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Tribuna
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Una política comercial común

Cuanto más tiempo se espere en la firma de los tratados internacionales, más se demoran los beneficios

Manifestación en Berlín contra el Tratado de libre Comercio (TTIP).
Manifestación en Berlín contra el Tratado de libre Comercio (TTIP).EFE

La enésima sesión de negociaciones entre la Unión Europea y EE UU sobre la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), ha concluido con lentos avances, insuficientes como para dar un golpe de timón a una negociación que lleva años entre frenazos y acelerones. Sin embargo, la atención de la opinión pública europea no se había centrado hasta hace poco en las vicisitudes de esta alianza, a lomos de la ola del sentimiento populista y antiglobalización que la impregna.

Algunas cuestiones que se negocian entre EE UU y Europa, y donde se plantean divergencias legítimas, normales y presentes incluso cuando se negocia el precio de un piso, se nos presentan como complots de amorfas multinacionales a expensas de las pequeñas empresas y de los ciudadanos. Se esgrime el espectro de los daños a la salud de los consumidores, de la cesión de soberanía a los tribunales de arbitraje privado, y así sucesivamente.

Pero, ¿cómo funciona en realidad y para qué sirve la política comercial europea? En primer lugar, conviene saber que la UE tiene competencias exclusivas en materia de comercio internacional. En otras palabras, no cabe la posibilidad de que Italia o España negocien un acuerdo por separado con EE UU, Canadá o cualquier otro país. Esto representa sin duda una ventaja, ya que permite que economías semejantes y con un corpus de reglas comunes puedan negociar con otras naciones en una posición de mayor fuerza. Además, en el curso de los años ha ido formándose un sofisticado grupo de funcionarios especializados, capaces de comprender los distintos expedientes con mayor sagacidad que cada país por separado: uno de los problemas planteados por el Brexit al Reino Unido es precisamente el de tener que empezar desde cero en la reconstrucción de un departamento capaz de hacerse cargo de las complejas cuestiones del comercio internacional. La desventaja es que, dado que resulta imposible ignorar por completo a los Gobiernos, algunas posiciones proteccionistas de naciones importantes (Francia, por ejemplo) acaban volviéndose de todos.

Economías semejantes y con un corpus de reglas comunes pueden negociar con otras naciones en una posición de mayor fuerza

Con las progresivamente mayores dificultades que encuentra la Organización Mundial de Comercio para la conclusión de acuerdos globales que abaraten las tasas y, sobre todo, las barreras no arancelarias, la UE se ve cada vez más involucrada en negociaciones bilaterales con países singulares o asociaciones de Estados (por ejemplo, la zona de libre comercio del sudeste asiático). Se trata de una tendencia mundial: no solo Rusia negocia acuerdos con China e India y éstos entre sí, sino que brotan como hongos tratados multilaterales, uniones aduaneras, incluso monedas únicas o códigos transnacionales de comercio.

El más importante de los tratados firmados recientemente es el TPP, entre EE UU y un gran número de países que se asoman al Océano Pacífico, desde Japón hasta Australia, pasando por Nueva Zelanda y Chile. Sin embargo, EE UU todavía no lo ha ratificado y, con las políticas neoproteccionistas proclamadas por Trump y Hillary Clinton, su entrada en vigor presenta incertidumbres.

La UE tampoco está cruzada de brazos: en 2011 estableció un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur que ha tenido frutos espectaculares. Bruselas firmó más tarde el CETA con Canadá, que ahora, con un curioso procedimiento, tendrá que pasar no solo por el Parlamento Europeo, sino por todos los Parlamentos nacionales. La Unión está negociando otros acuerdos con Japón, China y está revisando tratados vigentes o se ha sentado en nuevas mesas de negociación con América Latina, África y Asia del Sur.

¿Por qué resultaría tan importante actuar rápidamente y concluir las negociaciones en curso? En primer lugar, porque cuanto más tiempo se espere, más se demoran los beneficios que, por ejemplo, el libre comercio con Corea ha hecho evidentes. Por otra parte, en un mundo en el que en un futuro previsible, el peso de China, India y África está destinado a crecer más que el de Europa, sería conveniente que las reglas del juego del comercio mundial se impongan cuanto antes con aquellos países con los que compartimos valores y estructuras políticas. Si hoy en día como europeos ponemos trabas a la presunta inflexibilidad estadounidense en la mesa de negociación, tal vez no nos hagamos una idea cabal de lo que significará sentarse a negociar con diplomáticos chinos que representen un PIB que duplica el nuestro.

Alessandro de Nicola es analista económico de La Repubblica y vicepresidente de Orrick Corporate Group.

Traducción de Carlos Gumpert.

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