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Tribuna
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La ‘trumpización’ de la política

Lo que podemos denominar la “trumpización’ de la política” en las elecciones de Estados Unidos nos ha demostrado, una vez más, que es posible que un político humille y degrade a un conjunto de personas de la forma más terrible, mostrándoles que carecen de virtud pública, y esas personas sigan queriéndolo

EVA VÁZQUEZ

“Las elecciones”, afirmó Abraham Lincoln, “pertenecen al pueblo. Es su decisión. Si los ciudadanos deciden darle la espalda al fuego y quemarse el trasero, tendrán que sentarse sobre las ampollas”. Los estadounidenses han mirado el fuego y ahora están pagando la decisión con ampollas. Pero una cosa es votar y otra dirigir una democracia. Las elecciones, en el mejor de los casos, no reflejan las virtudes de la democracia. Por el contrario, nos muestran que los ciudadanos están dispuestos a aceptar o rechazar candidatos sobre la base de una psicología conductual. Durante meses, los candidatos a la presidencia estadounidense han llevado la política del país a un juego polarizador de “nosotros” y “ellos”. Pero a pesar de todos sus carteles y sus actos públicos, lo que se ha echado terriblemente en falta en las elecciones estadounidenses han sido el vigor ciudadano y la virtud republicana.

No olvidemos que para muchos padres fundadores del republicanismo estadounidense las elecciones no debían medirse en función del interés propio y las ambiciones personales, sino en función de la virtud y la excelencia aplicadas a la totalidad de la sociedad estadounidense. Por definición, el republicanismo estadounidense se basaba en la teoría y en la práctica en la idea de la virtud cívica y en la muy simple verdad de que los ciudadanos son capaces de gobernarse a sí mismos. Quizá debido a este espíritu público, muchos republicanos fundadores consideraban que la virtud cívica era la base para la felicidad y el autogobierno. Como dijo en una ocasión John Adams, “la virtud y la simplicidad son indispensablemente necesarias en una república entre los hombres de todos los órdenes y grados”. Esto era aplicable en gran medida a la revolución de Estados Unidos, que había ayudado a promover la cultura del vigor ciudadano y la virtud republicana. Pero pronto Estados Unidos se convertiría en lo que Adams, en una carta escrita a Mercy Warren, llamó “un espectáculo de indiferencia y escarnio para los tontos y los malvados, y de dolor y vergüenza para los sabios de la humanidad, y todo esto en el espacio de pocos años”.

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La percepción de la decadencia de los valores republicanos y de la falta de virtud ciudadana en diferentes segmentos de la sociedad estadounidense llevó a Adams a concluir que el amor al interés privado se había vuelto más fuerte que el amor al bien común. Sorprendentemente, lo que Adams veía como el abandono de la virtud republicana en las colonias recientemente liberadas constituye de nuevo el fondo del problema con las últimas elecciones de Estados Unidos.

Lo que estas elecciones nos han enseñado es que la democracia es una frágil experiencia social e histórica. No obstante, la democracia representativa moderna y todo el procedimiento electoral son también formas de domar los prejuicios primarios de los ciudadanos que agravan la violencia y borran lo político del ámbito público. La democracia moderna siempre ha sido consciente de su maldad interior, y por lo tanto ha intentado disimularla. De por sí, engaña a todos en todo momento, en especial en tiempos de elecciones.

Durante meses, los candidatos han llevado la política del país a un juego polarizador de “nosotros” y “ellos”

Lo que podemos denominar la “trumpización de la política” en las elecciones de Estados Unidos nos ha demostrado, una vez más, que es posible que un político humille y degrade a un conjunto de personas de la forma más terrible, mostrándoles que carecen de virtud pública, y esas personas sigan queriéndolo. Esto nos lleva a la cuestión de las multitudes en las democracias y a la necesidad de seguir a los dirigentes. Ni que decir tiene que las ideas de “servidumbre” y “sumisión al poder” no solo son elementos sustanciales de las tiranías, sino que tienen también una importancia evidente para la tarea de entender este fenómeno de “trumpización de la política” en las democracias contemporáneas. Es una combinación que convierte el proceso de mentir y dominar en las democracias en algo muy diferente de otros tipos de dominación. Como sostiene el premio Nobel de Literatura Elias Canetti, “el hombre tiene una profunda necesidad de organizar y reorganizar en grupos a todos los seres humanos que conoce o puede imaginar; al dividir esa masa laxa y amorfa en dos grupos opuestos, da a dicha masa una especie de densidad. Dispone estos grupos como en formación de batalla; los hace exclusivos y los llena de enemistad mutua… En la raíz del proceso se sitúa el impulso de formar bandas hostiles, lo que, al final, conduce inevitablemente a verdaderas bandas en guerra”. Canetti se refiere aquí a la relación nosotros/ellos, que puede emerger de la lógica de las multitudes. Sacando a la luz la naturaleza antagonista de las identidades políticas, convirtiéndose en lo que el politólogo alemán Carl Schmitt llamaba una relación de amigo-enemigo, cualquier forma de servilismo hacia una multitud elimina automáticamente la posibilidad de sentido común en un orden democrático. Curiosamente, la multitud nunca se gobierna a sí misma, sino que se deja guiar y gobernar por unos cuantos. La principal idea tras esto es que las multitudes se habitúan a modos de no pensar y no cuestionar hasta los temas comunes más simples y triviales. Distraídas por el pan y el circo, pierden la autonomía y la creatividad, y se vuelven incapaces de ver más allá del proceso de votar. La razón por la que dicha lógica del pan y el circo sale adelante sin demasiado cuestionamiento es que parece adherirse a la idea de la propia democracia electoral.

Lo que las elecciones estadounidenses nos han enseñado es que es posible invitar a las masas a elegir sin convertir necesariamente los dos ideales de libertad y democracia en una forma de autogobierno. El aumento de los vicios republicanos de fastuosidad, ambición, mentiras, comercio y sectarismo en las recientes elecciones estadounidenses no ha resaltado necesariamente las capacidades creativas de los votantes estadounidenses como individuos autónomos con un perfecto dominio de su destino político. Sin embargo, la democracia necesita la virtud ciudadana para que las personas se den cuenta de que las aspiraciones para el futuro son más importantes que las necesidades del presente.

La virtud republicana de la ciudadanía era la filosofía política que guió a los padres fundadores del país

Sin duda, la democracia en la historia no solo se inventó para adular a las multitudes sino también para profundizar la virtud de la ciudadanía en la práctica. La virtud republicana de la ciudadanía era la filosofía política que guió a los padres fundadores del país. Para ellos era algo más que una campaña electoral. Era una forma de vida y un compromiso inflexible con la virtud cívica. No olvidemos lo que Thomas Jefferson escribió a John Taylor el 28 de mayo de 1816: “Podemos decir con acierto y significado que los Gobiernos serán más o menos republicanos según tengan un mayor o menor elemento de elección y control populares de su composición; y creyendo, como creo, que la masa de ciudadanos es el depositario más seguro de sus propios derechos, y en especial, que los males que derivan de los engaños al pueblo son menos perjudiciales que los derivados del egoísmo de sus agentes, soy amigo de esa composición del gobierno que tiene en sí más de este ingrediente”. Mirando lo que las recientes elecciones de Estados Unidos han dejado a la opinión pública de todo el mundo, parece claramente que la trumpización de la política ha sustituido al noble espíritu de los padres fundadores del país y a su clara pasión por el bien público y la virtud ciudadana. Esperemos que este ejercicio de la política se mantenga dentro de las fronteras de Estados Unidos, sin extender su influencia a otros países.

Ramin Jahanbegloo es filósofo.

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