusión: la abundancia de regalos hace creer a nuestros hijos que el mundo es así, que son merecedores (porque sí) de todo ello. Produce un espejismo de falsa autoestima basada en lo que tengo y no en lo que soy.

Anhedonia: es la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades. Se considera una falta de reactividad a los estímulos habitualmente placenteros.

El hecho de utilizar a estos personajes del imaginario popular, tan amorosos y cercanos, como herramientas de presión, se explica desde nuestra falta de autoridad y de recursos que desemboca en tener que recurrir a estos sicarios para que nos hagan el trabajo sucio. Y es también la representación a gran escala de la pedagogía basada en el premio y en el castigo: te están vigilando…, Si no te “portas bien” no habrá premio.

El mensaje subliminal es tóxico: “pórtate bien por miedo”, no por razones, valores o principios, no porque eso te ayudará a crecer y te beneficia, no porque te amamos y tratamos de transmitirte lo mejor de nosotros mismos. “Pórtate bien” porque si te “portas mal”, el espía de la barba blanca y los chicos de los camellos, no pasarán por aquí.

La Navidad, seamos creyentes o no, es un tiempo que moviliza a todos, que agranda las ausencias y los conflictos, que nos obliga a compartir mesa y mantel con quien no nos cae bien, que nos saca de la rutina para meternos en una desenfrenada actividad de compromisos de todo tipo, donde hay que comprar, hay que quedar, hay que hacer, hay que…pero también puede ser un tiempo de serenidad, de toma de conciencia, de hacer regalos con inteligencia, mesura, sin poner condiciones. El buen o mal comportamiento de nuestros hijos, nuestras culpas, sus errores y los nuestros no se resuelven cayendo en otros mayores.

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