La lencería deja de ser invisible
La desnudez se mantiene como un signo de transgresión y la moda apuesta por la evidencia de lo interior
La desnudez se mantiene como la última transgresión en el mundo de la moda. Lo ilustró en 1994 Robert Altman durante el final de su fallida Prêt-à-Porter, una película que pretendía retratar la industria del vestir y que termina con un desfile de modelos completamente en cueros.
Sin saber todavía si finalmente abrazaremos la desnudez como gesto de máxima provocación, la ropa interior y sus códigos toman la calle. Y es que desde hace varias temporadas los diseñadores han subido a la pasarela camisones con encaje, sostenes, batines, albornoces, chinelas e incluso corsés que superponen con prendas de carácter más utilitario. Una idea recurrente en la que se intuye una reflexión sobre la feminidad y que ilustra, probablemente sin querer, la yuxtaposición de la esfera privada y la esfera pública que propician las redes sociales.
Llevar ropa interior en público ya no es nada nuevo. Gaultier vistió a Madonna en 1990 para su Blond Ambition World Tour con un provocativo bustier de inspiración vintage que proyectaba su busto de forma desafiante, Courtney Love tocaba la guitarra luciendo viejas combinaciones como vestidos y Kate Moss o Chloé Sevigny posaban en braguitas y sostenes durante la eclosión del grunge. Fue entonces cuando mezclar una vieja camiseta blanca con un camisón de la abuela se convirtió en uno de los atuendos habituales de las chicas indies de la época. Ahora algunos diseñadores rescatan estas ideas, como por ejemplo Giambattista Valli, que presentó este septiembre una colección que trabaja hacia el exterior el vocabulario de la lencería y que juega a enseñar y ocultar el sostén.
“Esta es una idea que se pone de moda cada cierto tiempo. Colocar un sostén encima de una camiseta ya no provoca un efecto sorpresa como tiempo atrás pero resulta algo curioso en pasarela y bien planteado es interesante”, comenta el estilista Jaume Vidiella. Por su parte, el diseñador y también estilista Miguel Bercer ve en ello una forma de recordar que “la moda es diversión y juego. Creo que el éxito de la propuesta radica en que lo puedes hacer tú mismo con prendas que ya tienes”.
La ropa abriga, protege, pero también cubre e insinúa. El teórico Roland Barthes disertaba en su Sistema de la Moda sobre la “evidencia de lo interior”, ese juego de seducción que se establece a través de la prenda que tapa aquello que no se puede (debe) ver. El diseñador Nicolas Ghèsquiere centra gran parte de su nueva colección primavera verano 2017 para Louis Vuitton en el potencial de sugestión de la ropa. Así construye un traje chaqueta que envuelve el cuerpo y coloca medio abierto mostrando un bustier. También trabaja el encaje en prendas de día, entre las que no podía faltar un vestido lencero, y se divierte con juegos de transparencias. Por su parte, Demna Gvasalia en su segunda colección para Balenciaga tapa mucho para sugerir todavía más con prendas como las kilométricas mallas-bota de Spandex.
Phoebe Philo, que este verano pasado ya incluyó en su colección para Céline una serie de prendas lenceras pensadas para lucir a diario, continuaba la conversación el pasado 2 de octubre con otra colección en la que de nuevo saca lo de dentro hacia fuera. En una camiseta sin mangas superponía un vestido con una especie de bustier de ganchillo negro que insinuaba unos grandes pechos. Aunque si algo llamó la atención fueron los dos vestidos en los que imprime algunos de los cuerpos desnudos de la obra Antropometría azul de Yves Klein (1960), en una prenda que tapa y desnuda al mismo tiempo.
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