Maldito cipote
Las columnas confesionales se escriben sobre cosas irrelevantes, como los bares oscuros
Hace unas semanas se publicó un maravilloso artículo en el que se trataban con envidiable tino los dejes del columnista hombre actual. Al parecer, se habla una barbaridad de cosas intensas, sórdidas y tan emocionalmente devastadoras como un botellín vacío. Leerlo fue como aquello de estar en un after, mirar alrededor y pensar "me voy a casa". Unos lo hacen porque en un momento de tardía lucidez se sienten más humanos que los que le rodean; otros, porque les agobia no encontrar taxi. Tratando de ubicarme como persona y como juntalentras, recordé la noche en que conocí al escritor aunque gran persona Miqui Otero. Me contó que el mal de su generación era el cinismo, mientras que el de la anterior había sido el malditismo. En los temas de edad me siento entre generaciones, del mismo modo que en lo sentimental sé que mis ex me recordarán como algo que pasó entre relaciones. Si yo fuera el calendario deportivo de eventos internacionales sería un año impar. Bien, pues parece ser que los malditos han vuelto. Van a bares oscuros y sucios y se tocan con mujeres que fuman. Yo a esos bares solo entro acojonado a pedir cambio para tabaco, y si una mujer que fuma me pide fuego –las mujeres que fuman se diferencian de las simplemente fumadoras en que nunca llevan fuego- le regalo el mechero.
Hoy he tenido una mañana de mierda y pensé que eso sería buen material para esta columna. Luego caí en que lo que me había pasado era importante de verdad. No servía. Las columnas confesionales se escriben sobre cosas irrelevantes, como los bares oscuros, las relaciones efímeras y todo eso que tu cipote piensa que haría de tu biografía un gran libro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.