Guterres da otra alegría al pueblo portugués
Su elección para secretario general de la ONU es un éxito diplomático del país
Casi siempre ni fú ni fá, 2016 es el año en que Portugal vivió infartadamente. Por primera vez, los comunistas apoyaron un Gobierno socialista, meses después el pueblo eligió a un presidente que tiene el apoyo del 90% de la población, en julio ganó la Eurocopa y en octubre la ONU; solo falta que el fado gane Eurovisión.
La designación de António Guterres para ocupar la secretaría general de las Naciones Unidas es el triunfo personal de un hombre empeñado, pero es también fruto del buen hacer de la diplomacia portuguesa que, a diferencia de otras (no hace falta señalar), no se mueve según los vaivenes políticos. Las embajadas portuguesas las dirigen diplomáticos y no se cambian para satisfacer retiros de exministros.
Desde que Guterres se decidió a presentar su candidatura, todo el aparato del Estado se movió a la vez. En esta campaña de nueve meses, los embajadores portugueses trabajaron para convencer a sus colegas de que se acordaran de Guterres, pero como segunda opción; astutamente no querían violentar compromisos naturales. Los países del Este tenían a sus candidatos del Este, los anglosajones a la neozelandesa Helen Clark, España se debía a la costarricense Figueres, y los iberoamericanos también; en principio, Guterres tendría cero votos de apoyo, pero en el caso de que los suyos fallaran, ahí estaría Guterres. Y eso es lo que ocurrió.
El prestigio internacional nada tiene que ver con el doméstico —ni Guterres ni Durão Barroso brillaron como primeros ministros locales—; es lento en ganarse y rápido en evaporarse. Portugal mima ese prestigio, sea del tamaño que sea, sin hacer ruido y recogiendo frutos. Mirando, ya sí, al patio vecino hay que retrotraerse a los años 80 para encontrar a alguien que hizo por España —y sobre todo por Barcelona.— algo similar a la gesta de Guterres. Pero el cainismo no es defecto portugués, y de la extrema izquierda a la extrema derecha han alabado a Guterres. En la tierra de Samaranch ni le dejan descansar en paz.
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